¿Estamos rechazando, otra vez, nuestra cultura tradicional?
Hasta donde yo recuerdo, fue por la década de los años 70 del siglo XX cuando ocurrió algo de lo que después muchos ciudadanos se arrepentirían. El afán de llevar nuestra sociedad hacia la modernidad, con las nuevas formas de vida que se nos imponían desde las multinacionales, provocó en la ciudadanía un desmedido interés por desechar y desterrar aquellos “trastos viejos de los abuelos” y todo aquello que oliera a antiguo y al pasado. Con ellos también comenzó el olvido de una Cultura tradicional que, al menos hasta entonces, estaba conservada aunque fuera de una manera aletargada. Así, asistimos desconcertados a la desaparición paulatina de elementos patrimoniales, muebles e inmuebles, materiales e inmateriales, que por jamás se han podido recuperar. Inciso y excepción hago para los trabajos de recuperación de la tradición oral y costumbres populares que se han realizado por algunas personas, profesores y algunos grupos como Aliara y otras Asociaciones. Por cierto, hecho que no ocurrió en la mayoría de las Comunidades Autónomas, pero sí en Andalucía.
Con el transcurrir de los años y a duras penas, la Navidad occidental (al igual que en tantas otras facetas) ha pugnado por conservar su esencia, sus costumbres y su tradición en contra de la invasión de la cultura y la tradición anglosajona, que a la postre estamos adoptando y haciendo nuestra con la consiguiente exclusión definitiva de nuestras raíces y de nuestra identidad.
Y no hablo de religiosidad, que nos es el objeto de este artículo y que podría serlo de otro análisis, hablo de Cultura. ¿Por qué nos parecen más atractivas las tradiciones irlandesas, inglesas o americanas que las nuestras? Ya casi no oímos villancicos, tenemos Christmas Carols -seguramente como dicen algunos “es que suenan un poco catetos”-; cada vez hay más Christmas Market, que no mercados navideños, etc..; todo el marketing navideño nos dirige hacia los grandes centros comerciales, cerrados o abiertos, donde mayormente vemos decoraciones basadas en la tradición anglosajona y sólo se escuchan canciones y composiciones navideñas foráneas, en inglés y algunas veces hasta extrañas. Todo con el objetivo de incentivar el consumo, exclusivamente.
¿Dónde están nuestros villancicos, los que animaban las navidades de nuestros padres y abuelos?. ¿Dónde nuestros dulces de antaño que tanto echo de menos hogaño?. ¿Dónde nuestras niñas y niños que desde muy corta edad aprendían los villancicos con la ilusión de ganar su aguinaldo?; ¿Dónde han quedado los madroños, el romero, el moco de fragua, el serrín y todo aquello que agenciaban, con cierto ritual, nuestros padres para el Belén, aunque ahora sea sintético? ¿Dónde están quedando nuestros Reyes Magos?; ¿Dónde ha ido a parar aquella tradición arraigada en lo más hondo del alma de las personas? ¿Por qué desde algunos sectores sociales y políticos se empeñan en despreciar y hacer desaparecer esta parte de nuestra Cultura, si sólo están consiguiendo cambiarla por otra que no es la nuestra? Parece haberse olvidado también de que la Navidad española ha sido una de las más típicas de Europa.
Dirán ustedes que la vida cambia y evoluciona. Sí, pero yo entiendo que tenemos parte de responsabilidad en ello, los modos de vida también los cambiamos nosotros a nuestro entendimiento, pero si dejamos que nos dirijan en nuestras formas, usos y costumbres, ya no será nuestra vida. La identidad nos viene dada en gran parte por nuestros padres y nuestro territorio, pero también se enriquece y afianza con nuestro aprendizaje y educación. Si es habitual aceptar y beneficiarnos de las herencias de nuestros familiares fallecidos, ¿por qué no, igualmente, aceptamos simple y llanamente su herencia cultural, sin más? Responder todas estas preguntas daría para un largo e interesante debate, pero no voy a cometer el atrevimiento de responderlas.
Disculpen pues este alegato aderezado de un poco de rabia, pero también de pena y melancolía por esa desidia, impuesta o no, que conllevará la pérdida de un patrimonio adquirido por herencia, para cambiarlo por otro que no es nuestro y que nos están obligando a comprar. Sí, a comprar, para más Inri.
Al fin y al cabo y por aportar algo al debate causado por el fenómeno que se ha dado en llamar la España vaciada, creo que la Identidad también es un factor que influye en su evitación.
Por ello, con beligerante protesta, vuelvo a afirmar que la Navidad, la nuestra, es una tradición que se desvanece con nuestro consentimiento.
¡Feliz Navidad!
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