Por Juan Aperador García
Finalizamos esta entrega estudiando la última década del ochocientos en Pozoblanco donde dos epidemias causarán estragos en la población: la difteria y el paludismo o malaria, que aún sigue matando a casi medio millón de personas en el mundo actualmente.
Vamos avanzando ya en la última década del siglo XIX. Corre el año 1895 y, al comienzo del verano, vuelve a reunirse la junta formada para el bienio 1895-1897 y que preside el alcalde de entonces, Domingo Márquez Moreno. Así, “para evitar que se desarrolle cualquier epidemia propia de la estación del verano”, vuelven a plantearse las medidas ya repetidas. Por las actas, nos enteramos que la calle Obispo Pozuelo “que siendo antes la de mejores condiciones higiénicas, ha pasado por desgracia a hacerse casi inhabitable o cuanto menos de notorio perjuicio a sus habitantes”. ¿La causa?, “la mala construcción del caño que corre por todo su largo y que, abierto en unos sitios y casi destruido en otros, forman un perenne depósito de miasmas pútridas”. Además, la calle ha aumentado mucho el paso de transeúntes, “al conducirse por la misma los cadáveres de los individuos que pertenecen a la parroquia de Santa Catalina”. (Recordamos que recientemente se había inaugurado el nuevo cementerio). La junta opina que debe arreglarse ahondando el alcantarillado o si “no pudiese llevarse a cabo por su mucho coste”, desviar las sustancias que por allí pasan por las afueras del pueblo “…por la Cruz del Torilejo, o sea, por donde antes corrían”.
Pero otros problemas mayores acucian a nuestra ciudad ese verano. Por la carta del subdirector de Medicina de la Junta de Sanidad al alcalde de Pozoblanco, nos enteramos que en el mes de junio se están produciendo algunos fallecimientos a consecuencia de la difteria. Para ello se pide se observen con rigor algunas disposiciones, entre ellas, “Tan luego como se tenga noticia de algún fallecimiento por difteria, angina gangrenosa, angina pustácea, difteritis, crujes, garrotillo o cualquier denominación equivalente, nombre la conducción del cadáver al depósito el cementerio”. También se sugiere que los cadáveres afectados por la epidemia no entren en los templos, para evitar el contagio de los fieles y que se impida “que los niños (fallecidos) sean transportados al cementerio por sus amigos y allegados, efectuándose por personas mayores evitando también la costumbre de que las cintas sean llevadas por otros niños”. Estas mismas medidas volverán a tomarse en el año siguiente, 1896, al reproducirse de nuevo un foco de difteria.
También las enfermedades contagiosas del ganado, eran objeto de las reuniones de la Junta de Sanidad Municipal. El 14 de septiembre de 1896 se recibe una carta del Gobernador Civil de Córdoba en la que muestra el conocimiento de que los ganados de varios vecinos de Pozoblanco están afectados de la “epidemia varicosa”. Para combatirla se aíslan los rebaños de las ganaderías colindantes y así evitar su propagación, además de ejercer una “especial vigilancia para que las reses muertas por la epidemia sean quemadas y no se expendan sus carnes”.
Y llegamos al final del siglo XIX en Pozoblanco con otra enfermedad endémica que afectaba a su población: el paludismo, también conocido como malaria. A instancias del Gobierno Civil, y para responder a la Comisión permanente nombrada por la Real Academia de Medicina, en abril del año 1900, se nombra al subdelegado de Medicina del Partido Judicial, Rafael Bueno Arnalte (el mismo que realizó la Memoria Sanitaria), para realizar un informe sobre la enfermedad palúdica en Pozoblanco. En agosto es presentado un extenso informe que analizamos a continuación.
En primer lugar, y para destacar el problema que representaba el paludismo, en el mismo estudio se indica que de 3.149 fallecimientos ocurridos en Pozoblanco en diez años, 154 son de paludismo, 156 de fiebres tifoideas “o sea, el 4% de una y otra y de viruela, que tanto impresiona y asusta, solo han muerto 77, esto es, la mitad.” Y continúa, “Ahora bien, calculando que de las fiebres intermitentes (paludismo) solamente son el 2% perniciosas y suponiendo que de estas se ha curado doble número de los fallecidos, tendremos 462 casos de perniciosidad (gravedad) y 23.100 de fiebres palúdicas, equivalente a 2.310 enfermos por año, la 6ª parte de la población”.
