A Luci Naciones 8
2-octubre-2015
Querida Luci:
Sin querer, sin buscarlo y sin mala intención, hemos llenado nuestra vida, sobre todo, de desencuentros. A poco que uno se despiste, cuando queremos darnos cuenta, nos hallamos marcando distancias entre nosotros y el resto de los mortales. Sin saber cómo ni por qué, demasiadas veces y con demasiada facilidad, encontramos algo que nos opone a los demás.
Y, en esa oposición a otros seres humanos, solemos acogernos al abrigo de un grupo que nos transmita seguridad, que nos confirme en nuestros puntos de vista o en nuestras creencias. En definitiva, que nos haga sentir que no estamos solos.
Pero las personas somos simples -o simplonas- por naturaleza y no nos conformamos con nuestro propio grupo y nuestras propias ideas, necesitamos a alguien enfrente, al que tachar de equivocado, para confirmar nuestro acierto. De malo, para sustentar nuestra bondad. Se diría que nos apasiona –sobremanera- el rollo parejas de opuestos: Tú blanco, yo negro. Tú del PP, yo del PSOE (no diremos de izquierdas o derechas, que ya es mucho decir). Tú de Artur Mas, yo de Artur menos… incluso, cuando parece que nos vamos a entender, alguien se arranca por precisiones y matices y nos complica las cosas: soy del partido talycual pero pertenezco al sector crítico y no a la línea oficialista; soy creyente pero no practicante;… ¡Así no hay manera de coincidir en nada!
Ahora que todos hablan de mestizaje en las artes y en la vida en general, desde que la radio de tu mesita de noche abre la boca, y antes de que eches el píe a tierra, ya te están vendiendo la moto del maniqueísmo más cateto y delirante. Desde que tu cerebro se empieza a poner en marcha cada mañana, te zarandean con esas y peores dicotomías.
De esta forma, muchos se levantan convencidos de que el planeta se encuentra lleno de personas de las que desconfiar, de las que guardarse, de rivales -cuando no encarnizados enemigos- contra los que luchar. Vamos, que sales de la casa armado hasta los dientes, dispuesto a atacar o, al menos, a defenderte del hostil mundo que te rodea.
Te preguntarás a dónde quiero ir a parar. Perdona, pero… es que deseo hablarte… de algo… a lo que llevo dándole vueltas… bastantes años y, al fin, hace unos días, me revestí de valor (desgraciadamente muy tarde) y acudí a la llamada de la sangre. Siempre se ha dicho, al menos por nuestra tierra, que “la sangre tira mucho” y ahora comprendo que es verdad. Pero te hablo de la sangre, sanguine. La sangre en sentido estricto. La roja, la que tú y yo llevamos por dentro (lo de la sangre azul ya sabes que es un cuento) a menos de un milímetro de la piel.
Era una tarde calurosa de ese mar de fuego, acarreador incansable de olas de calor, en que se nos convirtió el pasado julio. En la sede de Cruz Roja de Pozoblanco se concentraban muchas personas. Todas ellas, jóvenes y menos jóvenes, acudían con un mismo objetivo: Poseían algo valioso y deseaban compartirlo ¡Regalarlo!
Una cola en la que nadie se colaba, en la que nadie protestaba por la espera. Una cola que finalizaba con tu identificación, tu consentimiento, tu firma y a esperar. El tiempo se ocupa con la charla con personas que conoces solo de vista o con las que llevabas años sin cruzar palabra. Breve consulta médica y otro ratito de paciencia, nuevas charlas y sonrisas cómplices y -¡Al fin!- el momento esperado, alguien pronuncia tu nombre y te hace pasar a una sala en la que se han habilitado varias camillas. Una enfermera te saluda, te prepara, te explica lo que debes hacer y se marcha, para repetir su ritual con otro compañero, con los que la vida me ha reunido esa tarde.
Mientras –superado el estúpido temor que me ha impedido ser donante desde muchos años atrás- al mismo tiempo que la sangre va saliendo de mi cuerpo, me invade un sentimiento de alegría que, sobre todo, me hace sentir en armonía con el género humano. Curiosamente, no me siento más generoso ni más bueno… Me siento bien como soy: un tipo normal y corriente. Y mirando hacia las otras camillas, compruebo que, en lo esencial, todos somos muy, muy parecidos. No sé lo que piensan, de dónde vienen o a qué grupos pertenecen las personas que me acompañan en aquella sala, pero las sonrisas que estoy viendo deben ser muy similares a la que yo estoy seguro de tener en mi cara, en ese preciso momento.
Querida Luci, iba a asegurarte que, en ese trance sin desencuentros, todos somos iguales pero, ahora que me acuerdo, hasta la sangre presenta grupos diferentes y, encima, con positivos y negativos. Por algo será.
Y todo esto (como en aquel viejo anuncio de un detergente) quería decírselo a mi vecina y a mi primo y a mi cuñado que… pero pensé que si te lo contaba a ti, al final se acabarían enterando casi todos los que a mí me interesan.
Desangradamente tuyo.
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