Por Juan Andrés Molinero Merchán
Sigue siendo necesario reivindicar el Día Internacional de la Mujer. Resulta penoso y triste, que en el siglo XXI tengamos que realizar aún esfuerzos ímprobos por exigir igualdades entre los seres humanos. El caso de la mujer es chirriante, con un litigio de más cien años de lucha explícita (desde el sufragismo), y una Historia sembrada de vergüenzas, con resultados aún infructíferos que siguen denotando que queda mucho por andar. Los mayores agravios siguen con toda crudeza en el mundo subdesarrollado y pobre, pero descarnadas son también las cifras en el mundo occidental de avanzada mentalidad (muertes por machismo…), economías prósperas (tasas desiguales de empleo, sueldos, trabajos inalcanzables…) y sistemas culturales modernos (con sofisticados sistemas de discriminación de género…). Los eslóganes y actos, tan necesarios desgraciadamente, siguen por sus fueros en los días conmemorativos, pero las realidades descarnadas de desigualdad hacen lo propio y no parece que las legislaciones sirvan mucho de cortafuegos. No es ciertamente un tema de desigualdades jurídicas, que en el mundo desarrollado son mayoritariamente equitativas, sino un problema del mundo de las mentalidades, del poso de la Historia y de educación. Larga es aún la lista de iniquidades existentes que todos conocemos y repetimos con esa lapidaria frase de “techos de cristal”.
Todos conocemos y somos conscientes de que la mujer no llega nunca a los altos puestos ejecutivos de las grandes empresas, a infinidad de profesiones monopolizadas por los hombres…, y ni siquiera ocupan aún puestos elevados en sistemas democráticos (muchas veces en los altos puestos) porque la tradición y las estructuras profundas del poder tienen una sombra muy alargada. Qué difícil discernir motivaciones y desigualdades que vienen sembradas desde hace miles de años. Qué imposible resulta a veces, incluso, promover lenguajes igualitarios en cuanto al género, estilos de vida, formas de lenguaje (chistes, vestuario…), que frisan entre lo académicamente correcto, la tradición, los deseos y las desigualdades aprendidas. Claro que se han producido grandes avances en las últimas décadas en nuestro mundo…, y nuestras abuelas están a un mundo de nuestras hijas, pero aún queda un resquicio mental muy grande en los conceptos de igualdad, en nuestros actos diarios y comportamientos machistas, en nuestras actitudes, etc.. No es nada fácil. Las estridentes muertes por actos de machismo, abultadísimas en números anuales, nos tienen acostumbrados a no ver ya una pavorosa lectura de la tragedia, cuando realmente son muy expresivas de que sigue sin funcionar ese mundo equitativo que presumimos sembrado de bonanzas (jurídicas, escolares, etc.).
La ideologización de la lucha, tímida por unos y estridente por otros, nos ciega muchas veces en no apreciar (ni luchar con denuedo) la debacle de un mundo de desigualdades completamente injusto. El lenguaje de la desigualdad de género lo tenemos tan calado en nuestro ADN que de poco sirve la superchería jurídica, social y el impacto tan grande de los mass media con actos rotundos diarios y anuales de lucha. No faltan personas y opiniones que hacen gestos de hastío por lo que consideran retórica manida, pero son realmente ciegas, injustas y completamente inconscientes de la situación que aún viven cientos de mujeres que a diario tienen problemas personales; que en forma alguna pueden alcanzar posiciones que a otros no les cuestan nada; o que tienen que multiplicar los esfuerzos sobre parámetros sociales establecidos. Los gerifaltes de la humanidad siguen siendo hombres, en lo material, espiritual, etc., y no resulta un buen referente (aunque vivamos en sistemas democráticos muchos y muchas) para las generaciones de jóvenes, aunque se les eduque en principios de igualdad. Desde luego que la Educación es el mayor pilar de sustentación y de esperanza. Desde luego que las nuevas generaciones tienen una perspectiva cambiante sobre la percepción tradicional. Desde luego que cada vez la sociedad es más consciente de un problema sempiterno. Sin embargo, que lejos se ve aun el horizonte a pesar de los inmensos brotes que reverdecen en el anchuroso campo de las esperanzas. Esperemos que la juventud tenga asumida (y vaya interiorizando) una mirada diferente, actitudes distintas y distantes de nuestros modelos tradicionales de género y modelos personales satisfactorios de hombres y mujeres que son simplemente personas en un mismo plano de igualdad.
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