Es el septiembre de los amores de verano; lo más parecido a las ferias no son las verbenas: es la navidad; y también le quedan luces de adorno en las calles amarradas a los balcones. Es el final de la fiesta, también como septiembre; y es el momento en el que todo empieza de nuevo, también como septiembre. Es decir, hay una extraña relación entre el final del verano y el momento final en el que la Tierra termina de dar la vuelta al Sol, que ocurre al final del otoño, pocos días después del solsticio de invierno: terminar para volver a empezar otra vez; también como septiembre.
Puede ser, entonces, que enero sea el epílogo invernal de septiembre. Un lugar al que se llega al fin (o por fin) después de una fiesta eterna dónde todo el mundo vuelve al pueblo. Y las calles se llenan de una alegría impostada pero necesaria, que nos ayuda a sobrellevar la travesía en del desierto que supone el invierno, Carnaval y Cuaresma incluidos; hasta la ansiada llegada de la primavera. Coger aire para lo que viene. La cuesta.
En enero todo es menos emocionante. En enero no hay canción del invierno. Y tiene que ser así. Sin embargo, la paz de la candela, en la compañía exacta (o sin ella), te permite, por un instante, la reflexión necesaria para darte cuenta del exceso de velocidad en la que vives y lo dificil que es frenar. Y eso sólo pasa en enero o casi. Ten en cuenta esto la próxima vez que estés frente a la chimenea, sentado en una silla de enea con las patas cortadas, y azuces el fuego para hacer hogar. Y eso no se puede pedir por Amazon.
La siesta en enero es una cabezada en la mesa camilla con el brasero encendido y las enaguillas hasta el cuello a media tarde. Muerte a las mesas bajas y a IKEA ¿Qué somos Alemania? Aún recuerdo el brasero de picón en casa de mi abuela y el “niño mueve el brasero con la paleta”; no era candela pero casi. Y sentarte en el brasero era escuchar siempre las mismas historias de siempre. Cine de barrio y poco más. Inviernos y eneros más lentos de lo que hoy son. Y hay cierta paz en recordar aquella tranquilad: la panacea del mundo después de Internet.
Enero te da un poco de esa tranquilad. Duchas largas de agua caliente y platos de cuchara de todas las formas y maneras. Quizás la comida de este mes y de esta estación es la mejor de todas porque más allá de todo lo culinario reconforta. Sentirte bien después de comer es una suerte que va más allá de los ingredientes y más hoy que este hecho se ha convertido en algo extraordinario y ya lo dije en este periódico: el triunfo de la Termomix.
A estas alturas me cuesta entender lo de los buenos propósitos de primeros de año. Hazlo cuando te venga bien. A lo mejor tu enero para dejar de fumar es julio. Piénsalo. Y a lo mejor, tenemos que dejar de hacer planes tan a largo plazo este mes, que es cuando el capital nos enseña la carta de sugerencias del año próximo: si no son los Rolling Stone no se van a morir este año; y tampoco es la primera vez que revendes las entradas de un concierto, que iba a ser la hostia, pero que has cambiado por la boda de tu mejor amiga o de tu hermano; que eso sí que es la hostia.
Lo que más me gusta de enero es que, salvando los Reyes Magos (y ni eso), no hay formalidades a las que acudir – nadie se casa en enero – ni mensajes que mandar, todo si no quieres; y esto es algo que te permite pasar casi de puntillas por un mes que algunos llevábamos esperando desde el día de la Lotería y que nos sirve para tomar impulso en el año que nos queda por delante. Toma aire y vívelo.
Este es el primero de los últimos 13 textos de la columna Recto y Verso publicada por hoyaldía.com desde 2021. Publicaremos una columna cada final de mes de este año, salvo el mes de agosto en que se publicarán dos. Todo va a sonar un poco a despedida pero es que es una despedida. Y en esta hay que saber irse. Pero aún queda todo el 2025 por delante. Gracias a todos y todas.
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