La picadura de mosquitos procedentes de aguas estancadas, es la forma de transmisión de esta enfermedad infecciosa y endémica en esta época en Los Pedroches y que sigue matando a casi medio millón de personas todos los años en el mundo. Es por ello que el informe señala cinco focos principales de paludismo: el arroyo que atraviesa el pueblo y que no está encañado tras pasar por el centro del casco urbano; una charca o laguna situada en el extremo Oeste, “en la margen izquierda del arroyo mencionado y confluencia de las calles Ancha y Ángel”. Su extensión es aproximadamente de 300 metros y una profundidad de metro y medio. El tercero serían las charcas “que circundan la urbe en sus extremos Sur y Oeste, procedentes de canteras abandonadas en su explotación que dejan su recipiente para las aguas pluviales”. El cuarto los derrames de los lavaderos públicos por falta de encauce y desnivel del terreno: el Chorrito al Noroeste; el Pilar de los Llanos al Sur y el Pilar Nuevo al Noroeste. Y, por último, el agua estancada situada a larga distancia en propiedades particulares, huertas, dehesa y olivares, procedentes de charcas de arroyos o pequeñas lagunas. Las estaciones más propensas para el desarrollo de la enfermedad: verano y otoño.
Tras un análisis pormenorizado de cada posible foco de infección del paludismo, el médico Rafael Bueno, propone los procedimientos que considera más oportunos para el saneamiento de estos focos insalubres.
Para el arroyo propone el completo encauzamiento y alcantarillado, “cuanto menos hasta 100 metros más abajo del Matadero, no solamente salvaría esta medida la cuestión del ornato público, sino que sería altamente higiénica”. Sobre la charca opina que “debería decretarse su desagüe y desecación aprovechando el sitio para la construcción de casas o dependencias”.
Respecto a las canteras abandonadas, la solución estaría en desecarlas, “ordenando a los dueños constructores que arrojen al expresado los escombros de sus obras hasta nivelar el terreno”. También propone en esos lugares hacer plantaciones de árboles “que, a par que saneaban la atmósfera, servirán como adorno permanente”. Además, menciona que “merecen la predilección los eucaliptos glóbulos que, aunque no está demostrada su eficacia contra el paludismo, hay quien defiende su influencia benéfica”. En efecto, el eucalipto blanco, originario de Australia, ha sido utilizado para desecar zonas pantanosas y era, hasta hace poco tiempo, muy común verlo en las salidas de todos los pueblos de Los Pedroches.
Para las nuevas canteras que se abran para extracción de materiales, opina que pueden hacerse en condiciones que no se formen depósitos de agua, “bastaría con obligar a los canteros a que dejaran el sitio con el nivel necesario para el libre curso de las aguas”. Por lo que respecta a los lavaderos públicos señala la necesidad de controlar sus derrames para que no se formen charcas y focos insalubres.
Por último, sobre los pantanos existentes en las zonas rurales, indica que “quizás los que producen más mortalidad, se hace sino imposible, muy difícil su extinción”. Por ello propone repartir cartillas sanitarias en hojas sueltas y que se repartan gratuitamente al público “dando a conocer los medios que se aconsejan por la ciencia para este fin”. Como recomendaciones generales pide inculcar a los agricultores y, especialmente a los braceros, “lo perjudicial que es habitar en las márgenes de los ríos y arroyos, en las proximidades de los parajes húmedos, sobre todo en los meses de calor, al exponerse a estas emanaciones después de la puesta de sol, el dormir en el suelo aunque sea en poblado y cuantos consejos sean pertinentes al objeto”. Como vemos aún se desconoce que es la picadura del mosquito la que transmite el paludismo y se sigue creyendo en la teoría miasmática.
Para finalizar el informe anota que poco se ha hecho para controlar el paludismo en Pozoblanco, “Ocasiones hemos conocido que el solo anuncio de la proximidad de una epidemia, se han formado cordones sanitarios y tomado medidas de rigor para evitarla propagación del mal. Si el contagio ha penetrado en la urbe, las autoridades, el personal facultativo y hasta los particulares han rivalizado en actividad y celo para evitar los progresos de la infección. En cambio, para combatir el paludismo parece que todos estamos en brazos del azar sin poner los medios que están a nuestro alcance para evitar tan enorme contingente como nos da esta enfermedad”.
Terminamos con una frase lapidaria sacada del mismo cuestionario remitido a la Real Academia de Medicina: “La higiene de este término municipal se encuentra bastante abandonada. Solamente la observan los particulares en sus personas y domicilios y esto con deficiencias y sin ser general en todo el vecindario”. Aunque hay algo de resquicio para la esperanza, “Las autoridades, aunque poco, han mejorado algo la higiene pública en estos últimos años…”.
Así es, ya en el siglo XX, poco a poco, van aumentando las calles con servicio de alcantarillado y mejorando la higiene pública, lo que no será óbice para que epidemias como la viruela, en 1905; el cólera, en 1909 y 1911; el tifus, en 1916; o la pandemia de la “gripe española” en 1918, nos visiten. Pero eso forma parte ya de otra historia.
No hay comentarios