Cierto es que la lucha humana, materialista y ruda (guerras, violencia…) sigue por sus fueros, pero la verdadera pugna de nuestros tiempos se juega en otros tableros. Por supuesto que el petróleo y el gas, y las poderosas fuentes de energía de último cuño, constituyen ávidos alfiles en los rincones más recónditos de la tierra, porque la energía sigue siendo la fuerza natural más determinante de nuestras plácidas vidas, urbanitas y dinámicas en luces y colores. Sin embargo, los reyes de la partida actual han cambiado. Todos sabemos que nuestro mundo se rige en los últimos años con el imperio de las nuevas tecnologías, de los medios de comunicación de masas que canalizan y dirigen con mucha solvencia nuestras existencias. Esa es la senda que está determinada en el presente y futuro, con transformaciones de vértigo que ni siquiera podemos soñar, aunque creamos estar advertidos en novedades.
Esta reflexión no es en absoluto original, está presente en nuestras vidas; todos y todas conocemos el impacto de las redes, de las innovaciones tecnológicas y los impactos contundentes en nuestras realidades cotidianas. En este vértice de innovación y desarrollo tecnológico se encuentra, desde hace poco más de dos años (en términos públicos), la inteligencia artificial, que es la punta de lanza de las imponentes transformaciones económicas, sociales, políticas y culturales que vislumbramos con mirada abrumadora.
En poco más de un año se conoce ya, en términos populares, la proyección de estas poderosas herramientas que hacen temblar a la mente más serena, porque indudablemente dan miedo ante la imposibilidad de abarcar, ni la dimensión que poseen ni el terrible impacto que tendrán en muy corto plazo (ya lo tienen). Nada extraña que los poderos de la tierra tengan en primera línea de agenda los recovecos de este nuevo mundo que, con mayor o menor disimulo, rige nuestros destinos. Los políticos lo saben, y lo saben los magnates, y no lo desconocen los que de verdad mandan en la sombra. Son sin embargo los grandes titanes de la inteligencia artificial, conformados ya en plataformas autónomas, quienes diariamente abren horizontes de lucha en una confrontación sin piedad, porque saben que se juegan todo.
El vértigo con que pujan los más conocidos popularmente, como GPT, DEEPSEEK, MISTARAL, etc., evidencia que la confrontación es a muerte abriendo nuevos horizontes, alcanzando nuevas metas y engullendo en sus garras a lo más prosaico y lúcido del universo, que es el hombre. Enfrente del escaparate nos encontramos como espectadores pasivos un poco atolondrados, conmovidos entre la parquedad de nuestros conocimientos y la admiración que nos causan los avances de las poderosas herramientas que diariamente se imponen en nuestras vidas. Estamos cariacontecidos e inmóviles porque seguramente vislumbramos, aunque parcamente, que la transformación es profunda, grave, total. Ingenuamente esperamos, un tanto plácidamente, la llegada del tsunami como si fuera cosa de otros, y estamos engullidos de facto. En muy poco tiempo nuestro mundo se trasformará en su estructura profunda (mundo material, espiritual, afectivo…), porque los cambios no son epidérmicos, son de fondo y llegan hasta lo más hondo.
Gran parte de las profesiones y actividades sobran ya, pues resulta evidente que la inteligencia artificial realiza con solvencia la mayoría de las cosas mejor que nosotros. La IA piensa y pude pensar como Albert Einstein y crear como Picasso; puede hacer y hace puentes y edificios como Le Corbusier y Miguel Ángel; y sueña proyectos inmensos como Leonardo, aunque algunos piensen que no. Hace unos días leía, con sonrisa sardónica, cómo un literato templado de ingenuidad infantil, se preguntaba si la nueva inteligencia que resumía sus obras sería capaz de crear como el ser humano. Qué cosas más burdas se nos ocurren a veces. Cualquier persona un tanto advertida de los mínimos avances de la citada inteligencia, se percata bien de que la pugna de los titanes de las plataformas es y será grave por tomar el bastón de mando; especialmente porque deciden también la orientación del orbe en lo más grueso, que es el sentido de nuestras vidas (no una simple creación literaria).
Raudos deberíamos estar en decidir nosotros, humildes receptores y usurarios, hasta donde queremos que llegue el mundo de las máquinas, porque sabemos ya muy bien que nos superan con creces. Una vez más, pero esta vez de verdad, deberíamos concordar con José Antonio Marina que la Ética es la creación más importante de la inteligencia humana. Precisamente en ello deberíamos insistir raudos, en tiempos de lucha de titanes, que nos están definiendo
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