«Los ramos de flores, el lo siento y el perdón del día siguiente no valen para nada, quien maltrata una vez lo va a volver a hacer». Ese es el mensaje que quiere lanzar después de muchos años sin poder verbalizar que fue una mujer maltratada, sin hablar en profundidad de aquellos que «te roban parte de tu vida». Prefiere mantenerse en el anonimato, pero cuenta su historia con la esperanza de que le pueda servir a alguna mujer que esté viviendo el proceso, el periplo, la injusticia, que ella vivió. Para ellas, para todas, profundiza en el mensaje: «se sale, de esa situación se sale, pero denunciando y dejando al maltratador; a su lado, jamás». Por eso, incide una y otra vez en que «hay que dejarle a la primera señal, no esperar a la segunda, no se pueden consentir humillaciones, ni vejaciones, ni insultos, a la primera señal hay que dejarle. No hay que confiar en un cambio que nunca llega».
Han tenido que pasar unos cuantos años para que esta mujer se siente a hablar de su experiencia, lo hace con el convencimiento de «tenerlo superado», pero eso no implica que las cicatrices no vuelvan a enrojecer, a escocer. «Siempre quedan secuelas, si no quedaran podría hablar tranquilamente de este tema y no es así. Pero he hecho mi vida, he conseguido dejar a un lado esa historia, me considero una afortunada porque tengo a gente a mi alrededor que me apoya», relata. A pesar de que «te acostumbras a vivir con miedo, todavía miro de vez en cuando hacia atrás», realza que «siempre merecerá la pena luchar por salir de ese agujero porque eso no es vida. Es una etapa que puede pasar, lo importante es vivir y si te quedas ahí atrapada no tienes vida».
Sobra decir que no es un proceso fácil, sobra decir que el miedo lo oscurece todo y sobra decir que cualquier relato de una mujer maltratada estremece. Es un sin sentido. A ella, a esta mujer que guarda con celo algunos detalles para proteger a los suyos, le inculcaron desde pequeña la necesidad de valerse por sí misma, de ser independiente, pero la vida le llevó por otros derroteros. Su primera pareja no tardó en mostrar su verdadera cara, después de los insultos y las vejaciones llegaron los golpes. «Aguanté porque no podía ir a ningún sitio, dependía económicamente de él, tenía niños pequeños, sabes que no es lo que quieres, pero ahí me quedé», cuenta. Callaba y aguantaba ante la sinrazón. «Muchos de los episodios de malos tratos empiezan con los celos, es una señal de alerta fundamental, al menos por mi experiencia. La primera vez que me agredió fue porque había estado muy simpática con unos amigos que habían venido a casa, eran compañeros suyos de trabajo y venían con sus mujeres, intenté ser amable. Esa fue la primera vez, por eso digo que, si una persona no confía en ti, déjala, esa relación no tiene fundamento», explica. A ese respecto no quiere dejar pasar la oportunidad para incidir en que «ahora parece que los celos están bien vistos, es que estamos retrocediendo, parece que se nos ha olvidado todo lo que hemos luchado».
Después de aquel primer episodio vinieron otros y aunque no hubo denuncia, la separación definitiva llegó tras una agresión con un martillo. Ahí supo que había que poner fin a una historia que había durado ya demasiado. Tocó empezar de nuevo. Y lo hizo, con la mala suerte de que en su camino se cruzó otro maltratador, otro hombre que no sabe querer. Entre ambas historias habían pasado unos años, la situación social era otra, pero los miedos fueron los mismos. Avisada por su entorno, le pudo la vergüenza, el tener que relatar algo ante lo que le habían prevenido y volvió a callar. «Fueron años horribles, no quería que nadie se enterara de lo que me pasaba, me daba mucha vergüenza». Calló ante los insultos y ante las agresiones con el afán de que nadie supiera lo que le estaba ocurriendo, calló noches en las que durmió con una navaja en el cuello, calló hasta que una paliza la llevó a dar el paso. Denunció y empezó otro calvario. Después de la separación el acoso, los insultos y los malos tratos continuaron, a pesar de un entorno que se afanó en proteger a la víctima.
La acción de la justicia
«Tapé hasta que llegó el momento en el que no podía más, llega un día que tienes claro que pase lo que pase hasta ahí has llegado. Ahora, por suerte, estamos mucho más concienciados, pero yo tuve que poner muchísimas denuncias hasta conseguir una orden de alejamiento, pero fue por una paliza muy grande», relata. Entre tanto, quedan las visitas del maltratador a su hijo, los miedos cuando se lo lleva y también el contacto que es aprovechado para seguir vejando, para seguir extendiendo el maltrato. Ella lo tiene claro, «un maltratador no puede ser un buen padre, porque es una mala persona, entonces no va a ser bueno para nadie».
A la importancia del entorno suma el acompañamiento que se le debería dar a la víctima, además de reivindicar que «los protocolos son importantes, las mujeres que denuncian tienen que estar arropadas, es un momento muy importante». «Es un proceso doloroso, vergonzoso, humillante y ante la primera alerta hay que tomar medidas» y prosigue apuntando que «es fundamental que los jueces tomen cartas en el asunto a la primera señal. En el momento que decides separarte corres mucho peligro, al igual que cuando denuncias. Yo pediría un acompañamiento en ese momento, yo tardé tiempo en poner la denuncia, pero hay mujeres que jamás lo hacen. Si vemos las estadísticas de este año y el pasado, muchas de las mujeres asesinadas estaban en el momento de separarse, hay que ayudarlas».
La vida después de los golpes
Después de esos años «horrorosos» llegó la calma, el sosiego, el recomponer las piezas de la vida. Y hay dos cosas que esta valiente, tiene muy claras, «lo importante es volver a vivir», lo segundo, «salir de ese tipo de relaciones tóxicas y no consentir que una persona te haga sentir inferior hasta el punto de llegar a maltratarte por su propio complejo de inferioridad». «Yo hoy no consentiría que nadie me maltratara, ni lo más mínimo. Pero ni pegarme, ni insultarme, ni cualquier otro tipo de maltrato. No volvería a consentirlo ni un solo día. Si pudiera dar un consejo sería ese, no consientas ni una, a la primera señal de alerta hay que alejarse de esa persona. A la primera», sentencia.
Hoy 25 de noviembre toca salir a la calle, con el violeta por bandera, para «visibilizar un problema al que hoy ponemos más voz, pero que está presente durante todo el año, aunque para mí este día es importante, es importante para mí». Lo dice con cierta rabia porque le gustaría «una mayor implicación de la gente más joven, parece que con ellos no va esto» y también porque condena las voces y el discurso que «nos está haciendo retroceder, la violencia de género existe, no puedo decir que no haya denuncias falsas, pero sí que son mínimas y estos falsos discursos no pueden hacer que retrocedamos en un tema como este».
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