Por alguna extraña razón, divina o humana, que desconozco, tengo que repetir esto a demasiada gente y a mí mismo demasiadas veces. Y además es de las cosas que hago con la seguridad y la certeza de que tengo razón. Nos puede el ego, pero es que es verdad: nadie piensa tanto en ti, salvo tú mismo o tú misma.
También lo escribo mucho en este periódico: somos la ridiculez y, es más: lo somos entre la crisis existencial de los 30 o de los 40. Si tienes hijos porque los tienes y algo te perdiste, pero te compensa; o si no los tienes porque no los tienes; pero también te compensa. Quedarte contento depende demasiadas veces o quizás todas las veces de lo que crees que los demás piensan de ti. Y no. De ti o de nosotros no se acuerda nadie demasiado. Y quizás con que se acuerden lo justo es suficiente. Aunque es inevitable que en nuestra cabeza resuene un estar vital demasiado arrimado a lo que los ojos de la vecina, del maestro de tus hijas, del camarero del bar o de tu amiga que está más sola que la una piensa de nosotros. Pero, recuerda: nadie piensa tanto en ti.
Recuerdo (tú también lo recuerdas) cuando en el patio del colegio, la batalla más cruenta que has vivido en tu vida y de la que seguro aún te quedan cicatrices, te quedabas preguntándote o asumiendo que estaba pasando o porque todo se ordenaba como observabas justo frente a ti. Me he preguntado muchas veces si lo que pasaba en los 80 y 90 en aquellos recreos sigue pasando, y siempre quise pensar que no por aquello de la evolución de que las costumbres sociales cambian; pero es mentira: los patios siguen siendo una guerra y todo el mundo mira para otro lado. Esto lo digo para que pienses que ni siquiera quien hubo de protegerte pensaba en ti o quien debe proteger a tu hija está pensando en ella. Esto es, que mirar para otro lado es deporte nacional.
Y sin embargo, te castigas irremediablemente cuando fallas en tu día a día: en el trabajo, con tu mujer, cuando decides no limpiar el coche un sábado porque quieres tirarte en el sofá o cuando piensas que esta semana no has ido a ver a tu madre porque no te da la vida. Y es entonces cuando te conviertes en la peor persona del mundo, es decir, te conviertes en lo que una persona normal y corriente: casa, hipoteca, coche, trabajo, hijos, súper y tómate una caña el viernes; se puede convertir, pero no porque lo seas, si no por lo que crees que los demás piensan de ti. Pues quédate tranquilo, querido: nadie piensa tanto en ti.
La semana pasada me crucé con una antigua compañera de la universidad recién divorciada o que se estaba divorciando o qué sé yo de bienes gananciales. Y me dijo que lo estaba pasando fatal porque había sido ella quien lo había dejado porque la cosa después de 15 años no daba para más y se había vuelto a enamorar y además todo el mundo la miraba mal en el trabajo y en el pueblo. Puedo garantizar que no se podía estar sufriendo más, puede, o quizás no, que el exmarido también, pero esa no me la sé; sin embargo, pregunté después de la conversación a gente que trabaja con ella porque me dejó intranquilo y la respuesta fue literalmente: “sí, me lo dijeron el otro día desayunado pero no me enteré bien, aunque me parece normal, no sé cómo ha aguantado tanto”. Es decir, y esto es: que además valorar esa ruptura como algo de lo más natural le daban la razón mientras ella se despellejaba viva cada noche en la soledad de su cama como una mala o malísima persona y, sin duda, nadie pensaba tanto en ella.
La moral no es lo mío ni mucho menos y mucho menos en esta columna, pero, me encuentro a demasiada gente que se castiga demasiado y en muchas ocasiones yo mismo me castigo demasiado hasta que me doy cuenta de todo esto porque es normal y natural y no pasa nada. Equivócate y si tienes que pedir perdón lo haces, pero si ni siquiera has tenido el detalle de equivocarte y es sólo tu ego y lo ridículos que somos todos y todas ante el intento de perfección social, el que te hace pensar que son los demás los perfectos y estupendos, y además, los que no paran de criticarte porque crees que lo has hecho todo mal o simplemente a acusa de que tu forma de ser no encaja, maldita sea: para, piensa, reflexiona y recuerda que el 99% de las veces todo lo que piensas que está ocurriendo no ocurre; y piensa, sobre todo, que no va a ocurrir; y sobre todo, sobre todo: que nadie piensa tanto en ti.
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