¿Qué me defina? Soy de los que el Domingo de Ramos exclamaba agitando la palma: <<Bendito el que viene en nombre del Señor>>. Y días más tarde agitando los puños: <<¡Crucifícale. Crucifícale!>> ¡Uno de tantos!

Hilario Ángel Calero

 

Como me conozco desde el principio de los tiempos, siempre he sabido que soy un tipo al que, por más empeño que pongo, nunca le resultó sencillo entrar por esa puerta que llaman de la normalidad de la norma o el canon del cómo debe ser. O me doy en la cabeza o me atasco en las costillas o se me traba el dedo gordo del pie izquierdo que, al ser zurdo, se halla como más desarrollado.

Menos mal que, a veces, el azar se disfraza de hada madrina para ofrecernos, por sorpresa, un regalo y cuando pensábamos que ahí quedaba la cosa (como en los tiempos en que se paría sin ecografías previas y llegaba el mellizo sin esperarlo) nos sorprende con un segundo obsequio: Dos regalos, al precio de uno. 

Este preámbulo es para relatar que, una calurosa tarde de junio, la Hilariada, inusualmente larga, que he escrito arriba, apareció por mi casa con dos regalos debajo del brazo. 

La primera dádiva me desvela el arrojo de su autor para plantar cara a lo que se le venía encima: Hombre, si hoy, descubierto el fuego y asumida la marcha bípeda, con lo que decimos haber avanzado, estamos dispuestos a lo que sea por figurar como normalmente normales y políticamente correctísimos, imagino en un Pozoblanco (o donde quiera que fuese) mucho más cateto e intransigente… Alivia que alguien tuviera el atrevimiento de alzar la mano en la asamblea de los justos y exclamar alto y claro: “Soy un tipo lleno de contradicciones. Hoy digo blanco y mañana negro. Para qué negarlo si lo sé yo y quiénes me conocen.”

Vamos, que va el tío –Hilario Ángel- y tiene la ocurrencia. La repiensa. La madura. Se la cree. La asume en sus carnes. La escribe. La firma. La publica. Y, lo mejor, se queda tan tranquilo -¿O no?-. Respiro más sereno al conocer que hace años, en mi propio pueblo, alguien sintiera lo mismo que me pasa a mí: Que hoy voy de palmero hosannero suavón y mañana, puño en alto, de exigidor de condenas y crucifixiones para otros, sin reparar en gastos. Y es que soy así, me sale sin querer.

Bien pensado, ese primer regalo me concedió un saborcillo agridulce y, en parte, me dejó cabizbajo y taciturno, casi lanzado de boca al destierro (No como el Cid Campeador, acompañado de sus hijosdalgo), más solo que la una.

En esto, el espíritu de Hilario Ángel me sopla al oído: “Espera. ¡Que has olvidado el final!”. “¿Qué final?” -pregunto, deprimido como flamenquín en Viernes Santo de los de antes- “Que, lo reconozcan o no, el mundo está lleno de individuos así, como tú y como yo. Y que, a poco que vivas y pongas atención, comprenderás que no eres nada especial, sino: ¡Uno de tantos!”

Me abracé al segundo regalo (¡Uno de tantos!) y recordé aquel refrán de bofetada y bálsamo: “Mal de muchos, consuelo de tantos.” o ¿era de tontos? Y, con él debajo del brazo, me perdí por las avenidas de la imponente ciudad de las apariencias que, ahora que lo pienso, se asemeja demasiado a la de las verdades inquebrantables. 

3. ¿QUÉ ME DEFINA