En la Chaqueta metálica el Sargento Hartman, en una especie de arenga navideña, dijo: “Hoy es Navidad. Habrá una sesión de magia a las 09:30. El capellán Charlie, os va a decir como el mundo libre vencerá al comunismo, con la ayuda de Dios y unos pocos Marines – se pronuncia /məˈriːnz/ , vamos: merrins – . A Dios se le pone dura con el Cuerpo de Marines, porque matamos a todo bicho viviente. Él juega a lo suyo, nosotros a lo nuestro. Y para mostrarle nuestra gratitud ante su inmenso poder, le llenamos el cielo de almas hasta los topes. Dios ya existía antes que el Cuerpo de Marines, así que el corazón se lo podéis dar a Cristo, pero el culo pertenece al Cuerpo. ¿Habéis entendido, nenas?”. Nunca entendí eso del mundo libre hasta que comprendí que era una parodia de sí mismos. Y lo siguen siendo. Trump.
A lo que voy. Me ha acordado de esto y de Tony Bauer – es un buen tipo y era mi compañero norteamericano del piso de Toledo – que me enseñó más inglés del que sé ahora y a pronunciar esa palabra: de hecho fue la primera vez que escuché como se pronunciaba. Cuando escuchas una palabra en su idioma nativo se acaba la mística; pero es bello y se acerca a la verdad.
La cosa es que todo esto me recuerda a la Navidad y sobre todo a cuando nadaba a contracorriente pelando contra ella. Me hago mayor y cada vez me gustan más estas fechas. Cualquiera que me conozca y lea lo anterior seguro que no se lo cree. Es así. Se me acaba la rebeldía del contrahecho. Ver a la gente ser amable aunque sea por un rato, aun con desconocidos, es agradable en una España pasada de decibelios. Y esa sensación es necesaria. Esto, lo agradable, digo, siempre ha sido así, pero antes lo odiaba, lo denostaba y lo combatía con fiereza (más de la que correspondía). Soy un ex-fumador de la Navidad pero al revés: antes no la soportaba y ahora paso lento y atento por todas sus liturgias. Día de la Lotería y cabalgatas incluidas. Qué caras de asombro. La inocencia de las niñas y niños al paso de las carrozas da sentido a muchas cosas, sobre todo a seguir trabajando por ellos para hacer de este mundo algo mejor que cuando llegamos a él. Mejor que cuando nos vayamos de él. Si no tienes esa pretensión eres un egoísta y si eres un egoísta que los Reyes Magos te traigan carbón. Imbécil.
Sé amable sabiendo que la vida no devuelve nada; pero el instante regala brindis insospechados que, aun sin agradar, reconfortan
El pantano del catolicismo trata de reconvertir en fe lo que el capital ha convertido en consumo desaforado. Gana el dinero. Sin embargo, nada de esto o casi nada de esto es verdad: porque la verdad está en el matiz y en el instante. Y hay un instante de verdad en toda esta feria: el golpe del amor, la paz de la cocina de la abuela (a lo mejor no es paz sino tregua pero da igual) antes de empezar a discutir en la cena de Nochebuena. Los que discutan. Yo ya no lo hago. No lo hagas. Sé amable sabiendo que la vida no devuelve nada; pero el instante regala brindis insospechados que, aun sin agradar, reconfortan: de eso vive el catolicismo. Y somos irremediable e inevitablemente católicos. Es cultural y aprehendio: sin afirmar ni negar. Aunque no creamos en Dios. No somos Alemanía. Y menos mal. Y no está mal. No es desidía o pereza: es la bonhomía que decía Machado: la demofilia: “En España, no hay modo de ser persona bien nacida sin amar al pueblo”. Dijo. Y lo tenemos que practicar más.
Esto no son instrucciones para salvar una Navidad que no se puede salvar. Esta Navidad terminó sin empezar el día de la Inmaculada, el de la Purísima Concepción, y que celebra que María estaba libre del pecado original. Pero nosotros no y a la vez no somos culpables o no somos culpables nosotros sólos de todo este desastre porque no se puede privatizar la salud pública. Por esto, porque no es cuestión de buscar culpables: hazle caso al poeta. Amor.
Feliz Navidad
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