Quizá llevado por la decepción y desilusión que uno va sufriendo con el paso de los años al observar y padecer cómo la indiferencia general de la ciudadanía y de las instituciones públicas y privadas hacia la cultura popular se amplifica cada año, no me resisto al “pataleo”. Perdónenme ustedes que, como las perrunas de manteca, vuelva con la matraca por Navidad, pero es que no quiero resignarme y mi amiga Julia me lo consiente.
Y es que no deja de sorprenderme la auténtica pasividad con que se vive la pérdida de identidad cultural y de la memoria colectiva; sobre todo de la nuestra, la de Los Pedroches (que no sólo es jamón y dehesa), bloqueada gratuitamente por la generalización de otras tradiciones que van modificando la nuestra y sustituyéndola por otras costumbres hasta que probablemente llegue el momento en que alguno de nuestros nietos o bisnietos se le ocurra decir que el “burrito sabanero” es un villancicos de su pueblo. Manda huevos de chocolate que los más pequeños, en la etapa del aprendizaje sonoro de sus vidas, oigan antes estos villancicos foráneos que los autóctonos que cantaron sus mayores y aprendieron a la vez de sus abuelos.
Y es que realmente se está perdiendo la costumbre de cantar en familia y con los amigos. Y hasta parece que molesta el canto en las tabernas.
Como todos sabemos, el villancico fue en sus inicios un cántico sencillo de origen popular que interpretaban los villanos o habitantes de las villas en fiestas populares y trataban temas relacionados con acontecimientos o sucesos acaecidos en los pueblos, pero sin temática religiosa y sin tener nada que ver con la Navidad. Más tarde, estos cantos se convirtieron en tonadillas, romances y, finalmente, en otros géneros de orden más reglado y culto, como la zarzuela. Sin embargo, la Iglesia vio en ellos una manera perfecta de difundir su mensaje y comenzó a componer algunos villancicos inspirados en la figura de Jesús o de la Virgen, sustituyendo letras paganas con textos sagrados, alcanzando tal éxito, que la misma Iglesia permitió que aquellos villancicos religiosos se fueran interpretando poco a poco en las iglesias como parte de la liturgia. Ya a finales del siglo XX, no sin reticencias, se permitieron villancicos de temática popular en los actos religiosos y en los templos. Y si no que se lo pregunten a los de Aliara.
La nostalgia, con su ambivalente melancolía, me lleva a revivir la adolescencia y primera juventud en aquella vieja tradición de mi familia de cantar la Navidad y “pedir el aguinaldo” . Era todo un ritual muy esperado por los más jóvenes con cierta habilidad para el canto y los toques con enseres de cocina o instrumentos más sonoros como las guitarras, laudes y bandurrias, que habíamos aprendido a tocar con maestros como Juan Jurado, Daniel de Torres o José Antonio Guijo, pues realmente lo pasábamos genial y recaudábamos unas buenas perrillas con las que darnos algún homenaje en esos días de fiesta.
Aquella tradición era divertida, constructiva y nos daba alguna lección de vida. Incluso, a veces uno se preguntaba con cierta hilaridad por el significado de lo que cantábamos, pues realmente había cosas extrañas: ¿qué era “un torreznito del pico o un ajito de cuajar”?, ¡los celos de San José!, qué raro… o ¿quién era esa “marimorena”? o ¿para qué bebían y bebían los peces en el río? En fin, es lo que tienen las letras populares, que a veces no tienen mucho sentido, pero nos hacen reír y disfrutar.
Realmente, el canto del villancico tradicional está en auténtica decadencia, y con él un abandono permanente de los símbolos, formas y maneras de la Navidad autóctona, de los significados cristianos que, más allá del sentido religioso, derivaron en una cultura popular que hoy día es, en muchas ocasiones, rechazada por una clara antipatía hacia la Iglesia, pero que se sigue mirando por parte de muchos sectores de la sociedad como una importante tradición con valores de solidaridad, paz, esperanza y alegría. Valores que tienen como génesis los argumentos de aquel Jesús que nació en Belén.
Pero además de tanto lamentarnos, ¿qué podemos hacer?
