El Padre Juan Ruiz se mete en faena en la segunda parte del libro y aprieta la pluma para hacer repaso de la historia de Hinojosa. Con más o menos fortuna estos “apuntes históricos” van desde la prehistoria hasta la invasión francesa. Así, el capítulo I trata sobre lo “prerromano”, es decir, desde el principio de los tiempos o de los poblamientos hasta la conquista romana. Habla de los restos de hachas de piedra que los lugareños de aquel tiempo llamaban “puntas de rayo” y no anda muy equivocado cuando afirma que esta zona ha estado habitada desde “muy antiguo”. Hay registros arqueológicos de tecnología musteriense datada en el Paleolítico Medio, relacionada con Neandertal, en el cerro del castillo del Cohete – o mejor dicho Cuete, explica el Padre Juan –. Cita los restos de cistas, armas, cerámica y amuletos encontrados en distintas fincas de Hinojosa siendo el más significativo “el curioso escaraboideo que conserva el Presbítero D. Manuel Barbancho Perea”. Sobre este amuleto habla Amadeo Romero Tauler, profesor del Colegio del Carmen en Hinojosa, en sus Aportaciones al estudio de la Hinojosa romana – publicado en el Libro Homenaje a Fr. Gregorio Barbancho, o.c. – y lo califica de “escarabajo egipcio” haciéndolo prueba del comercio que transitaba la zona, que atribuye a los fenicios.
Avanza el fraile en la cronología hasta los íberos para centrarse en las tierras que nos tocan: la Beturia Túrdula. En este interesantísmo título tira de Estrabón o Plinio, que nombra a las tierras entre el rio Betis y el Ana (Guadiana) como Beturia, que a su vez divide en la Beturia de los célticos y la de los túrdulos. Estos últimos, los túrdulos, acabarán perteneciendo al Conventus Cordubensis después de la conquista romana. Termina intentando aclarar los límites de la “Beturia turdulorum” [sic], tarea nada sencilla para el acceso a las fuentes que pudiera tener a principios del XX; y por abreviar, usando fuentes modernas y según afirma Susana Pérez Guijo “la Beturia Túrdula abarca el Valle del Zújar, el Campo de Azuaga de la Serena, la Siberia extremeña, Los Pedroches […] y el valle de la Alcudia”.
El capítulo II lo va a dedicar a lo romano, en particular a la región soliense, a la ciudad de Solia y al misterio de su ubicación. La búsqueda de Solia no es nueva y es algo que historiadores y eruditos llevan preguntándose durante décadas. Empieza diciendo “¡cuántas veces, […] autores poco críticos, o poco escrupulosos, han venido a embrollar y oscurecer estas cuestiones […] con sus afirmaciones gratuitas, o apasionadas!”; y qué quiere decir esto, pues que el personal ha intentado siempre arrimar el ascua a su sardina y ha ubicado Solia en la puerta de su casa. Allá donde hubiera un resto romano estaba Solia y claro el Padre Juan por querencia o por falta de fuentes o por ser las consultadas erróneas la acaba ubicando en terreno hinojoseño. Pero no. Hoy por hoy no son pocas las fuentes que apuntan que Solia está en el yacimiento de Majadalaiglesia en el Guijo.
El caso es que elabora su “argumento de probabilidad” y usando fuentes clásicas determina que seis son las regiones de la Beturia Túrdula: “Lasartanos, Selbisinos, la Sacilense, la Eporense, la Soliense y la Osintiada” y se interesa, además de por la Soliense, por la Sacilense (Pedro Abad) y Eporense (Montoro); las tres regiones que aparecen en el famoso trifinio de Villanueva de Córdoba. El fallo es que se lleva el límite sur de la la Beturia Túrdula hasta el Guadalquivir y en realidad ni Epora ni Sacili pertenecen a esta región. Pero siguiendo con el trifinio que para entendemos es un hito que colocado en un punto determina los límites de tres regiones distintas, en nuestro caso las de: Sacili, Epora y Solia. La piedra que está empotrada en la fachada de la iglesia jarota de San Miguel tiene una inscripción de cuya transcripción habla el cura largo y tendido bajando epigrafistas del cielo y elucubrando ayudado por los estudios de su paisano de Belalcázar, Angel Delgado, la posible ubicación de Solia. La cosa acaba encuadrando a Solia entre los términos de Hinojosa y Belálcazar, incluso el carmelita se calienta y afirma que “la antigua ciudad de Solia, cuyo núcleo céntrico y principal debió estar en Santo Domingo”; célebre ermita entre Hinojosa y Belalcázar.
