El otro día en la presentación del libro Recto y Verso, Antonio Merino, editor del blog Solienses, una de las personas más respetadas de la cultura en Los Pedroches; dijo, y hablo de memoria: que hay una “corriente de fondo” en estas columnas donde se traslada cierto pesimismo. También dijo; dijo: “esto es una historia de amor”. Lo último es cierto; pero lo penúltimo me ha dejado tocado todo el mes, hasta que he podido escribir esto; y no he parado de pensar en ello.

Y creo que lleva razón. Fue, para mí, la parte más interesante de la magnífica disección de lo que me he atrevido a publicar en Utopía Libros. La anatomía de Recto y Verso.  Y llevo días pensando en ello. Es decir, ¿hay un cierto neopesimismo millennial en todo lo que pasó o nos pasó a los que vivimos nuestra postadolescencia, como decía Merino, en la primera década de los dos mil? Y, es más, ¿este neopesimismo se acerca o en todo caso es similar a lo que pasó en la España de 1898? Yo creo que sí: que se acerca. Y, hablo de la vida antes de Instagram y a la vez la vida después de Tuenti, es decir, la vida al principio de Internet: recuerda Napster. Y todo es porque España y el mundo occidental se cayeron otra vez de manera absoluta entre la crisis financiera de 2008, La Gran Recesión, y 2020 con la crisis de la pandemia del Coronavirus.

En medio de esa década todo se rompió. Todos y todas nos rompimos. España se convirtió en un estar nihilista donde todo valía con tal de sobrevivir, donde replicamos aquel “más se perdió en Cuba y venían cantando”, para contentarnos al ver la que teníamos encima. Nuestro 1898 fue 2008.

La vida entre dos crisis

Íbamos a ser todos ministros y ministras. El empuje de los años 90, los del ladrillo, los de la EXPO ’92 y la llegada de los teléfonos móviles e Internet nos iba a poner en el lugar que nos correspondía: el ascensor social se saltaría 2 plantas del tirón y los hijos del Baby Boom heredaríamos la tierra prometida. El futuro sería mucho mejor que el de nuestros padres, que se habían deslomado para darnos estudios o dejarnos el negocio en alza: y nada nos faltaría y si no tenías un piso en la playa era porque no querías: crédito barato y ponga usted una buena cocina y cómprese un BMW. Decían: estudia carrera, hazte ingeniero o médica o sácate la oposición, que como vive un maestro…; o niño si no quieres estudiar a trabajar y te vas a Málaga a poner ladrillos a destajo y por metros y te compras un Seat Léon FR amarillo. Y nos lo creímos. Aquellos 150 CV de un motor de dos litros de gasoil y las tres letras de TDI, en rojo, en el portón del maletero eran el éxito de una generación.

Tampoco había otra perspectiva: todo funcionaba. Funcionaba hasta que el capitalismo financiero se cayó, y se cayó bien, en 2008: y en 2011, después del 15-M, nos enteramos en los pueblos y las ciudades medias. O, quizás: nos enteramos mal. Vivir se convirtió en sobrevivir: sobre todo si estabas terminando de estudiar y, a diferencia de los de Málaga, no tenías oficio ni beneficio: beca, práctica, beca, pon copas por las noches, vete a Baleares en verano, sácate el B1 y el B2 y oposita o vete a Londres o sácate otro máster o emprende o bébele los vientos al jefe de equipo de la consultora de turno, donde curras 14 horas, para que te promocione. En realidad, todo era lo mismo: la precariedad y la austeridad de un sistema que nos mintió a todos. Una mentira en la que todos caímos. Y hubo más. Llegó el coworking, el coliving y al final volver a casa de padre y madre mientras, el o la que podía trabajaba en B para irse en verano al Creamfields o al Sonorama. Es curioso que el auge de los festivales en España coincidió con el peor momento económico del público al que iban dirigidos. Piensa por qué, es fácil. Las perspectivas de la generación en la que todo el mundo iba a ser ministro quedaron en eso: comprarte una camiseta guapa para ligar de aquella manera en un festival de verano donde pagabas 5 euros por un tercio. Poco más. Nos sostuvo el mundial de Sudáfrica y Shakira.

Sin embargo, llegó 2015 y el autónomo barato y muchas y muchos nos hicimos empresarios. Y algunos hasta se lo creyeron, se lo siguen creyendo; y la precariedad de haber sido becarios se convirtió en la precariedad de ser tu propio explotador, yo lo dije muchos años: para que me explote otro me exploto yo. Volvió a ganar la austeridad y el capital. Y todos los y las que pudimos volvimos al pueblo y trabajamos para sobrevivir o para opositar cuatro años atados a un escritorio y luego estando 10 años pegando tumbos hasta que nos colocamos. Y bueno, la cosa iba. E incluso hubo un instante de luz en ese lustro: Europa marchaba, el gasoil estaba barato y no había inflación; fue justo entonces cuando llegó la pandemia.

