La adaptación al medio suele ser vital para la supervivencia, aunque a veces el medio sea demasiado hostil. Conforme van avanzando los años esa adaptación suele ser más compleja y si no que se lo digan a nuestros mayores. Hace unos días paseaba por Pozoblanco y me sorprendí con una sonrisa cuando vi a una persona octogenaria andando con su muleta en una mano y su teléfono móvil en la otra. Esta misma semana, en una tienda de telefonía llegaba otra persona de aproximadamente la misma edad y preguntaba qué le pasaba al móvil que no funcionaba.
Unas simples anécdotas que causaron en mí un sentimiento de admiración ante personas que se han tenido que adaptar a unos tiempos y una forma de vivir que poco tienen que ver con la que marcaron gran parte de sus vidas. Son esos abuelos que hoy ven como sus nietos están más pendientes de la pantalla que de una conversación, que ven como su figura se ha convertido casi en imprescindible en la pirámide de muchas familias en el plano económico y en el de la propia conciliación.
La figura de los abuelos también ha evolucionado y de ser los consentidores se han convertido a ser parte del proceso educativo ante la gran cantidad de horas donde se convierten en casi unos segundos padres. Hoy muchas familias no se concebirían sin su papel. Hoy, a las puertas de unas fechas que la tradición impone pasar en familia me han venido esas imágenes de esas dos señoras octogenarias haciéndose con tecnologías que jamás soñaron y que ahora son casi una obligación.
Hoy, a escasas horas de una noche que para muchos es especial, no puedo evitar sentir admiración por quienes son y quienes fueron los pilares de muchas familias, sosteniendo y marcando la dirección. Esos supervivientes que llevan sobre sus hombros épocas tan dispares que han tenido que agudizar sus destrezas para adaptarse a un medio que en ocasiones no les está devolviendo todo ese esfuerzo. Ante esas personas mayores que no han necesitado universidad para ser sabias, ante esos abuelos que engrandecen el valor de la familia sólo queda un sentimiento, el del respeto. Y una actitud, la admiración. Pena que a menudo nos olvidemos de ellos por una mala adaptación, la nuestra, al medio.
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