Esta conclusión se apoya en el crédito absoluto que le da a los estudios de las calzadas romanas de Ángel Delgado. En el libro están transcritos parte de los que Delgado publicó en Diario Córdoba sobre las vías 11 y 29 del itinerario Antonino. La enorme tarea de campo que hizo este paisano, y que habría que poner en valor, tiene luces y sombras en cuanto a sus conclusiones. Ya en 1912 en el boletín de la Real Academia de la Historia, Antonio Blázquez, apoya la práctica totalidad del trazado que Delgado determina para la vía 11 que iba desde Córdoba hasta Mérida y que en nuestras latitudes pasa por Mellaria (cerca de Fuente Ovejuna), para llegar próxima al embalse del Cascajoso, atravesar el santuario de la Virgen de la Antigua, enfilar el Zújar con dirección a la Alcantarilla y seguir camino de Castuera a Medellín para llegar a Emérita Augusta. El problema está en la vía 29. Delgado descubre en la ermita de la Alcantarilla el comienzo de una calzada que termina identificando con la 29 y que atravesaba Los Pedroches de Oeste a Este conectando con Sisapo (La Bienvenida, Ciudad Real). La cuestión es que la existencia de esta vía – que pudo existir pero yerra en la identificación las ciudades de esta calzada – le sirve al fraile para consolidar su argumento de que Solia está en Hinojosa. Sin embargo, el detalle que desmonta la teoría del padre Juan es que desconocía por completo la existencia (confirmada, posteriormente, por la epigrafía funeraria) de otra ciudad de importancia en Los Pedroches: Baedro. Son varias las fuentes que afirman que Baedro está ubicada en el triángulo formado por Hinojosa, Belalcázar y el Viso; y ahora el que se calienta soy yo porque entiendo que la existencia de la enorme necrópolis romana en el paraje de los Cinco Puentes hace viable que Baedro esté en Hinojosa. La necrópolis está confirmada en el registro arqueológico de la provincia de Córdoba desde 1987 y el mencionado Amadeo Romero Tauler la describe ya en 1953. Incluso el alemán Armin U. Stylow – el Rafa Nadal de la epigrafía romana – identifica Baedro con la ermita de Santo Domingo. Esto último encaja con la descripción que el carmelita hace de tres vías o calzadas secundarias que saldrían del actual casco urbano de Hinojosa, al que llama suburbio de lo que él creía Solia. Estas tres vías que saldrían de la zona norte de Hinojosa: calle Calvario, calle Mesones y Charco pandero; acabarían entroncando en el actual camino de Santo Domingo que desemboca, según él, con la vía 29 que identificara nuestro amigo de Belalcázar, Ángel Delgado.
Amén de detalles etimológicos como el origen del nombre del río Zujar o del Guamatilla – que voy a dejar descubrir al lector – y de detallar, tras sus correrías a lo Indiana Jones, los hallazgos epígráficos, transcripciones incluidas; aquí termina el viaje del Padre Juan Ruiz por aquello que los romanos llamaron la Beturia Túrdula.
[Continuará]
*La Ilustre y Noble Villa de Hinojosa del Duque fue publicada por el Padre Juan Ruiz Ramos en 1923. La serie de artículos que estamos publicando parten de esa obra y lo hacen para poner en valor la historia de Hinojosa y también para acercarla a aquellos que la desconocen. Miguel Ángel Pérez Pimentel se acerca a esta obra usando su estructura general y algunos datos curiosos que animen a la gente a acercarse a un libro casi de obligada lectura.
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