Después de tantos años dedicado al conocimiento de la música de tradición oral, de viajar por muchos lugares y de conocer con cierta solvencia lo que se guisa, puedo decir que “no en todos sitios cuecen estas habas”. No en todos sitios se olvida la tradición musical, al menos, de esta forma tan despiadada. Y no se olvida porque, en primer lugar, el sentimiento de identidad y pertenencia a su territorio está grabado a fuego en sus corazones, producto de una transmisión de costumbres y folclore valorizados a través de los siglos. Y en segundo lugar, porque las Instituciones regionales y provinciales se han encargado de diseñar proyectos de largo plazo para el aprendizaje y la transmisión del conocimiento del acervo popular. Proyectos que perduran hoy día muy consolidados y con una conveniente financiación de los organismos de Cultura. Pongamos como ejemplo muy interesante el Centro de Cultura Tradicional de Salamanca o esos Institutos, escuelas, seminarios y delegaciones de comunidades como las de Castilla, País Vasco, Galicia o Cataluña. Y ya no digo, Islas Canarias. Aquí en Andalucía crearon el Instituto Andaluz del Flamenco.
Si esto lo trasladamos a nuestros Pedroches a modo de comparación, el primer planteamiento expuesto es obvio y, a la vez, generalizado en toda Andalucía. A los andaluces nunca se nos permitió tener un sentimiento y convencimiento de identidad propia arraigados a nuestra cultura y a nuestros intereses. El porqué daría para mucho que hablar. La segunda, es la única y posible solución que nos queda para recuperar lo poco que permanece de una cultura tradicional que es la única que nos puede apegar al terreno y hacernos sentir únicos.
Pues sí, son las instituciones las que a través de proyectos a largo plazo y adecuadamente financiados, deben crear los modelos de recuperación y transmisión con el único objetivo de rescatar, conservar, transmitir y difundir un patrimonio inmaterial que nos ha sido regalado y que, ingenuamente y como aquel que no acepta una herencia, hemos rechazado por simple desconocimiento. Esa labor se ha dejado por completo a la iniciativa privada de los grupos y profesionales particulares que, al final, queda a expensas de sus voluntades.
Fijémonos en las programaciones de Navidad de los ayuntamientos de Los Pedroches. Hay que rebuscar para encontrar algún concierto navideño basado en villancicos tradicionales y donde además participen los propios del pueblo. En la mayoría no se han programado. Sólo nos han quedado los conciertos de algunas corales que, en algunos casos y para más inri, ya no interpretan los villancicos propios de su tierra. Sin embargo, abundan las zambombas flamencas, coros rocieros y hasta chirigotas, espectáculos musicales sin tradición cultural en el territorio. Y no es que esté proponiendo que se eliminen o no se promocionen estas formas de expresión musical, no se trata de eso, me encanta cantar la marimorena a modo de rumba; pero sobre todo saciarme de nuestros villancicos.
Me ha parecido muy acertada la forma (en lo referente a la música) en que Málaga ha inaugurado el alumbrado navideño este año: entre otros temas musicales, miles de personas han cantado villancicos tradicionales al unísono y con verdadero entusiasmo.
Apoyemos y reivindiquemos pues, proyectos públicos y privados de recuperación, formación y divulgación de la tradición oral y de las costumbres tradicionales de Los Pedroches. Aún queda tiempo, aún se puede hacer algo, pero falta el verdadero convencimiento y voluntad política. No es suficiente con lo que se está haciendo, no basta con persistir en programaciones que priman especialmente el espectáculo, que también es necesario, pero que acaba evaporándose como la niebla de nuestra sierra que, por muy bonita que sea, deja poco poso.
Reclamemos a la Junta de Andalucía políticas transversales en cultura tradicional, con una normativa específica y adecuada a la singularidad de los territorios, dotando con presupuesto que garantice su desarrollo en ámbitos provinciales y locales, pues de otra forma, ¿podrán sobrevivir nuestros villancicos y nuestra música tradicional?
En fin, déjense de prejuicios y atrévanse a recuperar lo mejor de este cancionero de Navidad que es único y que no tiene razón de existir fuera de estas fechas. Canten y canten y vuelvan a cantar, porque cantando las penillas se divierten y al aire y al alma van los sones ancestrales de los que nos dejaron.
No consintamos el enterramiento de nuestro folclore, no consintamos ninguna lápida en la cercanía del pueblo que rece un epitafio como este: “Aquí yace la memoria cantada de la Navidad de Los Pedroches”
En esta Navidad de 2024 Aliara continuará cantándola, el día 28 para más señas, en el Rana de toda la vida para mejor ubicar y encontrar.
O si no, puedes escucharnos en internet. “Villancicos, romances y aguinaldos. ALIARA”
https://open.spotify.com/intl-es/album/0nUGouCfwTPCMElH1pMhvc
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