Por Juan Aperador García

Comenzamos una nueva entrega sobre la historia de Pozoblanco. En este caso abordamos temas sanitarios, estudiando las epidemias y las enfermedades más importantes que sufrieron los habitantes de Pozoblanco en el último tercio del siglo XIX. La serie constará de tres capítulos. Esperamos sea de su agrado.

 

Si algo llama la atención en la consulta de la documentación del Archivo Municipal de Pozoblanco relativa al siglo XIX, es, sin duda, la referente a la sanidad y la higiene pública. Vivía Pozoblanco en esta época, un tiempo de insalubridad y suciedad endémicas que repercutía en la aparición de epidemias y enfermedades. Según García de Consuegra1, “Era el caso, por ejemplo, de los derrames de los tintes y batanes que, a cambio de producir y dar trabajo a la población, derramaban sus aguas sucias y pútridas en cualquier albañal”. Los arroyos que cruzaban la población, sobre todo el denominado de La Condesa, no contribuían a mejorar el panorama, convertidos en lugares de suciedad, “revolcadero de marranos”  y festín para los mosquitos. Tampoco hay que olvidar los estercoleros y zahúrdas que existían en las casas, la costumbre de tirar las aguas sucias a la calle, la falta de alcantarillado en la mayor parte de la población y las aguas estancadas de los numerosos chabarcones que circundaban la localidad.

Unos años antes del objeto de nuestro estudio, en 1867, Antonio Félix Muñoz2 (que entre otros cargos ostentó el de alcalde de la ciudad), en un ensayo inédito sobre Pozoblanco, apuntaba que: “Las enfermedades más comunes en esta población son las fiebres intermitentes, pulmonías y reúmas, atribuidas a la irregularidad del clima. El cólera se desarrolló con alguna intensidad en 1834; amenazó en 1855 y fue conjurado oportunamente con saludables medidas higiénicas adoptadas por el Ayuntamiento de aquella época; pero en 1860 se reprodujo de una manera desastrosa por falta de autoridades locales y perniciosas exhalaciones de una laguna hecha al Sur de la población”. Y continúa, “El endémico y los tumores carbuncosos y enfermedades cutáneas son debidas a los malos abastos de carnes”. Para finalizar el apartado sanitario añade que, “Cuenta la población unas 1.400 casas, en general de dos pisos, el bajo habitable y el superior para graneros y otros usos. Están unidas entre sí formando 50 calles y plazuelas de figuras irregulares; sin soportales en ningún punto, empedradas pero sin nivelar y sin losas en las aceras”.

Para tratar de atajar las periódicas epidemias que sacudían a todo el país, se crean las Juntas Municipales de Sanidad, reguladas por la Ley de Sanidad de 28 de diciembre de 1855, aunque habían sido fundadas por disposiciones anteriores. La de Pozoblanco se constituía para dos años y estaba formada, generalmente, por un cirujano, un farmacéutico, un médico, un veterinario, el alcalde y vecinos relevantes del municipio.

La primera Junta Municipal de Sanidad de la que tenemos noticias, la encontramos en enero de 1871, fecha en la que se constituye. En verano acecha el cólera (enfermedad infecto-contagiosa transmitida por una bacteria que se encuentra en el agua y alimentos contaminados) y tiene lugar una primera sesión en la que se acuerdan tomar una serie de medidas:

“Que los cadáveres, a pesar de que la ley dice que han de sepultarse pasadas 24 horas, que lo sean a las 18 y esto si antes no hay signos de putrefacción. Se toma esta medida por el excesivo calor que hace y por las malas condiciones higiénicas para el depósito de los cadáveres”.  Otras medidas, que se adoptaban comúnmente, eran la limpieza de las calles y el intentar que los depósitos de aguas inmundas, estercoleros y todas aquellas sustancias nocivas, se trasladasen fuera del casco urbano. Igualmente se dispone que los pilares de las fuentes públicas sean limpiados con frecuencia y se prohíbe el tránsito de cerdos por la ciudad. También, que las mesas del despacho ordinario de carne sean lavadas diariamente al terminar la venta pública y, se prohibía, la venta de carnes, pescados o frutas si no estaban en perfectas condiciones higiénico sanitarias.

El año siguiente, además de ratificar todas las disposiciones anteriores, se acuerda “Que los tintes, batanes y demás establecimientos análogos tengan depositadas sus aguas hasta pasadas las 12 de la noche de forma provisional, hasta la realización del encañe o alcantarillado”. Además, se urge al Ayuntamiento a “hacer el alcantarillado” y se propone la “construcción de baños en el sitio denominado ‘Los Llanos del Pilar’ o en el que crea oportuno”.

