“Cuando escucho a ciertas personas me doy cuenta de las tonterías que no estoy diciendo yo.”

Hilario Ángel Calero

 

Los viernes suelo disfrutar amena aparcería con un amigo con el que me une, entre otras materias que no vienen al caso, una-alopecia-hija-de-su-madre, responsable de que el límite de mi frente se confunda con los bajos de mi espalda.

Como un ritual, cada viernes, comenzamos nuestra reunión obligados a no tratar ningún otro asunto hasta que ambos hayamos aportado una ventaja (queremos convencernos de que existen muchas) de ser calvo. Mi amigo -yo no atesoro su paciencia- las anota religiosamente y guarda el catálogo, pues asegura que, algún día, todos-los-sin-pelo-del-mundo nos lo agradecerán.

El pasado viernes, mi aparcero la traía bien repensada y, apenas nos acomodamos en un rincón de la barra, esperó hasta que el camarero nos puso la cervecita y disparó: «Una de las ventajas de ser calvo es… que el calvo es capaz de resolver cualquier problema sin despeinarse». 

El otro se ríe con ganas y yo caigo en la cuenta de que llevo toda la semana renegando de ser un jodido calvorota y de que, además de hallar mil inconvenientes al asunto, no se me ha ocurrido ni pensar en una sola ventaja para abrir la aparcería. Me escruta esperando que enuncie una-de-las-muchísimas-ventajas-de-ser-calvo y yo lo miro con cara de póker… y de calvo, hasta que mi amigo proclama solemne: “Bueno, pues a pensar se ha dicho. Un compromiso es un compromiso.”

Y mientras hago como que pienso, él simula ojear un libro que no sé de dónde ha sacado. Lejos de reflexionar, con el silencio impuesto por mi acompañante, sin poder evitarlo, un servidor es arrastrado a escuchar conversaciones ajenas…

Por aquí, un individuo (raya perfecta y tupé) propone un arreglo del mundo a gran escala y desde todos los puntos de vista: social, político, económico, cultural, etc. y mira con sonrisa de suficiencia a quienes encuentran aquello irresoluble. Tras un somero análisis de la realidad, sugiere una solución tan simple, tan evidente,… que hasta yo me extraño de que no se me haya ocurrido a mí primero. Por allá se aborda el sobredimensionado e insustancial problema del agua en Los Pedroches. El proponente (melena John Lennon. ¡Envidia pura!) enumera las razones por las que no acude ni acudirá ni recomienda acudir a concentración alguna sobre este asunto. ¡Con las cosas grandes que tenemos entre manos! Ignoro si se refiere a las garrafas. Por más empeño que pongo, no pillo las razones. Será que me va faltando el oído… y remata la faena adornándose con un: Dejemos las cosas como están, hasta que las aguas vuelvan a su cauce. Pues espera sentado en la cola, me digo para mis adentros… Justo detrás de mí, alguien a quien no puedo ver, pero imagino peli-agudo (con pelo y sagaz), desenmascara a los políticos patrios. Reparte a derecha y a izquierda y, moviéndose en valores absolutos y opuestos: Bueno-malo. Culpable-inocente (Se le olvida responsable). Todo-nada. Nosotros-ellos… Culmina su parlamento sugiriendo que lo de España se arregla de manera muy, pero que muy fácil. Se dispone a explicar cómo, momento en el que alguien propone que pidan otra ronda… Y para cuando terminan de servir las copas, se ha colado –traidol– el tema del fútbol y yo me quedo sin saber cómo se arregla, de un plumazo, la política nacional… 

Cuando más concentrado me encuentro, mi amigo me saca de mi paseo por donde no debo y me hace prometer que para el próximo viernes aportaré dos ventajas. Asiento y respiro aliviado, al tiempo que me tiende el libro y me señala con el dedo un espacio donde se lee: “Cuando escucho a ciertas personas me doy cuenta de las tonterías que no estoy diciendo yo.” Siento que mi amigo me acaba de leer el pensamiento y comprendo que a los calvos se nos diga:“Se te ven las ideas”.   

Cerrado el acuerdo, comenzamos a desvariar y a enunciar nuestras propias tonterías, sin diferenciarnos para nada de aquellos que (si no llegan los indios y los pillan desprevenidos) conservarán durante años su cabellera.

7. CUANDO ESCUCHO...