HACE MUCHA FALTA. CON ASIDUIDAD asistimos, sin inmutarnos mayormente, a la vorágine de actos culturales de nuestros pueblos ensalzando valores patrimoniales. Unas y otras semanas se disputan protagonismo multitud de eventos (reiterados), sin orden de continuidad, que desgraciadamente se solapan sin poder asistir fácilmente a ellos; celebraciones al unísono de festejos del calendario tradicional que, lógicamente, tienen las mismas raíces e idénticas formulaciones. No obstante, se presentan por todas las poblaciones con pruritos de notoriedad, en una lucha simpar por ver quién da más, quien lo hace con mayor ostentación. Lo cierto es que la sustancia es la misma, a pesar de los afanes desmedidos de proyectar principios de superioridad. El pugilato resulta ridículo, toda vez que gran parte de los eventos festeros son sufragados por las instituciones supralocales (Diputación…), que con lenguaje conmovedor impulsan las tradiciones y raíces por doquier, encubriendo claro está, intereses espurios (y discriminaciones) que no es preciso referir. Sin entrar siquiera en lo artificioso que resultan muchas de las celebraciones, que lógicamente han perdido su auténtica sustancia –al tenor de otros tiempos, economía, sociedad, cultura, etc –, revistiéndose con formulaciones que muy poco o nada tienen que ver con el legado histórico ni con la tradición. Se trata de simples productos culturales (al uso de los tiempos que corren)revestidos de artificiosidad y engaño que acaso muevan a la distracción, pero poco más (ferias medievales…), sin nada de verdad ni contextualidad en nuestros pueblos. Completa superchería. No obstante, nada tengo contra ellas, porque creo que a nadie engañan y tal vez promuevan valores económicos (comerció, bares, etc.).
Dicho lo que antecede, cabe acreditar la unidad comarcal en unos mismos valores físicos y culturales de los que participamos todos. Los Pedroches constituyen una demarcación muy definida en Córdoba, con unos rasgos característicos (geográficos, geológicos, paisajísticos, económicos y culturales) que han sido determinantes en nuestros antepasados; sin que falten rasgos de diversidad y singularidad. No existen sin embargo, sobra decirlo, grandes aspectos diferenciativos entre nuestros pueblos. La comarca es un todo bastante enterizo que nos define en lo más general de manera muy semejante, a pesar de las diferencias, en los cuatro puntos cardinales. Una unidad fácilmente reconocible en el contexto provincial, donde la geografía sentencia claramente distingos entre la penillanura granítica y la Sierra Norte, Vega del Guadalquivir, Campiña inmensa del sur y los sistemas Béticos.
Mayor significación diferenciativa puede plantearse en el legado histórico, al menos desde la Baja Edad Media en que se conforman la mayoría de las poblaciones hoy existentes; aunque sea a partir de legados anteriores en los pivotes fundamentales de existencias pretéritas (Pedroche, Belalcázar y Santa Eufemia). La constitución jurisdiccional desde las centurias medievales sí que representa una división territorial, administrativa y económica que deviene en compartimentos estancos que, en mayor o menor medida, crean y consolidan algunas diferencias entre las poblaciones. Sin que sean marcadas, también es cierto, en las formas básicas de vivir, estilos de vida, etc. No obstante, esa división centenaria sí que creo distingos mentales de pertenencia a unas u otras jurisdicciones (condados, Siete Villas…), rompiendo en cierta manera el hilo de la globalidad que sentencian los principios geográficos de unidad de la comarca
Esa ruptura comarcal, esencialmente de carácter artificioso por la Historia, se proyecta muy bien en esa carencia grave de conciencia globalizadora que a veces se acusa. Basta con repasar los orígenes del sentimiento unitario, que son completamente precarios. Véase que la propia denominación genérica de Valle de Los Pedrochesaflora en los últimos estertores de la ilustración (finales del s. XVIII) y se alimenta del sentimiento romanticón de la subsiguiente centuria decimonónica. Hay que llegar a las primeras décadas del s. XX para que algún autor avance alguna concepción enteriza de comarca (Ernesto García, 1.923; Gil Muñiz, 1.925), que en términos precarios refleja muy bien el aletargo que existe al respecto. Solamente en la medianía del s. XX se rastrean los primeros vestigios de espíritu comarcal con la lucha por el agua, que requiere el concurso de todos. Que no fragua hasta más tarde. Hay que llegar hasta definitivamente hasta la etapa de la Transición para que se ensalce, en términos políticos más que otra cosa, el nacimiento de una Mancomunidad de Los Pedroches.
Realmente, una comarca no se hace simplemente con buenos deseos políticos. Es necesario que, más allá del sentimiento de pertenencia (que sí se tiene y es muy satisfactorio), se posea también el espíritu de unidad y concierto entre todos. Los Pedroches precisan de encontrar un impulso común colectivo de uno a otro extremo. Ensalzar valores propios y singulares (de verdad) sin confrontaciones absurdas; sin ostentaciones de primacía de unos sobre otros conformando un todo. El futuro de la comarca y su impulso se encuentran muy supeditados al entendimiento, aprovechando los recursos (naturaleza, tradición, y particularidades, que no faltan…) de cada uno de nosotros caminando en una misma dirección. Creo que se hace necesario sentir lacomarca.
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