En 1885, de nuevo, acecha el cólera y la Junta de Sanidad, en su sesión del 18 de junio, propone colocar “un guardia municipal para vigilar día y noche todas las entradas de la población, para vigilar géneros procedentes de puntos infectados y que éstos sean fumigados y desinsectados”. También insta al Ayuntamiento al “establecimiento de lazaretos para viajeros que procedan de puntos infectados y que presenten síntomas coléricos”. Estos lazaretos suponemos que serían las ermitas de San Gregorio y San Antonio, habitualmente habilitadas para ello cuando las epidemias hacían estragos en la población. Otra medida adoptada es la de “limpieza de los arroyos de la población con frecuencia” y la reiterada de “prohibir la circulación de cerdos por el pueblo y, a ser posible, fuera de los domicilios a un kilómetro de distancia”, prohibición que, ya adelantamos, no se va a cumplir.

La situación no debía ser muy halagüeña porque, 15 días después, vuelve a reunirse la Junta para continuar decretando medidas, como la de crear “comisiones de vecinos para visitar las casas de la población y especialmente las casas de los barrios pobres, obligando a retirar estiércoles y demás focos de infección, recomendando mayor aseo”. También se propone “proporcionar gratis la cal a las familias pobres para blanquear fachadas y patios”. Vemos como la cal es el desinfectante más utilizado desde hace siglos contra las epidemias.

Estas dan una tregua a Pozoblanco porque la siguiente sesión de la Junta es cinco años después, en noviembre de 1889, siendo alcalde León Herrero. Aquella sesión se limitó a amonestar a varios vecinos ordenándoles, “no derramen a la vía pública las aguas sucias de sus fábricas situadas en el casco de la población”. Tampoco se podían hacer depósitos en los patios de las fábricas. Solo se autorizaba “mediantes cauces subterráneos o esparcidos a una distancia de más de dos kilómetros”.

En el verano del año 1890, la situación se complica y el cólera vuelve a rondar la población, por lo que se vuelve a recomendar la retahíla de medidas ya conocidas: sacar basureros y estercoleros fuera del pueblo; limpiar albañales y desagües; prohibición de la circulación de ganado de cerda; no arrojar a la calle inmundicias ni aguas sucias; vigilancia escrupulosa del mercado público y tiendas de comestibles; y otras novedosas como la recomendación a los vecinos “que tengan pozo negro sin desagüe a la alcantarilla, que se eche semanalmente una espuerta de cal viva”; obligar a los vecinos a barrer semanalmente la parte de la calle que le toque y, que las tierras procedentes de excavaciones en el casco urbano, se retiren a más de 200 metros.

Una semana después, el 30 de junio, vuelve a reunirse la Junta y a endurecer las medidas: se prohíben los cerdos en las casas y fuera han de estar a más de 200 metros. Cada tres días se deben visitar los establecimientos públicos de comestibles y bebidas. Además, las aguas destinadas al consumo del vecindario han de examinarse cada ocho días. También se insiste en revisar las boticas para ver las existencias de medicinas; visitar el hospital (de Jesús Nazareno) revisando ropas, camas y alimentos; reconocimiento del matadero público para ver sus condiciones higiénicas y, la última, “Disponer de locales por si llega el cólera, sobre todo la ermita de San Antonio. Pidiendo permiso a las autoridades eclesiásticas para habilitar al menos dos”.

No encontramos otra reunión de la Junta Municipal de Sanidad hasta dos años después, en 1892, cuando en verano vuelven a solicitar que se adopten las medidas ya conocidas, a las que se unen dos nuevas: “Que el Ayuntamiento, por todos los medios que estén a su alcance, ordene el inmediato encañe del arroyo de la Condesa a espaldas de la casa de Don Martín Muñoz” (suponemos que al pasar la actual Plaza de la Constitución); y otra, que se refiere al nuevo cementerio (el actual de Ntra. Sra. De los Dolores) inaugurado en 1888, “no siendo apropiado el suelo del cementerio para la descomposición de cadáveres, construya el Ayuntamiento galerías de suelos suficientes por ser esta una medida que contribuye muy eficazmente en favor de la salud pública”.

 
NOTAS:
(1) García de Consuegra Muñoz, Gabriel. Apuntes de Pozoblanco: la otra cara de la Historia, Ayuntamiento de Pozoblanco, 2002.
(2) Muñoz, Antonio Félix, Ensayo topográfico, estadístico e histórico de Pozoblanco. Inédito.
* Todos los datos están sacados del Archivo Municipal de Pozoblanco HC0051.70, HC0051.71, HC0051.72 y HC0051.73.