Son los que se quedaron. O quizás esto sea mucho decir si como yo no entiendes que no hay un mundo donde estamos y un mundo al que llegar. Y, sin embargo, ya no están; me refiero a ellas o ellos: porque tú sí que estás; estás soportando la ausencia de los que se fueron. Y es justa y adecuadamente la palabra exacta: soportar; porque las ausencias no se olvidan, no se aprende a convivir con ellas, se soportan como el dolor. No hay más, salvo tener la decencia, la dignidad y el respeto de sonreír en ese recuerdo mientras lloras con o sin lágrimas. Y es una putada, pero tiene que ser así.
Un viejo amigo mío me dijo una vez hace muchos años, después de enterrar al hermano de su mujer, que en estas cosas de morirse el que pierde, el que tiene el problema de verdad, es el muerto. “A ti te dolerá mucho”, dijo; dijo “pero el que está en el agujero es él”. No le quito la verdad y sin embargo la pérdida la lloraban él y su mujer y su cuñada, la mujer del muerto. Qué cosas: pierde otro y te duele a ti que sigues a lo tuyo. No es tan fácil. En esto de perder hay a quién le duele más un desamor que la muerte de su madre. Estas son las cosas de los vivos y de las pérdidas y de los abandonos: los duelos que se atascan y en los que no dejamos marchar al otro porque no entendemos que ya no está; y tú, sí que sigues estando. Ojo con quién es el que acaba en un agujero, amigo mío.
Y dejar marchar no es olvidar porque la ausencia está presente en el pasamanos de la escalera que sube a la terraza y en la puerta que daba a su sillón o en todos y cada uno de los lugares que habitaba. Y en su música y en los gestos que eran suyos y ahora te das cuenta de que aprehendiste sin querer tú; y son tuyos. Créelo o si no te lo crees piensa en cómo doblas las sábanas, como pelas las patatas para hacer tortilla o las manías que tienes en el coche cuando conduces o lo que quiera que sea que hagas igual a cómo lo hacía quien ya no está; y ahora sonríe porque es lo que le debes y la mayor muestra de respeto a su legado que puedes hacer.
Todas y cada una de estas cosas, y más, son las que hacemos los que nos quedamos y seguimos estando: soportar el dolor, reír y llorar ante su recuerdo, sacar adelante nuestro duelo y respetar su legado, es decir, seguir con nuestra vida en su ausencia. Algo, esto último, que sin duda es lo único que los muertos quieren que hagan los que se les quedan: vivir.
En pocos días los católicos y no tan católicos celebraremos la memoria de los que se fueron y ya no están e inundaremos los cementerios, que llevan días acicalándose para la ocasión, de flores y velas y de historias que un padre contará a su hija, que ya no es tan pequeña, sobre quién era su abuelo mientras limpian con esmero su nombre en la piedra de mármol que recuerda su paso por la vida. Y seguro que se ríen entre chascarrillos y batallitas . Y seguro que lloran ante la comprensión y aceptación de este aspecto de la vida que a todos los vivos nos iguala que no es otro que nuestra ausencia definitiva, la tuya también, del mundo: la muerte.
Continuará en “Los muertos”.
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