Ir a trabajar sin acostarte. En la vida hay pequeños momentos que son lo más parecido a morir o morir directamente, sin embargo, no te impiden seguir respirando, aunque respirar todo el rato todo el tiempo no sea vivir: y son parte de vivir. Y no hablo de la soledad. Hablo de lo que para los franceses es un orgasmo o lo que viene después del orgasmo: la petite mort. Que te quiten lo bailao.
Morir es el momento en el que no sabes que es mejor: si dejarlo o que te dejen. Míralo bien. Y quizás no son malas noticias. El instante antes de que despidan del trabajo o el trabajo todos los días: ir al infierno y saber que no te queda otra. Que no haya más capítulos de tu serie favorita o peor: que el capítulo siguiente y el siguiente del siguiente no te guste. Malditas sean las octavas temporadas.
Los lunes y los domingos por la tarde. La quinta boda del año a la que vas y no ser tú quien te casas o casarte con quien no quieres y aguantar cinco años más. Cinco años follando mal y mirando al techo; y fingir y que te digan que no pasa nada: lo normal. No hay nada más terrible que lo normal. No hay nada más terrible que vivir, perdón morir, en la normalidad constante y tediosa que te atrapa y de la que es imposible salir: poner el lavavajillas la mañana de Navidad y que se rompa una copa de vino. Siempre se quedan impares.
No es la pérdida: es asumir que no puedes recomponer lo que se ha roto, aunque no lo hayas querido romper porque es inevitable que se rompa; o porque simplemente todo estaba ya roto o porque simplemente se tenía que romper: nada es irrompible y jode y duele y lo peor es que te tienes que aguantar. Y llorar. Y que nadie te consuele. Y perder la fe. Que te mienta en la cara y saberlo. Y callar.
Hay una serie de lugares comunes que son la muerte mientras vives. La vergüenza. Una foto robada donde sales mal y que publican en el Instagram de alguien que te cae mal. Que te dejen en visto. La revolución tecnológica nos ha traído momentos diarios que son la muerte o que nos matan: que te abandonen y que ni siquiera te odien: la indiferencia. Que se acabe la esperanza. Eso es morir o morir para alguien, es decir: es lo más parecido a dejar de respirar o lo más parecido a dejar de respirar para alguien a quien has querido toda la vida o al menos toda su vida; o peor, a quien aún quieres; o peor aún, a quien vas a seguir queriendo siempre. Y todavía te queda mucho tiempo respirando.
No es alegre, pero es inevitable. Y tiene que pasar. Como el último disco de Dover. Como Extremoduro sin el Robert. Inevitable, pero es morir. Me subvierto: todo esto que he dicho no es mentira, pero es la página de atrás de vivir, el verso: y es vivir a la vez, el recto. Todo forma parte de lo mismo, aunque lo mismo sea incomprensiblemente verdad: creo que jamás escribí una palabra más larga. Tan larga como vivir, es más: tan larga como amar; o lo que es lo mismo o casi lo mismo: tan larga como morir en todos y cada uno de los detalles que no roban el aliento.
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