Poner a una sociedad frente al espejo no es un proceso sencillo porque siempre resulta retador y complicado enfrentarse a las miserias individuales y colectivas. Para reconocer los éxitos no hay problemas. Hace unas semanas la plataforma Netflix estrenaba el documental ‘Nevenka’, una pieza formada por tres capítulos que reconstruye el caso de la primera denuncia por acoso sexual en el mundo de la política española. Casi dos horas donde se narra y desgrana una historia que puso en el foco mediático a Nevenka Fernández al denunciar al entonces alcalde de Ponferrada, Ismael Álvarez, por acoso sexual. El documental, presentado en forma de miniserie, es altamente recomendable por innumerables cuestiones, pero lo es también por el espejo ante el que nos coloca, a todos.
Sin entrar a valorar los hechos porque la justicia ya lo hizo, resulta curioso que con la sentencia condenatoria al entonces alcalde las manifestaciones convocadas por aquel entonces fueran tan desproporcionadas. Hace veinte años de los hechos y en aquel entonces la sociedad en Ponferrada salió a la calle para defender a la persona que había sido condenada por la justicia por acosar sexualmente a una mujer, la friolera de 3.000 personas. Frente a ellos, 300 personas defendían a la víctima, pero también a una lucha que a día de hoy sigue siendo necesaria. Ella, la víctima, ya había dejado su ciudad natal atrás e incluso su país, huyendo del estigma, porque hasta a la más valiente le pesan las injusticias. Él, el condenado, volvió a presentarse algunos años después como alcaldable.
Ese es el espejo al que debe mirarse la sociedad y me dirán que hemos avanzado. Eso es incuestionable. Tanto como que la lucha feminista sigue siendo una herramienta necesaria y útil. El movimiento feminista elevó la voz tras una sesión del juicio que hiela la piel y que se produce cuando el fiscal del caso, José Luis García Ancos, quiere echar por tierra el testimonio de la víctima espetándole: «Usted, que no es la empleada de Hipercor que le tocan el trasero y tiene que aguantarse porque es el pan de sus hijos (…) ¿por qué no dice se acabó, me voy?». Unas palabras con las que la víctima no solo tiene que revivir su drama, sino sentir culpa por no haber encontrado las herramientas necesarias para defenderse. La mirada, otra vez, sobre la víctima. El movimiento feminista elevó entonces la voz y lo siguió haciendo después, abriendo camino para algo que hoy ya no es algo esporádico.
Porque el movimiento feminista consigue muchas veces darle la vuelta al espejo y que se refleje la estructura patriarcal donde se asientan los poderes fácticos de este país. Aquí, en Pozoblanco, también hemos tenido que gritar el «no estás sola» y hemos sido testigos de cómo la víctima es doblemente víctima. Siempre. Hoy los gritos son mucho más amplios porque afortunadamente la sociedad española en estos veinte años se ha ido transformando, pero no lo ha hecho por el mero pasar del tiempo. Lo ha hecho con la lucha de miles de mujeres que han querido transformar esa realidad, que trabajan diariamente en aras de conseguir la igualdad, que se dejan la piel en el camino.
No caigamos en la trampa, porque esa es otra trampa, la de pensar que la evolución, a mayor o menor ritmo, es fruto de la casualidad y no de los esfuerzos individuales y colectivos, de las reivindicaciones, de las propias injusticias que han generado olas de sororidad. Entre aquellas 3.000 personas que respaldaban a un sentenciado por acoso sexual se escuchó eso de «a mí nadie me acosa si yo no quiero», la simplicidad elevada a su máximo exponente. Lo es también el discurso utilizado por quienes defienden que estamos en una sociedad igualitaria, un discurso que nace del mero hecho de querer enterrar al movimiento feminista. Sin embargo, el espejo siempre nos devuelve a la realidad, por mucho que huyamos de la imagen que proyecta, y estaría bien saber qué tipo de sociedad somos, si formamos parte de los 3.000 o de las 300. Pero hay algo que no podemos olvidar, si hoy esas 300 personas se multiplican no es por azar, es por quienes día a día reivindican la igualdad, los derechos de las mujeres en todos los ámbitos de nuestra vida. Esa es una realidad como lo es que Nevenka Fernández se atrevió a dar un paso que la cargó de dignidad, de razón y de verdad, pero pagando un alto peaje personal y socialmente.
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