Hace un siglo que un grupo de mujeres decidió celebrar en algunos países europeos el Día Internacional de la Mujer Trabajadora. Cien años distan desde aquel hecho y hoy con esta huelga planteada por la Comisión 8-M nos toca reflexionar sobre los logros obtenidos y lo mucho que queda por hacer.
La historia no nos trató muy bien a las mujeres, es un hándicap que sobrellevamos sobre nuestros hombros desde el comienzo de los tiempos. La imagen bíblica de Eva pecadora, la fábula que nos presentaba como nacidas de la costilla de Adán, la idea absurda de ser concebidas para hacer soportable la soledad del hombre, todo esto y más ha contribuido a marcar sobre nosotras la falsa idea de que en la construcción de la humanidad, llamémoslo así, fuimos creadas como algo secundario, de menos valor y siempre a la sombra del hombre.
Aquellos que nos robaron parte de nuestra dignidad, se preocuparon bien de imponernos demasiadas obligaciones y nada de derechos. Se nos excluyó de la vida pública, de lo social y de lo político. La maternidad era nuestro fin en sí mismo, procrear, satisfacer, cuidar, educar en lo impuesto. Se nos condenó a la ignorancia, al ostracismo, a no poder decidir y sobre todo, a no sentirnos libres.
Gracias a la lucha de tantas y tantas mujeres las cosas han cambiado; pero hoy, ocho de Marzo de dos mil diecinueve aún queda mucho por hacer. Aún sentimos que no nos valoran lo suficiente en nuestros trabajos, que la igualdad salarial queda lejos de cumplirse; aún sentimos que el peso de nuestros hogares recae en mayor medida sobre nosotras, que necesitamos de la implicación de nuestras parejas, no sólo a ratos, sino todo el día, cada hora, cada minuto. Aún sentimos que cuidar de los mayores es una tarea en solitario que se nos impone por tradición y moral, y no dejamos de pedir ayuda a nuestros compañeros de camino y a las instituciones sociales. Aún sentimos que somos juzgadas por nuestras ideas, por nuestra forma de vestir, por disfrutar de nuestro tiempo, de nuestro ocio, por empoderarnos, por decir un no a tiempo, por ser parte activa en nuestras relaciones sociales y de pareja. Aún, en pleno siglo XXI, tenemos miedo de que nuestra libertad a amar o dejar de amar suponga un riesgo vital.
Por todo esto, por lo logrado, por lo queda por hacer, debemos estar más unidas que nunca y tender la mano a los hombres para que sean partícipes de nuestra lucha, pues no queremos ser más, queremos ser iguales. Unámonos y empecemos a educar en igualdad; en nuestras casas, haciendo que nuestros hijos e hijas tengan las mismas oportunidades, y se sientan iguales; en los colegios, en el trabajo. Unámonos, en este día de alegría y de esperanza. Lo que consigamos no sólo será útil para nosotras; más allá, en el horizonte, está la vida de nuestras hijas, nuestras nietas, la humanidad hecha mujer.
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