A Luci Naciones, 3 de Febrero de 2014

Querida Luci:

Lo confieso: Me gusta el fútbol. Disfruto viendo un buen partido e incluso, alguna vez, con la selección española, me he puesto la camiseta roja y he cantado el lolo, lolo, lololololololo… (a falta de algo mejor) como letra de nuestro himno nacional.

Lo confieso: Hago la vista gorda, cuando el comentarista, envidioso -sin duda- de los jugadores y nostálgico de los años mozos, patea -a su vez- el idioma desmarcándose, por ejemplo, “por banda izquierda” mientras los contrarios “hacen un catenacho” (como el que prepara unas migas “tostás” o un gazpacho molinero).

Y lo confieso: Veo los deportes del telediario; participio, de vez en cuando, en charlas de fútbol en corrillos; podría, como muchos españoles, sustituir al gran Vicente (el del Bosque) en cualquier momento y hasta, cuando ejerzo el poder con mi mando a distancia, en los cambios de cadena, me quedo -de vez en cuando- atascado perezosamente en alguna tertulia futbolística.

Hace algunos días, un buen amigo (con el que comparto bastante de lo que te acabo de referir) va y -así, a bocajarro- me pregunta: ¿Sabes quién es Izpisúa? Me quedé a cuadros. No lo había oído en mi vida y, menos mal, que no me dio por decir lo que estaba pensando: “Seguramente será algún diamante en bruto del fútbol vasco, por el que ya andan peleándose Madrid y Barça” Te lo juro, lo pensé tal como te lo he dicho.

Y mi amigo me suelta: Sí, hombre, el científico ese que se va a ir de España. Vamos, el director del Centro de Medicina Regenerativa de Barcelona (que, de momento, es España). La conversación continuó durante un tiempo en el que mi amigo me ilustró, pormenorizadamente, acerca del asunto…

Y te preguntarás, a qué viene tanta confesión, si aún queda lejos la cuaresma e incluso las carnestolendas. Pues viene a que deseo que tengas la certeza de que las consecuencias y pensamientos a los que llevó aquella charla provienen de un  futbolero convicto y confeso: Yo mismo.

Querida Luci, esa noche me desperté en medio de una cruel pesadilla: padecía una enfermedad incurable y, en camilla y con el gotero, desde la UCI del hospital me llevaron a la gala de entrega del balón de oro. Allí se encontraban Cristiano y Messi, cada uno con su máscara de células madre, atendiendo a la numerosísima prensa especializada. A un lado del escenario, pude distinguir claramente al investigador español Juan Carlos Izpisúa vestido de azafata de congresos… De pronto, se hizo el silencio. La azafata entregó un sobre al presidente de la FILFA y, cuando todos esperaban que leyera el nombre del ganador del balón de oro, aquel personaje anuncia ceremoniosa y textualmente: El premio “No podemos hacer nada por ti”(*) corresponde a… Desperté (convencido de que era mi nombre lo que venía a continuación) sudando y gritando como un poseso: ¡Iniesta! ¡Inieeeeesta de mi vida!

No sé durante cuánto tiempo permanecí a punto de morir de vergüenza de ser aficionado a todo lo que rodea al fútbol nuestro de cada día. Afortunadamente, superé la crisis, entre otros, por el remedio (ocurrencia) de mi médico de cabecera de establecer como melodía en mi móvil, el “Diguem no” de Raimon, en catalán (lengua con la que también se enriquece España). En consecuencia, yo -futbolero probado- canto ahora en catalán y no sólo en la intimidad: “…Nosaltres no som d’eixe món…” y… chisss… Goooooooooooooooooooool.

Lo confieso: Soy un tipo lleno de contradicciones.

Tuyo afectísimo.

(*) Premio que conceden los científicos de todo el mundo a los miles de víctimas (tu padre, tu amiga,… tú mismo) de enfermedades cuyo remedio hubieran podido encontrar si se les hubieran dado oportunidades.