A finales de 2019 y principios de 2020 cuando empezábamos a sacar la cabeza de todo lo anterior, el presidente del gobierno de España un 14 de marzo, viernes, creo recordar; confinó a todo el país en su casa a resultas de un virus del que no sabíamos nada y con más miedo que vergüenza nos metimos en casa a hacernos videollamadas para bebernos las cervezas que no podíamos echar el viernes después de trabajar porque, otra vez, no había trabajo y todos, o unos pocos, nos quedamos en la calle o en un ERTE. Aunque la salida de esta última crisis, y como es evidente ante los datos económicos y de empleo actuales, no fue el austericidio al que nos sometieron las élites de la Unión Europea en 2008 y sus homólogos españoles durante una década. Por cierto, viva la sanidad pública y su gente. No aplaudí ni un solo día y hoy sigo exigiendo su mejora.

Digo todo esto y explico y detallo todo esto porque no se puede montar un proyecto de vida entre dos crisis tan brutales como las que he relatado. Y no es por justificar: es que es verdad: si cuando estás empezando a montar tu proyecto vital el sistema se cae durante una década y cuando a se empieza a levantar dos años después se vuelve a caer: es imposible cumplir las expectativas (que esa es otra y la dejo para otro día). Y sobre todo cuando a mediados de los ’90 todo iba a ser estupendo de la muerte: niña estudia y niño, si no quieres estudiar, a trabajar y luego la nada más absoluta. Es una metáfora que me sirve para no abundar más en esto; pero es así. Fue así.

Casualidades

Quiero que se me entienda. La comparación que hago al principio del texto entre esos dos momentos de la historia de España, la hago en cuanto a las consecuencias de lo que quedó en el espíritu del país (el pesimismo), no en las causas, ni en el propio país que no tienen nada que ver o quizás sí. Veamos.

La pérdida de las colonias fue un conflicto global, antes de la globalización, igual que la crisis financiera de 2008 fue un problema global; y también en ambos conflictos o problemas estaban de por medio las ansias vivas por los dineros de los Estados Unidos de norte América. La diferencia es que en 2008 la colonia eramos nosotros. Qué curioso.

Y ya que estamos, en ambas épocas en España había un sistema político de partidos agotado: el caciquismo en la primera, cuyo fin dio como resultado la Dictadura de Primo de Rivera y al fin la salida del Borbón Alfonso XIII de España y el advenimiento de la II República Española; y el sistema democrático liberal bipartidista salido de la Transición tras la dictadura franquista, cuya caída fue provocada por las acampadas del 15-M, la llegada de lo que se dio en llamar la nueva política y los nuevos partidos y, casualidades, la abdicación del Borbón Juan Carlos I y a la postre su salida de España. ¿Lo ven o soy yo sólo?

Marx, dijo o escribió: «La historia ocurre dos veces: la primera vez como tragedia y la segunda como farsa» o algo así. Y en la farsa estamos. Ahí queda.

El pesimismo

He explicado todo lo anterior con todo detalle para tratar de ubicar aquello del pesimismo que decía Antonio en la presentación de Recto y Verso. Es decir, para explicar esa corriente de fondo que él disecciona en el conjunto de las columnas y ensayos que conforman el libro que tanto han conectado con los lectores millennial. Esto es: es una España como la de 1898, en 2008, pero sin guerra, aunque con guerras, pero sin pérdida de vidas: al menos sin pérdida de vidas en el frente. Mucho desahucio, mucho despido, mucho paro y mucho negocio echado a perder y mucha familia rota por una crisis o por dos crisis que nos han reconcomido la vida y hasta, muchas veces, la esperanza.

Sin duda, estas dos crisis, afectaron a todas las generaciones: es más, afectarán, y mucho, a los que se educaban (los Z) y nacían entre ellas y les pasará factura. Sin embargo, la generación nacida entre principios de los ’80 y mediados de los ’90, y que seremos la gran fuerza productiva de este país en 2030, hemos pagado y pagaremos, con creces, las consecuencias de la decadencia del capitalismo financiero y sus estertores neoliberales. Casas caras e hijos que parecerán nuestros nietos. Y lo digo claro: con lo que el sistema nos dijo y nos enseñó en los ´90 y las expectativas por cumplir, con poco menos de treinta años, no podías tener un crío o una casa o ahorros sin un empleo en condiciones o siquiera con un mínimo de estabilidad; o lo que es peor sin un futuro que al menos fuese más esperanzador que el presente que vivimos. Otro año que la bolsa no se mueve o el contrato parcial por obra y servicio.

Y, creo, que eso fue lo terrible: no había futuro mejor y nos condenamos y nos quedó claro que íbamos a vivir peor que nuestros padres y que lo que la década de los 90 y los 2000 nos prometió era mentira. Y puede ser que ahí, en ese instante de lucidez que se tiene cuando se alcanza la madurez, cuando mirábamos hacía adelante y no veíamos nada mejor, puede ser que ahí; se inoculara la semilla del neopesimismo millennial y decidiéramos convertirnos en eternos postadolescentes (he aquí el éxito de los festivales que decía más arriba) y no por ser unos indolentes; sino por protegernos y ponernos en stand by, en estado de espera, aguardando que llegara lo que tenía que haber llegado en aquella década perdida.

Continuará.