A Luci Naciones, 24 de Febrero de 2014
Querida Luci:
Hace muchos, muchos años, dos niñas intentaban ponerse de acuerdo sobre a qué iban a jugar aquella tarde. Finalmente, decidieron que jugarían a las maestras. Al momento, una dijo: “Me pido directora”. La otra quedó desolada pues comprendía, con tristeza, que si no ocurría un milagro, ella iba a ser la subalterna durante el tiempo que durase. Su mente realizó un último esfuerzo, antes de tirar la toalla, y cuando la primera se las prometía muy felices –como iluminada por el Espíritu Santo- ella grito: “¡Y yo, la inspectora!”.
Se dice que a nadie le gusta perder ni siquiera cuando juega al parchís (hoy la “play”) con sus seres más queridos (¿hoy la “play”?). Yo estoy de acuerdo y me parece algo que todos podemos comprobar, a poco que miremos el mundo. Nuestros problemas comienzan cuando la vida se convierte exclusiva y permanentemente en juego. Por una u otra razón, siempre estamos jugando y se da la paradoja de que -al ser un juego- nunca vamos del todo en serio y, al mismo tiempo, -por tratarse de un juego- lo que prima es ganar. Ganarle al otro, siempre y como sea. Ganar, ganar y ganar.
Con qué asco resuenan las palabras: ¡Eres un perdedor! aunque quien las pronuncie no tenga el menor crédito para nosotros y cuánta angustia y cuánto sufrimiento innecesario se precisan para presentarse siempre en sociedad como flamantes ganadores de todas las competiciones.
La responsabilidad de que nos ocurra esto es difícil deslindarla (la familia, la escuela, la sociedad, el progreso,…) y mucho más difícil si nos encastillamos en posiciones maniqueas de buenos y malos o de verdad y mentira. Para no equivocarnos voy a echar mano de ese certero (por ambiguo) refrán: “Entre todos lo mataron y él solito se murió”.
Yo no sé si es una tómbola, como cantaba la precoz Marisol, pero sé que la vida no es un juego. Como el poeta Jaime Gil de Biedma, un día (cada uno tiene el suyo) sentimos:
Que la vida iba en serio
uno lo empieza a comprender más tarde…
Querida Luci, es posible que ese descubrimiento signifique que nos estamos haciendo viejos, pero implica, en primer lugar, disfrutar con las victorias de los demás; no sentir nunca que el segundo es un perdedor (por mucho que lo asegure Nike en sus campañas publicitarias); no competir con quien debo sumar; no sufrir por no alcanzar unas metas que no son mis metas,… y, además, ganar en tranquilidad y sosiego, que buena falta nos hace.
Ese día, incluso, empiezas a disfrutar de verdad los partidillos de futbolín con los amigos, el dominó, los cromos, la petanca,… y si consigues ganar un parchís ¡Eres el rey del mambo! y te importa un pimiento ser la directora, la inspectora o el mismísimo ministro Wert.
¿Y lo a gusto que se queda uno?
Tuyo afectísimo.
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