Asomarte por la ventilla del coche en mitad de la calle para soltarle a uno, que ya se los espera, el mismo chiste que le llevas soltando desde que os conocisteis en la escuela. Siempre lo mismo y siempre tan esperado. Los pueblos son un poco eso: siempre lo mismo y siempre esperando que vuelva: la Navidad, que vengan los de fuera; y la Candelaria, el Carnaval y la Semana Santa y a ver si este año no llueve; y a ver cuando cae la romería, y la calor en verano y la Feria y septiembre y otra vez se van (o menos mal que se van) y el pueblo vacío y el frío en invierno y otra vez lo mismo y siempre esperando que vuelva. Eso es el pueblo.
Todos creemos que lo que pasa en nuestro pueblo no pasa en otros pueblos. Es mentira. En todos los pueblos se aparca mal porque hay mucho sitio para aparcar menos cuando vienen los forasteros. Y te quejas de que no hay aparcamiento, y te quejas cuando el pueblo está muerto un sábado en octubre. Pasa en todos lados.
Y en todos lados pasa, porque lo sé y lo veo y lo vivo. Que son los mismos y las mismas o casi los mismos y las mismas los que llevan para adelante todo lo bonito que se hace en los pueblos, que es mucho: el fútbol y los partidos políticos, la chirigota y la banda de semana santa, la charanga y la romería de la calle. O la obra de teatro y echar una mano en Cruz Roja o lo más parecido que haya en tu pueblo para echar una mano. Vender participaciones de lotería de Navidad del santo de turno en agosto para que no se nos adelante los de la peña del Betis. Y todo de balde.
Y también pasa siempre lo mismo malo. Hablar de más de los demás y porfiar y que te porfíen. Que no se te olvide nunca que el habla mal de otra contigo también habla mal de ti con otra o con otro. Esto último pasa también en la capital lo que pasa es que en el pueblo te enteras. Y se entera la gente. En los pueblos se sabe todo o “eso dicen”. Te suena demasiado esto último si has estado alguna vez o más de una en boca de todo el mundo por hacer o ser como te da la gana. Que esto también pasa en los pueblos, en todos.
Pero, sin duda, lo que también nos pasa a todos los que somos de pueblo es que llevábamos incrustado en el corazón el mayor patriotismo que un ser humano puede tener: el orgullo de ser de pueblo y de ser de nuestro pueblo. Sobre todo, si estás fuera y sobre todo con alguien de fuera y le cuentas que la fulanita que sale en Canal Sur es de tu pueblo o que aquella médica o el investigador al que le han dado un premio en Madrid desciende de aquí por la vía tercera y no deja de venir a casa de su madre.
Lo que nos gusta el pueblo a los que nos gusta nuestro pueblo y las vueltas que le damos para hacerlo mejor y soportar lo peor y tratar de seguir viviendo aquí y de aquí y que no se nos muera. Y reconocernos en él sin el romanticismo de la España vacía que nos imponen en las capitales, esas ciudades dónde siempre dicen: “eso está muy lejos”. Y los que están lejos son ellos.
Termino. Sirva esta columna de homenaje a las gentes de todos los pueblos nuestros, de Los Pedroches, que viven y mueven su pueblo, a los que siempre vuelven y nunca se van del todo, a los ausentes y a los que sin ser de aquí vienen se enamoran y ya son de aquí. Sirva también de ejercicio de reconocimiento entre nosotros para que tengamos claro el valor del otro como semejante y no como competidor, para apoyarnos más allá de las diferencias y los matices y hacer fuerza y hacer comarca. Porque lo pasa aquí pasa en todos lados: porque todos los pueblos son el mismo pueblo.
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