Celebrar a los Machado es celebrar a la Literatura española en su pluralidad, en su lirismo más hondo y en su modernidad más arrolladora. La Fundación Ricardo Delgado Vizcaíno, en un gesto que honra no solo a Pozoblanco, sino a todo el panorama cultural de Los Pedroches, sitúa a la familia Machado en el centro de sus emblemáticas Jornadas de Otoño, que este año alcanzan un hito memorable: conmemorar los 150 años del nacimiento de Manuel Machado, el mayor de los hermanos, en el marco del centenario de una de las sagas intelectuales más deslumbrantes de nuestra Literatura. En un tiempo donde la Cultura con mayúscula tiende a centralizarse en las grandes urbes, Pozoblanco emerge como un faro de relumbrón, al menos testimonialmente, acogiendo a figuras de renombre como Eva Díaz Pérez, Rafael Alarcón Sierra y Alfonso Guerra, cuyas intervenciones prometen iluminar desde diversas perspectivas la obra, la vida y las rivalidades —reales o imaginadas— entre los dos grandes poetas, Manuel y Antonio.

Manuel Machado, el primogénito, representa al poeta dandi, modernista, heredero de Rubén Darío y forjador de versos donde la estética y la música se dan la mano. Su obra es un festín de formas perfectas, de imágenes brillantes que celebran la vida en sus múltiples matices. Con poemas como Adelfos, nos deja una lección de identidad y contradicción, y con su célebre Cante hondo abre una ventana lírica a la tradición flamenca, uniendo lo culto y lo popular. Por su parte, Antonio, es el poeta del alma española, que sabe hablar con desgarrada melancolía y sencillez luminosa al corazón de varias generaciones. Desde los proverbios y cantares de su Campos de Castilla hasta los hondos versos de Soledades, galerías y otros poemas, su palabra es un eco de lo universal, de lo intemporal. Antonio es el poeta de la contemplación serena y de la reflexión ética, un observador infatigable del paisaje y del alma humana. Es el poeta español por antonomasia, el que hemos leído todas las generaciones. El que me apasiona en el decir más nítido y el sentir más profundo. Las diferencias estilísticas entre los hermanos Machado han sido objeto de debate y, en ocasiones, de malentendidos. Algunos críticos quisieron ver en sus caminos divergentes una separación ideológica y afectiva. Pero nada más lejos de la verdad: aunque Antonio abraza la reflexión filosófica y la lucha republicana, y Manuel opta por una vida más cómoda bajo el franquismo, su vínculo personal nunca se quiebra. Las tensiones no fueron tales; lo que hubo fue una relación compleja pero profundamente fraternal, marcada por la admiración mutua y el peso de sus respectivas trayectorias.

Las Jornadas de Otoño de Pozoblanco no solo celebran a los Machado; celebran también el valor de la periferia como núcleo cultural. En una España donde muchas veces el reconocimiento literario parece monopolio de Sevilla o Madrid, foros como el de la Fundación Ricardo Delgado Vizcaíno reivindican el papel de las pequeñas ciudades como espacios de reflexión y encuentro. El presidente de la Fundación, Santiago Muchoz Machado, apuesta fuerte de nuevo por Cultura con mayúscula. La exposición hispalense (22 de octubre a 22 de diciembre) sobre el “Los Machado. Retrato de familia”, constituye el referente fundamental de tema con los organizadores (comisariado y coordinación), que vienen a Pozoblanco. La intervención de la avezada escritora Eva Díaz Pérez, con su análisis sobre la “estirpe intelectual” de los Machado, promete situar en contexto la importancia de una familia donde la Literatura no era un hecho aislado, sino un legado compartido. Rafael Alarcón Sierra, por su parte, nos acercará a la figura de Manuel desde una óptica renovadora, explorando cómo supo transitar entre el modernismo de Darío y la modernidad que anunciaba el siglo XX. Y Alfonso Guerra, cuya relación con la literatura ha sido siempre de una profundidad incuestionable, pondrá el broche literario y persona con su ponencia sobre Antonio Machado, el poeta que murió en el exilio, pero vive eternamente en nuestros versos.

La lectura de poemas de Irene Escolar será la guinda emotiva: oír la palabra de los Machado en la voz de una actriz que sabe convertir el texto, con profundidad y hondura, en carne viva, es el homenaje más adecuado para estos gigantes. Recordar a los Machado en Pozoblanco es un ejercicio no solamente literario y de relumbrón de reliquias del pasado, sino una brújula ética y estética para el presente. En tiempos de polarización y superficialidad, el ejemplo de Antonio y Manuel nos insta a reconciliar las diferencias, a abrazar la belleza y a no olvidar que la poesía, en su esencia, es un puente entre el alma y el mundo. La Fundación Ricardo Delgado Vizcaíno demuestra, con esta apuesta por la memoria y la palabra, que la cultura no entiende de geografías: solo necesita pasión, rigor y la certeza de que, como dijo Antonio Machado, “todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”.