Uno que ya lleva algunos años en esto del periodismo, varios de ellos trabajando muy cerca de personas que han sufrido un daño terrible en sus vidas, ha aprendido a tomar las noticias siempre desde un punto de vista negativo. Siempre. Bueno, más que aprender, se trata de una interiorización cruel que da el paso de los años y la experiencia.
Uno, que ha podido comprobar de primera mano lo que significa sufrir estrés postraumático para las víctimas al enfrentarse con imágenes y recuerdos del dolor sufrido en los medios de comunicación, cree poder sentarse frente al ordenador para escribir del daño que esos medios de comunicación pueden hacer a una persona o a una familia con determinadas maneras de tratar la información.
Unas maneras repulsivas que, lamentablemente, vuelven una y otra vez cuando hay víctimas. Y que se hacen especialmente crueles y macabras cuando se trata de niños o niñas. Lo vivimos con Toñi, Míriam y Desirée hace muchos años, con Gabriel y Julen no hace tanto y, por desgracia, lo estamos sufriendo estos días con el caso de Anna y Olivia.
Voy a ser tajante: esa manera de tratar la información, esa apuesta y permanencia en el morbo, esa búsqueda constante del clickbait, esa forma de sin escrúpulos de tratar casos tan delicados… eso no es periodismo. No, no lo es. Nunca lo será. Eso es basura.
Basura. Y me ahorro el calificativo de aquellos que tratan así ese tipo de información, aunque es fácil de imaginar.
Por desgracia, en nuestro país, periódicamente, surge una nueva oportunidad de haber aprendido de lo anterior. Con demasiada frecuencia. Y es que la sensación es clara: muchos medios de comunicación parecen frotarse las manos con el asesinato de niños y niñas, fomentando en todo momento el morbo, las conexiones en directo, las imágenes escabrosas… todo por la audiencia.
A todos los que fomentan eso les preguntaría: ¿Qué aporta eso a la información? Y muchos de esas personas me rebatirán que sí. Pero se equivocan: la carnaza no ha sido, no es y no será nunca periodismo. No aporta nada a una noticia y lo único que puede hacer es daño. Daño a la familia de las víctimas de ese caso. Pero también puede causar un dolor atroz a otras víctimas de casos similares. Eso pasa. Siempre. Pero estos medios de comunicación deciden mirar para otro lado. Todo sea por los datos de audiencia y el clickbait.
No quiero dejar pasar la oportunidad de citar a la otra parte de la cuestión: las redes sociales. Lo que debía de ser una herramienta perfecta para evolucionar como sociedad, se ha convertido en el caldo de cultivo perfecto para verter mierda. Ni más ni menos. Estos días, pasarse por los comentarios de cualquier noticia relacionada con el caso de Anna y Olivia es, cuanto menos, repugnante. Esa búsqueda continua de morbo resulta cuanto menos llamativa. Al igual que convertir en batalla campal virtual la muerte de unas niñas es, simplemente, repugnante.
¿Cuál es la manera correcta de tratar este tipo de información?
Esta pregunta tiene muchísimas respuestas y posibilidades. Pero todas tendrían un nexo en común: el respeto.
No se puede entender el periodismo sin respeto.
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