El PSOE confirmó en el día de ayer el viraje que venía preparando desde hace meses y que se inició a nivel público con la destitución de Pedro Sánchez como secretario general de los socialistas. Ayer, el Comité Federal votó dos resoluciones y ganó la que apostaba por abstenerse frente a un gobierno del PP de Mariano Rajoy. Se consumó la segunda traición del partido a su militancia en apenas un mes. La primera se constató cuando se cargaron a Pedro Sánchez, un secretario general elegido por las bases en unas primarias; la segunda cuando tomaron una decisión de espaldas a quienes mantienen en pie al partido, sus votantes.
La escisión en el partido es clara y evidente y podría ser aún mayor si se impone la votación en bloque y no la llamada abstención técnica, es decir, que ciertos diputados socialistas puedan mantener el «no es no» que vienen defendiendo ante los suyos -no en el seno del partido, sino en la calle y ante sus votantes- desde que las segundas elecciones generales depararon un resultado que hacía imposible la gobernabilidad sin pactos. Cierto es que el PSOE no ha pactado un acuerdo de gobierno con el PP y que su discurso pasa por ser clave e imponer sus políticas dado que los populares necesitarán acuerdos puntuales para sacar adelante proyectos.
Por ahí pasa el salvoconducto de un PSOE que vende ese argumentario aunque los más díscolos ya lo contrarresten con las supuestas cesiones que tendrán que hacer siempre «por el bien de España». Decía Alicia Sánchez Camacho esta misma mañana que había que aprobar unos presupuestos que hicieran sufrir lo menos posible a los ciudadanos españoles. El PSOE no llevará sus políticas hacia adelante como muchos quieren hacer ver porque el PP esté condicionado por su abstención, las políticas económicas no darán un vuelco sino que seguirán imponiéndose desde Bruselas y el PSOE volverá a ser cómplice del PP.
Ahora toca ver cuánto se alarga esta situación, si lo suficiente para que el PSOE vislumbre algo de recuperación o en ese momento el partido que hoy pide respeto por su máximo adversario político -tiene bemoles la cosa- da otro golpe en la mesa y acorta la legislatura para certificar la mayoría absoluta. Una opción, por cierto, que muchos populares habrían firmado en estos momentos y por la que más de uno hubiera apostado, que ayer ganara el no para pasar a unas terceras elecciones donde esa mayoría podría haberse conseguido.
¿En resumen? Tras diez meses sin gobierno, después de los escándalos de corrupción, después de las vergüenzas como país, después de las políticas de recortes, después de los rescates a la banca, después de saber que hoy hay trabajadores pobres en este país… Después de todo, todo sigue igual. La derecha más fuerte, sin despeinarse, a pesar de sus paseos por los juzgados. La izquierda desmembrada, haciendo otra guerra, y el partido que tradicionalmente ha representado a esa izquierda, a los pies de su rival político y dando la espalda, otra vez, a sus votantes.
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