En una época de continua recomposición social, los tiempos intentan encajarse para ir dejando a un lado las renuncias. No tuvo lugar en febrero, cuando el Covid-19 golpeaba a la comarca, pero el pregón de la Virgen de Luna sí supo encajar en el mes de mayo, una semana antes de que la cofradía pozoalbense regrese a la patrona de la localidad a su santuario. Juan Bautista Escribano Cabrera realizó en la noche de ayer sábado su pregón, «sin la esclavitud del calendario», mirando y sacando al niño que una vez fue, haciendo suyas las palabras de Federico García Lorca: «Yo sueño ahora lo que viví en mi niñez», envolviéndolo en un sentido homenaje a sus progenitores, cargándolo de poesía y de música. Un pregón lleno de historias que invitaban a caminar porque «hoy más que nunca vivir es caminar y caminar es vivir».
El pregón arrancó con unas imágenes de la romería de llevada del año pasado, aquellas en la que la Virgen de Luna «partió casi sola, en silencio y por la puerta de atrás», pero que evocan para el pregonero la necesidad de seguir hacia delante. «Nunca te entregues ni te apartes junto al camino, nunca digas no puedo más, aquí me quedo, otros esperan que resistas, que les ayude tu alegría», entonó Juan Bautista Escribano recogiendo las palabras del poeta José Agustín Goytisolo. Y a partir de ahí arrancó ese camino donde no tardó en salir el «maestro de pueblo» recogiendo la propuesta del italiano Gianni Rodari y su idea del ‘binomio fantástico’ que consiste en elegir dos palabras al azar y crear historias en torno a las mismas. El pregonero eligió vecino y madre.
Su historia giró entonces en torno a esos progenitores que «han sido mi inspiración». Tomó «la memoria como deber» para contar una historia de vecindad familiar con el santuario de la Virgen de Luna, una historia cargada de generosidad y donde el pregonero encuentra alguna de las raíces para su designación como tal, la relación familiar y, especialmente de su padre, con la cofradía de la Virgen de Luna. Un homenaje cumplido. Con la otra palabra de aquel binomio, madre, llegaron otros que arrancaron con palabras de admiración y un beso al cielo, sin nombres propios pero evidentes que ya se habían iniciado en la elección de quien precedió al pregonero, su sobrino Francisco Escribano.
Entonces apareció de nuevo la poesía, esta vez de Hilario Ángel Calero, y la voz de Pili Acaíñas que acompañada a la guitarra por José Luis Ballesteros y Juan Ruiz convirtieron en sevillanas, de estreno, los versos del poeta pozoalbense. «Nunca ha sido perfecta, pero cómo me ha querido», dijo el pregonero hablando de esa madre que le inculcó «las ganas de aprender, el amor por la lectura y eso me dio alas para volar, forjó mucho de lo que hay de maestro en mí». Reivindicó entonces Juan Bautista Escribano el valor de la tarea que hoy padres y madres realizan al entregar su tiempo y su saber a sus hijos, hasta que puedan volar solos. Un momento en el que «sueltas la mano que te había llevado hasta allí», cuando aparecen los amigos, cuando el camino se hace de otra forma, cuando forjas tu propia identidad, sustentada en los valores recibidos, cuando eliges las manos que te acompañarán y cuando das vidas a quienes te toca acompañar. Se cerró el círculo.
Pero antes hubo tiempo para la esperanza y para la plegaria. La esperanza la plasmó en un lugar al que reconoce no faltar por lo que le evoca y así lo reflejó. «Qué tiene el arroyo hondo, como Pedroches eternos, vivos, ardientes de un sol ardiente, imperturbables antes los vientos y el frío. Como Pedroches forjados de canto y llanto son los padres con sus hijos que se aprietan esperando. Como Pedroches de historias y de leyendas de un moro, de una pisada imposible, cruces mágicas de lagartos y de ventas. Nadie se mueve porque hoy es tarde de espera. No se la quiere perder el sol, ni se marcha ni se queda y de puntillas se asoma tras de los cerros azules de nuestras azules sierras. Se extingue la claridad, pero la claridad llega. Qué tiene este arroyo hondo con su hondura de siglos que el tiempo perdió las riendas. Los relojes se han dormido, una tarde que es eterna, que es de noche y es invierno y los ojos incendiados brillan como amanecer de rocío y de primavera. El sol se rinde a la luna, es a ella a quien esperan. Qué tiene este arroyo hondo casi al final del camino, que me siento solo y pueblo que a nuestra virgen aguarda y se funde en un abrazo. Pozoblanco con tus manitas de niño, con tu bollo y con tu hornazo. Qué tiene este arroyo hondo que de aquí nadie se mueve ni se marcha, que en el Pozoblanco espera, que hoy es tarde de esperanza».
En la plegaria pidió ayuda para las personas que se han enfrentado y enfrentan al Covid, pero también para que Pozoblanco sea un pueblo de acogida, para que «nuestros jóvenes encuentren razones para quedarse». Fue entonces cuando el camino finalizó, al menos, el realizado de manera conjunta en el Teatro «El Silo». Fue entonces cuando Juan Bautista Escribano Cabrera metió a ese niño al que reivindicó a través de la inocencia y a sus vivencias en la larga historia de los pregones de la Virgen de Luna. Lo hizo en mayo, sin las ataduras del calendario, ajustando, con verdad, entre alegrías y fandangos, aquel traje que ante la llamada del capitán de la cofradía, Juan García, dijo venirle grande.
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