La vida es otra cosa; otra cosa distinta a vivir. Vivir es pasar por aquí, por la vida digo: hacerlo lo mejor posible: irse y volver o todo a la vez; sin embargo, la vida es otra cosa. Quizás esto es lo más difícil que he escrito nunca pero no lo más difícil que voy a escribir en la vida. O en mi vida.
La vida es el matiz. El instante de felicidad que se abre paso en el momento que cierras la puerta del coche justo después de trabajar para irte a casa. Y también el trabajo y también irte a casa. Y llegar a casa y encontrarte con tus sábanas desechas porque no te da la vida para más. Y hacer la cama al llegar mientras cocinas la cena para encontrarte esa perfección justo antes de dormir y caer rendido o rendida tras un miércoles que sabe al lunes 1 de septiembre después de las vacaciones de verano. El verano sí que es la vida, joder. La vida es quedarte sin papel higiénico cuando estás sólo en casa. Y quedarte sin bombona. Y ducharte con agua fría en febrero bajando a todos los santos del cielo posibles y decirte: mira, ni tan mal. Alzar la cabeza y tirar para adelante con tus hijas. El cole y la batalla del recreo.
Hace unas semanas murió el abuelo de un buen amigo mío. Un amigo de esos con los que no sales pero que cada vez que te cruzas por la carretera con el coche te llama sobre la marcha y te dice que llevas la luz izquierda, la del lado del piloto, fundida. Si nadie te hace esto en un pueblo chico como los nuestros: míratelo. Y eso también es la vida: que se te muera tu abuelo y que avisen de que llevas una luz del coche fundida. Las dos cosas. Es una metáfora, interprétalo como quieras.
El caso es que cuando fui a presentarle mis respetos al velatorio y le pregunté cómo estaba y me dijo que todo bien y yo sabía que nada estaba bien entendí que yo en su día y en la misma situación hice lo mismo. Y entendí que es natural hacerlo y que no pasa nada porque la vida es intentar resistir. Y tampoco pasa nada porque al día siguiente cuando tomas café por la mañana y todo se cae y lloras, todo es mejor porque entiendes que la vida es eso: tomar café la mañana que tienes el funeral de tu ser más querido mientras le dices a tu hijo que el abuelo ya no está y aunque sabes que no se ha ido, él lo lleva bien y tú no. Y es normal. La vida en todos sus matices es lo normal; y no otra cosa.
Nos castigamos demasiado y nos hablamos demasiado mal. Ten la prudencia de subir el volumen de la música cuando todo lo malo invade tu cabeza. Carlos me dijo hace muchos años que cuando todo está bien es porque algo malo va a venir. Nos ha jodido, claro que algo malo vendrá siempre: la cosa es la aptitud con la que lo afrontas. Háblate bien y si no puedes pide ayuda. Eso sí que es la vida: saberte débil y pedir ayuda y salir más fuerte. Y la paciencia.
Últimamente uso mucho (o demasiado o quizás no demasiado, pero la vida me obliga a hacerlo) la palabra valiente. Y una persona a la que respeto mucho y se lo dije me dijo: “no quiero ser valiente quiero ser libre”. Creo que no es la primera vez que escucho esto o que lo leo o que me lo dicen pero es que no queda otra: en la vida, que no es otra cosa que el tiempo que te ha tocado vivir: hay que ser valiente. Sé valiente.
No llegamos a todo. Es imposible y encima pretendemos quedar intactos. Quebrarse es natural en una vida donde te cuesta trabajo hasta comer de cuchara un martes. Párate y mira a tu alrededor y mira la vida pasar un momento. Detente y recuerda que no siempre se gana y que no siempre se pierde pero que siempre se aprende. Y que todo sigue y que el mundo no se para por tu dolor y que, aunque parece que no: lloverá. Y que este domingo habrá futbol. Y vente arriba porque mañana lo que viene después de que sol inunde de luz todo el trozo de planeta que habitamos es la vida.
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