Familias rotas de dolor, amigos que no entienden nada porque lo incomprensible no se puede explicar. Esa es una imagen que acompaña a cada uno de los asesinatos por violencia de género que se registran en el mundo, el dolor ante la muerte y la incomprensión ante el asesinato. Esas lágrimas también se hacen extensibles al día a día que viven miles de mujeres sometidas al yugo de alguien que dice quererlas, muchas veces soportando ese dolor en solitario, otras buscando apoyo en su entorno más cercano. El año pasado nos sentábamos frente a una de esas mujeres valientes que deciden salir hacia delante, denunciar y decir basta. Este año, con motivo del Día Internacional contra la Violencia de Género, intentamos acercarnos a esta problemática a través de su entorno, charlando con un familiar de una mujer víctima de violencia de género.
“Claro que te da miedo que alguna vez pase algo irremediable, que se le vaya la pinza, el miedo está ahí. Me supongo que ninguna víctima creía que su maltratador iba a ser capaz de matarla y muchas veces ella no es consciente que en un momento dado puede llegar a pasar algo más grave”. No es la primera aseveración de la charla, pero quizás sí la más ilustrativa.
Antes de hacer esa confesión, el familiar de la víctima relata que “en nuestro caso es algo que se veía venir por las actitudes, no quiero decir que pensábamos que iba a derivar en eso, pero hay ciertas formas de ser que ayudan a verlo”. ¿Cómo llega ese momento en el que una víctima cuenta su situación? En este caso, la comunicación entre la víctima y su entorno familiar es fluida y la familia no es ajena a ciertas situaciones de “vejaciones y humillaciones”. “Supongo que hay gente que no lo ve porque de puertas para fuera no dan muestras de nada y no se puede detectar, pero hay bastantes circunstancias que inducen a eso”, explica.
Sin duda, el caso es menos complicado cuando la víctima tiene claro que no quiere seguir en esa espiral de maltrato, del tipo que sea, y en el caso que nos ocupa ella supo apoyarse en su familia, que se ha implicado en el proceso como relata este familiar indicando que “he venido con ella al Centro de la Mujer, hay comunicación y eso siempre es positivo”.
Esa confianza necesaria para crear un entorno favorable también sirve para intentar que la otra persona abra los ojos, para sujetarla en momentos de flaqueza para ser “su Pepito Grillo”. “Entiendo que tiene que ser un proceso complicado y no las tienes todas contigo de que no vuelva a esa relación tóxica. Entiendo también que en un momento dado te relajes porque estás ante una persona con la que has convivido y a la que habías elegido un proyecto de vida, pero en un momento dado sí he dicho si esto vuelve a ocurrir la que se va a la Guardia Civil soy yo”.
El proceso deja más daños colaterales por el camino y hay momentos en el que cuando se piensa que algo más grave puede pasar, no vale el silencio. “Claro que le he dicho a ella si ve las noticias y le he dicho que si no cambiaba ciertas cosas alguna vez podría acabar así, es duro decirlo y pensarlo pero es que es así”. Es, simplemente, la crueldad de la realidad. Esos daños colaterales también se extienden a los hijos porque “son la segunda parte de la violencia de género, el machaque que también se les hace a ellos para ponerlos en contra de la madre, dibujar el papel de mala y de querer separar a la familia”.
Y es que delante hay un hombre que no reconoce tener un problema y un entorno, el suyo, que le apoya y que entona el tan cacareado “no es para tanto” pero “sí lo es, claro que lo es”. Aquí también entra querer enmascarar la realidad, algo que parte de una sociedad que “ha perdido la educación en valores, que están sin rumbo” y que nos lleva a “pensar que todo es nuestro, también la mujer, de ahí que niños de 15-16 años puedan pensar que una mujer es suya”.
Las sensaciones y los sentimientos se entremezclan porque toca adentrarse en otras realidades, conocer el proceso administrativo y judicial que implica la violencia de género, conocer por el camino servicios “como el del Centro de la Mujer, que es muy positivo” y saber que en el camino la víctima, si quiere, no está sola. “Entiendo que haya gente que no tenga ese arrojo porque tenga pudor a contar sus miserias, pero es necesario, no se puede aguantar”, puntualiza alguien que conoce por sus nexos familiares muy de cerca la violencia de género.
*Por deseo expreso de la persona entrevistada se han mantenido el anonimato en el texto
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