Incredulidad es lo que siento al comprobar la campaña antifeminista que se está generando en las redes sociales en las últimas semanas. Como un mantra veo a mujeres compartir imágenes o referencias con el famoso “no me representan” en alusión a anteriores ochos de marzo.
Y mi pregunta es ¿qué es lo que no te representa?, aquellas mujeres que salen a la calle a defender la igualdad tan manida, que no efectiva ni real, aquellas mujeres que han dado un paso al frente y han luchado por conseguir ser productivas en un mundo laboral lleno de hombres, aquellas mujeres que pelean por conseguir una equiparación salarial, aquellas mujeres que luchan por una conciliación real y no sobre el papel, aquellas mujeres que piden igualdad en el trabajo doméstico, aquellas mujeres que piden un reconocimiento por un trabajo no remunerado en casa o al cuidado de familiares, aquellas mujeres que son las que representan mejor que nadie la lucha por la igualdad. En definitiva, aquellas mujeres y hombres, porque esta lucha es de todos, que han conseguido que paso a paso, día a día, seamos un poco más iguales.
El 8M parece que molesta, que duele, hasta tal punto que el término “feminista” se ha convertido en el eufemismo de “feminazi”, y preocupa comprobar como esos términos se están desvirtuando en la sociedad, convirtiéndose en proclamas de sectores conservadores que parecen que quieren denostar el trabajo y los logros conseguidos por el feminismo, hasta tal punto de convertirlos en una radicalización de un movimiento social, porque parece ser que en esta sociedad ya todo tiene que ser radical. O estás conmigo o estás contra mí. Si eres feminista estás contra los hombres (nada más lejos de la realidad). Pero como bien me explicó en una ocasión la presidenta de una asociación feminista, el término radical proviene de la raíz, del origen del problema, y no de la radicalización de sus acciones y manifestaciones para conseguir resolver la cuestión primitiva. Por todo eso entiendo que ser feminista es pararse ante una situación que no creas correcta para corregirla, atajarla y amoldarla a una realidad social cambiante.
En una charla sobre la igualdad de hombres y mujeres, sobre feminismo y micromachismos, alguien me dijo “las mujeres hemos querido salir a trabajar sin dejar de ocuparnos de todo lo que hacíamos antes”. Porque somos mujeres primero, pero también hijas y madres, esposas, amigas, trabajadoras, etc. Y queremos llevarlo todo adelante, queremos luchar por una igualdad real en el trabajo, cuando no hemos sabido soltar la mochila que como mujeres se nos colocó nada más nacer. Y fuimos nosotras las que quisimos ser personas productivas ante todo, reconocernos en nuestro trabajo, en nuestra familia, sin pensar en el alto precio que debíamos pagar. Sin ser conscientes quizás de la doble carga que debíamos soportar, trabajo y hogar, y aun así, aceptamos un sueldo por debajo de los hombres, tener que demostrar más valía por ser mujer para llegar a puestos de representación, a que con maña y menos fuerza podíamos hacer trabajos físicos siempre ligados a los hombres. ¿O me vais a negar que aún haya gente que se sorprende por ver a una mujer mecánica o chófer de tráiler, o a hombres dedicados al cuidado de personas mayores e hijos, o en tareas de limpieza del hogar? Si no somos capaces de normalizar aún que hombres y mujeres somos iguales ante el trabajo y el hogar, cómo vamos a ser capaces de dejar atrás la lucha del feminismo.
Hace tres ocho de marzo hubo una huelga feminista a la que sumaron miles de mujeres que entendieron que era hora de parar para que se echara de menos su trabajo, para que se equipararan los sueldos, para que el trabajo doméstico sea entendido como lo que es, trabajo, para dejar atrás los micromachismos que hemos asumido como propios. Y hace tan solo un 8 de marzo, las manifestaciones feministas fueron acusadas de ser el germen de la expansión del Covid-19, como si ese día no se hubieran celebrado partidos de fútbol con las gradas llenas, eventos culturales con el aforo al completo, bares concurridos, mítines políticos y otras algarabías propias de una sociedad que gusta de celebrarlo todo junto a los suyos. Y ahora, un año después, se vuelve a criminalizar la sola idea de manifestarse para luchar por la igualdad de hombres y mujeres, cuando hemos asistido a manifestaciones en plena pandemia por la escuela concertada, por la defensa de la hostelería y el comercio, entre otras. Pero no, esas manifestaciones no cuentan, porque se siguieron las normas de seguridad sanitarias. Las mujeres y hombres que este 8 de marzo quieren salir a la calle son radicales que no saben respetar las distancias, que no se preocupan por la salud de los suyos, que quieren crear una cuarta ola de la pandemia mundial. Debemos ser locas, histéricas, radicales y ultras si no se nos permite salir a la calle para defender nuestros principios. ¿No os recuerda eso a algo del pasado? ¿No son estigmas con los que la mujer ha debido de luchar durante siglos? Y de nuevo volvemos al principio, a tener que demostrar que la igualdad que proclama el feminismo es solo igualdad y debemos hacerlo con tranquilidad, con seguridad, con acciones silentes, con sutiles gestos, porque molestamos a los demás, porque duele ver a las mujeres luchar por sus derechos. Si aún nos tachan y censuran la simple muestra de un pecho o un pezón de mujer en las redes sociales, cómo no va a molestar que queramos mostrarnos enteras, tal y como somos, mujeres, al fin y al cabo.
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