La imagen de Nuestro Padre Jesús Nazareno al fondo, el suelo con una luz tenue del color morado que caracteriza a una de las cofradías del Martes Santo pozoalbense y treinta y ocho cruces fueron los elementos que acompañaron a Miguel Ángel Cabrera en su pregón de Semana Santa. No hizo falta nada más. La pasión, la emoción, la sutileza y la elegancia las puso el pregonero desde el primer momento que se hizo con las tablas del teatro «El Silo» y recitó el pasaje de la pasión de Jesucristo en Getsemani. Hasta el Huerto de los Olivos viajó en el inicio de su pregón y hasta allí trasladó al auditorio para cerrarlo, lo hizo con voz honda, profunda y en algunas ocasiones quebrada, siendo reconociendo por un público que le respetó en el silencio.

«¿Qué pregón me corresponde a mí?», se preguntó Cabrera para a continuación dejar claro que «soy nazareno de a pie, me he quedado ahí, con cirio y capirote». Suficiente. Miguel Ángel Cabrera sacó a relucir una de sus pasiones, su faceta pública más conocida, la teatral y a partir de ahí escenificó una puesta en escena inconmensurable con la obra «Pasión, muerte y resurrección de Jesucristo» como telón de fondo. Situó el escenario en Pozoblanco, buscó los atrezos perfectos, hubo hasta apuntadores y repartió papeles. Una obra completa donde se venden las mejores butacas, donde también hay lugar para los tibios, los alejados, los «que aún no han recibido la llamada». El pregonero dibujó a la perfección la obra y demostró sus dotes de dirección con un gusto exquisito.

El teatro dejó pasó a la realidad, a la recreación de «ciertos momentos que viví, me inventé o soñé». Y ahí Miguel Ángel Cabrera paseó por la Semana Santa de Pozoblanco sin mencionar a una sola Cofradía, volviendo a dibujar trazos de la realidad vivida por él y por terceros. Pintó Cabrera con la palabra, arropado por algunas fotografías y llamando a la música como parte fundamental en los momentos más sublimes de su pregón. Recordó a su padre, con voz quebrada, en la entrada de Jesús en Jerusalén, vivió la noche más larga de Jesús, la del Jueves Santo, recreando la traición, se sumergió en el silencio y lo reivindicó porque «el silencio nos da miedo pero en el silencio está la respuesta». Le sirvió el mundo del costal para poner en alza los valores de la solidaridad, el compañerismo, la fraternidad e imaginó un mundo en condicional, se preguntó que ocurriría si «solo hablaran los gestos y las palabras sobraran, si desterráramos el orgullo y el egoísmo, si venciera la humildad, la sencillez, si pensáramos en lo que nos une y no en lo que nos disgrega, si el nosotros ganara al yo».

Esa forma de entender el mundo, de imaginar la vida bajó a la realidad para alabar la labor de las hermanas hospitalarias del Hospital de Jesús Nazareno. Un Nazareno que sale al encuentro de quien lo busca. Apareció también la figura del maestro, de quienes se convierten en referentes, de quienes ayudan a elegir el camino adecuado, como el salesiano Lorenzo Santacruz y el papel educativo que desempeñó entre los jóvenes de la época. También hubo protagonismo para ella, para María, y para quien la busca en forma de Salud, para quien no quiere a su lado la Soledad y para quien sufre Dolores. Fue un momento, sin duda, mágico y llegó antes de que se apagara la función con Jesús Resucitado poniendo fin a una ‘obra de teatro’ que se repite año tras años pero donde los matices cambian.

Y al final Miguel Ángel Cabrera encontró su pregón, su papel, el de «ser un pregonero cristiano y mientras busco una pizca de fe diré en voz alta que intento ser cristiano sin ocultarlo y con la ayuda de Dios y de vosotros intentaré serlo también con obras. Os invito a todos a salir a la calle, pregonar y compartir juntos la fe que nos une, la misma de nuestros antepasados». Y entonces el teatro se oscureció porque se apagó la voz de un pregonero diferente, valiente y honesto y se iluminó para dar la cálida acogida que su pregón tuvo entre los asistentes.