La pastelería ‘Pastéis de Belém’ es parada obligatoria para hacerse con uno de los pasteles que se fabrican en este barrio de Lisboa. La historia de estos dulces se remonta a los años treinta del siglo XIX y en la actualidad tan solo tres personas conocen el secreto de una receta que permite elaborar hasta 50.000 unidades diarias en temporada alta. Son los llamados «Maestros del secreto» y para evitar su pérdida tienen prohibido viajar juntos. No es el único caso en el que la receta de un producto se envuelve en un halo de misterio necesario para que sabores únicos sigan siéndolo.
Aquellos pasteles de Belém, únicos en Lisboa y en el mundo, comenzaron a fabricarse en 1837. A centenares de kilómetros de distancia y trece años después, se sembró el germen de lo que es otra gran historia que nace entre obradores y que en la actualidad continúa en su sexta generación. Fue en 1850, según los datos contrastados, cuando Demetrio Cabrera Carrillo optó por la fabricación de chocolate en un pequeño obrador que ubica finalmente en la calle Alfareros de Pozoblanco. El negocio en unos años de ‘boom’ del chocolate funciona y la generación posterior, de la mano de Hipólito Cabrera Calderón continúa con un proyecto que perdura hasta nuestros días gracias al trabajo de sucesivos hombres de la familia y con importantes hitos que reconocen la calidad del chocolate fabricado en Pozoblanco en una fábrica que llega a albergar a casi una treintena de trabajadores, siendo la mayoría puestos de empleo femeninos.
Es en 1956 cuando la cuarta generación entra en escena y una figura clave como es la de Hipólito Cabrera Muñoz, cuyo chocolate sigue presente gracias al trabajo aprendido de su hijo Hipólito y al empeño de algunos de sus nietos. Quinta y sexta generación se han unido para que el chocolate de Hipólito Cabrera siga presente en el paladar de quienes han crecido con un sabor inconfundible. Sesenta y cuatro años después, María Jesús e Hipólito Cabrera, junto a su hermana Gloria, rinden homenaje al ‘Abuelo Chocolatero’ bajo una premisa que han querido dejar clara desde el inicio, «hay sabores que nos transportan al pasado y recuerdos que pueden volver a ser un presente».
Hay dos cosas que esta familia guarda con mucho recelo, la última tableta de chocolate elaborada por Hipólito Cabrera Muñoz, que se conserva desde hace ocho años, y una receta que conocen tan solo tres personas y que no se encuentra escrita en ningún lugar. La memoria como garante de los secretos. «Mi padre tenía dos pasiones, mi madre y la fábrica, siempre que pensamos retomar el negocio lo pensamos con él, si nos viera se llevaría una gran sorpresa», nos cuenta Hipólito Cabrera, hijo del ‘Abuelo Chocolatero’. Y no sólo porque su receta haya encontrado visos de continuidad, sino porque a pesar de sus deseos de que fuera un nieto varón el que tomara las riendas, es su nieta María Jesús la que tomó la iniciativa para conseguir que hace unas semanas centenares de personas volvieran a su infancia a través de un sabor.
El homenaje, siempre presente
Hasta llegar a que muchos negocios locales ofrezcan el chocolate de Hipólito Cabrera entre su gama de productos hay un amplio recorrido que realizamos con María Jesús e Hipólito, dos jóvenes que hoy se muestran orgullosos de poder haber conseguido todo un reto. «Nuestro primer proyecto fue hacer un museo porque la fábrica está tal y como la dejó mi abuelo, con la maquinaria intacta y queríamos hacer un museo para que Pozoblanco tuviera otro atractivo», explica María Jesús. Un museo que estaría ubicado en la calle León Herrero, punto donde se trasladó la fábrica en 1912, pero que finalmente no vio la luz por cuestiones técnicas. El empeño era tal que los herederos trabajaron para trasladar esa fábrica al polígono de Añora y abrir allí el museo, pero finalmente la suerte no cayó de su lado.
Sin museo, hace dos años los hermanos María Jesús e Hipólito dan un paso más para conseguir volver a la fabricación de chocolate y abren una cafetería en el Paseo de la Herradura, la llaman «El Abuelo Chocolatero» y el fin último es volver a recuperas las tabletas de chocolate. El volumen de trabajo, sin embargo, se impone y la marcha diaria de la cafetería no deja espacio a los nietos de Hipólito Cabrera para conseguir su objetivo. En este punto, tocó de nuevo variar el camino, decir adiós a la cafetería, lanzarse a la producción, comprar maquinaria, abrirse camino entre los proveedores y puntos de venta y comenzar a utilizar esa receta no escrita. «La primera vez que hicimos chocolate lloré», relata María Jesús que hace hincapié en que «hemos querido respetar ante todo la esencia de mi abuelo».
Una esencia que reside en la receta, pero también en todas las señas de identidad que envuelven a un chocolate que se presenta de la misma manera, en unas particulares cajas de cartón, con resalte de cada medalla de oro conseguida gracias a la calidad del producto y con una firma que no podía faltar. Esas señas de identidad son inamovibles. También lo son los productos y la fabricación se concentra en el bombolín, un bombolín intenso, además del chocolate en polvo y la recuperación de un bombolín con leche que anteriormente se fabricaba con chocolatinas. Una gama de productos en la que se echa en falta el chocolate «gordo», pero que no se preocupen que volverá muy pronto.
Y es que tras años de intenso trabajo, María Jesús e Hipólito apenas han tenido tiempo para respirar. El lanzamiento del chocolate coincidió con una fecha clave en Pozoblanco, la Virgen de Luna y las previsiones se desbordaron, cualquier producción se quedaba corta. «Servimos tan solo a Pozoblanco durante esos días, no queríamos privar a nadie de tener su chocolate para la Romería. Si lo hubiéramos pensado a nivel comercial probablemente hubiéramos trabajado en otra fecha, pero salió así y decidimos volcarnos en Pozoblanco», puntualiza María Jesús. Relata también cómo tras instantes de abastecer a los puntos de venta recibían llamadas para volver con más productos. La recepción no pudo ser mejor. «Mucha gente pensó que era una producción puntual y se llevó muchas cajas, pero esto es algo que va a continuar y vamos a abastecer a toda la comarca, hemos recibido muchas llamadas, y queremos llegar hasta donde llegaba nuestro abuelo. Queremos también vender a través de Internet, pero todo tiene un proceso y queremos hacer las cosas bien».
De momento, los retos se han conseguido porque la esencia del chocolate de Hipólito Cabrera se ha recuperado y el consumidor ha dejado claro que está dispuesto a acompañarles en el viaje, a dejarse llevar por ese sabor que transporta al pasado y que permite traer recuerdos al presente.
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