Por Juan Pedro Dueñas Santofimia
El catedrático del Departamento de Historia de la Universidad de Jerusalén, Yuval Noah Harari, en su reciente best seller “Sapiens, de Animales a Dioses”, desarrolla una interesante y curiosa teoría que califica como “el mayor fraude de la historia”, partiendo de una pregunta: ¿Por qué hacer cualquier otra cosa cuando tu estilo de vida te da de comer en abundancia y sostiene un rico mundo de estructuras sociales, creencias religiosas y dinámicas políticas?
La aparentemente idílica forma de vivir de los homo sapiens cambiaría hace unos 10.000 años cuando empezaron a dedicar casi todo su tiempo y esfuerzo a manipular la vida de unas pocas especies de animales y plantas. El “homo sapiens” se ve obligado a fijar su sede, hacerse sedentario, con el fin de prestar cuidado a la plantación de esas semillas que le proporcionarían, junto con la carne de los animales domesticados, sus alimentos necesarios, y solo a cambio de cuidar tanto de las plantas, como de los peligros amenazantes de los animales que garantizaban su despensa.
Así, contrariamente a la creencia de la conquista del hombre sobre sus elementos, fue éste quien resultó domesticado por aquellos, renunciando a su libre circulación por el mundo selvático que constituyó su despensa, garantizando su seguridad frente a sus depredadores a través de la agrupación en pequeñas tribus de comunión en la causa de la supervivencia. Domus (casa), domesticación, (sujeción a la casa). Sería el hombre quien, tras la aparente domesticación, resultaría sujeto a la tierra.
Una primera gran transformación de la libertad absoluta del ser humano reducida a la condición de ser dueño/esclavo de animales y plantas domésticas. Harari, a esta transición, la califica, en el citado libro, como “El mayor fraude de la Historia”.
Quizás por su propia esencia, el ser humano necesita ser sometido por diversas e inconfesables circunstancias o razones, a cambio de su inconsistente espíritu de libertad, a renunciar a sus principios naturales por garantizarse la seguridad, ese espíritu de conservación siempre atenazado por fuerzas misteriosas e incomprensibles. En esta línea, de manifiesta debilidad, ha sido víctima a lo largo de la historia de grandes estafas, que vendidas como conquistas sociales, encubren una más terrible realidad.
Una segunda estafa histórica puede fijarse, dentro del modernismo civilizado, durante los siglos XVIII al XX, con la revolución de los llamados derechos fundamentales del hombre como individuo social.
Tras el absolutismo de las monarquías medievales, el ser “social” además de seguir sujeto, en una mayor parte al terruño “domesticado” debía prestar auxilio, como soldado guerrero, a los monarcas y señores feudales en sus contiendas bélica para el mayor acopio de poderes y riquezas, esclavizándose a dos señores: el terruño y el señor feudal de turno que, bajo apariencia de tutor y garante de su vida en libertad, lo utiliza a su antojo y capricho en las contiendas que promueve, ajenas a los intereses de quienes luchan en ellas, determinando con mayor sujeción su libertad a nuevas necesidades impuestas, la tierra que le ocuparía el resto del tiempo no dedicado a defender a su “domus” que además, queda sujeto al pago de impuestos, y apenas si le permitía malvivir de la mísera productividad.
Con la llegada de la revolución intelectual, el racionalismo metodológico como sistema de pensamiento para el progreso, quiebra el sometimiento de los “domesticados,” a los monarcas y de nuevo cambiaría de dueño, cediendo parte de sus derechos individuales para la creación del Estado común que garantizaría esos supuestos derechos fundamentales de libertad, justicia e igualdad. Los nuevos señores protectores pasan de ser los monarcas absolutistas, administradores y titulares de esos derechos, a los modernos estadistas, liberando a éstos de las posibles responsabilidades como administradores de derechos sociales que siguen utilizando, al igual que aquellos, a su capricho e interés.
El “homo sapiens” ha evolucionado (según le han hecho creer) a “homo inmbecillis”. Esa libertad natural del sapiens, en que todo dependía de sus propias decisiones, limitadas a la supervivencia, ha ido reduciéndose al extremo de que, bajo la búsqueda de un proteccionismo garante de su seguridad, frente a los supuestos peligros que él mismo genera, va convirtiendo al sujeto individuo en un simple número contable, en un mundo gobernado por el dinero en manos de las finanzas.
La globalización, esa entelequia fraguada en los dos últimos siglos, tras la llegada del modernismo industrial, hoy a escala planetaria, a la que le han puesto como nombre seductor “la nueva economía”. Volvemos a cambiar de señor, éste con menos responsabilidad frente a la protección individual del ser humano. Ahora el señor, es el dios globalizador, el nuevo “domus” muy lejano del primigenio de la materia garante de la despensa, ahora es el dinero, motor de las grandes finanzas, quien dirige el destino de los seres. Un nuevo señor, el Leviatán a quien se dice contrarrestar mediante la internacionalización del sujeto, con un denominador común, la sociedad de consumo.
El ser sujeto ha pasado a ser un individuo codificado mediante un sistema numérico que le hace partícipe del destino del valor moneda, de cuya seguridad nadie responde. El “homo sapiens” ha entregado su alma al diablo, y su destino ha quedado ligado al resultado de las inversiones financieras.
Hoy el descendiente de “homo sapiens” tras pasar por el estado de homo imbecillis, se ha convertido en “homo pecus” por mor de su estupidez, aceptando la gran estafa de la Globalización como universalización del reconocimiento de los derechos fundamentales del ser humano, y debe preguntarse: De qué seres ¿delSapiens? ¿del Erectus?, ¿del Neherdental?, ¿del Imbecillis?, ¿del Pecus? A buen seguro que la respuesta a esa pregunta será un difícil pero profético destino: La desaparición del sujeto-ser que, tras pasar a sujeto-individuo, se ha convertido en sujeto pecuniario y como tal reducido con el tiempo a reconvertirse de nuevo en el primitivo “homo sapiens” de cuyo estado le resultará más difícil salir debido a que le ha sido restada su inteligencia como facultad de discernir libremente sobre el análisis de su pensamiento y uso de su libertad.
Tras esa apocalíptica evolución de la humanidad, también cambiarán los dioses a los que adorar, como garantes eternos de nuestra salvación, las religiones monoteístas, sin duda, adoraran a la Diosa Pecunia, y las religiones politeístas, más prácticas y racionales, adorarán a los dioses Dólar, al Dios Euro, a la Diosa Libra, o al Dios Lempira, y el nuevo homo “Sapiens” volverá a ser el mismo del principio, el mismo perro pero con collar engarzado con monedas en desuso, reliquias de otros tiempos en que por culpa del homo “imbecillis” no habríamos aprendido nada.
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