Vale la pena soñar, aunque simplemente un rato. Las Olimpiadas Rurales de Añora, que se desarrollan los primeros días de julio (5, 6 y 7), apuestan fuerte por recuperar durante unas jornadas el juego tradicional y el divertimento. El evento está impregnado de ingredientes motivadores. Por un lado  al estar concebidos desde un entorno rural alejado de la masificación habitual de nuestras ciudades, ruidos y actividad económica trepidante que apenas deja vivir en parámetros de tranquilidad; de otra parte tira de un recurso sempiterno que es inherente al ser humano, como es el juego, que representa alegría y confraternización, que no es poco en un mundo sembrado de conflictividad, agobio y funcionalidad a ultranza, donde todo  tiene que tener un fin con rentabilidad.

Añora ha entendido bien estos parámetros añadiendo componentes de mayor atracción, como el desarrollo en el estío de periodos vacacionales con especial disposición para participar; asimismo la recurrencia a flujos de participantes no solamente locales y comarcales, sino de ámbitos alejados  que  propician interesantes encuentros sociales, intercambios intergeneracionales, culturales y transversalidades de fuerte calado. En esta coctelera caleidoscópica brota necesariamente la convivencia, la sana alegría y disfrute; la diversión está garantizada con el enfoque deportivo que presenta la contienda, con despliegue importante de juegos tradicionales que ponen en liza avezados contrincantes en modalidades de antaño, en el salto a piola, el garrote, la cucaña, los mizos, los tiraores, lanzamiento de adoquín y un largo etcétera. Desde luego que es una apuesta atrevida en el mundo en el que vivimos.

Una mirada retadora con herramientas del pasado para celebrar durante unos días en ambiente distendido entre padres e hijos, propios y foráneos, grandes y pequeños, y diversidad de género. Meterse en la capsula del tiempo es a veces salvífica durante un corto lapsus de tiempo, casi como una ensoñación, porque todos sabemos que los niños de hoy ya no juegan. Al menos no lo hacen en los términos tradicionales, porque las profundas transformaciones de las últimas décadas (económicas, sociales, culturales…) han dejado los viejos  juegos en el abandono más cruel y lastimoso. Los  niños de hoy salen a los parques un rato acompañados de los padres, en periodos programados y en entornos urbanos prefabricados entre vallas (tobogán, suelos de plástico, caballitos…); los jóvenes van a los botellones y verbenas en taxi auxiliados por los padres…; escuchan música sin descanso en la soledad del tiempo con inalámbricos que les tienen siempre fuera de la realidad. Es lo que toca. Simplemente se produce una adaptación a los tiempos que corren.

Sobra señalar que los juegos responden siempre, y siempre lo hicieron, a procesos de adaptación de los niños hacia la sociedad que les está criando, a los modelos sociales, económicos y culturales. Bajo estos parámetros las niñas y niños actuales están embargados en redes sociales  y  juegos tecnológicos. Con gravámenes personales, claro, pero es el mundo que les ha tocado vivir, y  poco extraña que dediquen más de cuatro  horas (no solo ellos) a la tecnología al uso, que es el resorte esencial de nuestra vida programática y tecnologizada. Frente a ello, Añora pretende desprender al menos a  niños, jóvenes y familiares del mundo tecnológico. La recurrencia al juego y deporte tradicional sirve un tanto para rememorar una sociedad bien alejada, en la que se implica mayormente el esfuerzo personal, la inteligencia al natural y el trabajo en equipo, que es uno de los grandes déficits que tenemos en el mundo actual, a pesar de que se prodiguen políticas de empresa de trabajo colegiado y colaborativo. No estamos enseñados a ello.

Las Olimpiadas de Añora sueñan durante unos días, decimos, por ese mundo en sintonía con la naturaleza, en un entorno rural alambicado de progreso e innovación, porque a lo de antes obviamente no puede volverse, y alegría a espuertas de una multitud que quiere divertirse en un ambiente ancho de  convivencia. La España vaciada vive en estos días la ilusión del juego sano y el descanso, la confraternización y el deporte en los viejos desquites de nuestros abuelos, de los juegos de patio de escuela y sanas rivalidades que  engruesan el orgullo de los triunfadores. Añora vive, decimos, unas jornadas de encanto sin que falten, tampoco, el aliño de nuestros tiempos, porque la tecnología de las redes y móviles no falta en nuestros bolsillos. Vivamos las alegrías de antaño en este maravilloso pueblo del norte de Córdoba, hospitalario y dicharachero de pelirrojos.