Las historias más trágicas y duras dejan recovecos por donde se cuelan otras historias que aportan luz entre tanta sombra. El puente de la solidaridad de Valencia es una muestra de esa premisa, un puente que va más allá del marcado geográficamente en la propia provincia. Es un puente que abarca a centenares de personas que conforman la red de voluntariado que ha ido llegando a los pueblos más afectados por la DANA, un trazado donde se escuchan muchos acentos pero se entiende un único idioma, el de la solidaridad. La movilización para ayudar se dejó notar, como no podía ser de otra forma, en la comarca de Los Pedroches con iniciativas para recoger enseres, productos y alimentos para mandar a las zonas afectadas, pero hay personas a las que le pudo la inquietud y decidieron iniciar el viaje hacia el epicentro de la tragedia.
Lo hizo el pozoalbense José María Moyano, un joven que el domingo por la tarde emprendió uno de esos viajes que te cambian la vida. Lo comparte porque en este mundo de inmediatez y rapidez quienes están viviendo ese horror temen que esa solidaridad sea algo efímero, que el mundo se olvide de ellos y la reconstrucción sea más compleja de lo que ya es. Como cualquier viaje siempre hay un inicio, con unos días libres por delante José María pensaba irse a descansar, pero viendo el cariz que estaba tomando la situación «decidí irme porque tengo un amigo en uno de los pueblos afectados». Entre la decisión y el inicio hubo tiempo para que su gente se sumara para que se fuera cargado de alimentos, productos de limpieza, ropa, medicamentos… Y así, junto a su pareja Blanca, empezó a sumar kilómetros.
La primera parada fue La Alcudia, un municipio afectado pero sin la intensidad que en otras localidades. No obstante empezó a ayudar en la fábrica de su amigo y ahí empieza a tener un sentimiento que se va a repetir, la sensación de avanzar por la cantidad de barro, fango y escombros que hay que quitar. Esa misma tarde se adentran algo más en la tragedia al ir a Algemesí. «Lo primero que notas es el silencio, hay miles de personas, pero hay silencio. El silencio y el olor, un olor a lodo, a descomposición, a polvo, respiras todo el rato polvo», explica. Allí se da cuenta de otra cosa que va a ser común en esos días, hay muchas manos para ayudar pero falta organización. «Vas con tus materiales y te unes, pero nadie te guía, me sentía inútil», narra alegando que «espero que eso a lo largo de los días haya cambiado».
El viaje tuvo otra parada, la hizo el martes cuando decidió ir hasta Catarroja, uno de los municipios más afectados. «Eso era otra situación totalmente diferente. Llegamos y nos pusimos a llorar, estuvimos entre cinco y diez minutos bloqueados. Un pueblo destrozado, cuatro-cinco filas de coches apilados, unos encima de otros, tapados de barro y muy poca movilización de fuerzas militares, algo que cambió en unas dos horas. Empezamos a ver a policías, bomberos, forestales, agentes de Navarra, de Córdoba, bomberos de Antequera, de Estepona..», prosigue. La sensación general es «de importancia, de no dar abasto y también de abandono, de haber recibido la ayuda especializada tarde». La muestra es que la coordinación entre los equipos especializados permite agilizar el trabajo de una manera clara, algo que también observa este pozoalbense durante sus días en tierras valencianas. Y remarca algo, allí no hay polarización política, «no se habla de política».
José María recibe en esos momentos una llamada, un amigo suyo le dice que un tío suyo vive en Catarroja y ese fue el inicio de otra ola de solidaridad. Detecta que la gente necesita productos frescos, productos de limpieza y piensa que esa es la mejor forma de ayudar por lo que consigue recaudar unos mil euros a través de bizum que le permiten comprar al día siguiente este tipo de productos y que reparte el miércoles por la mañana en Catarroja. «Abrimos los portones de la furgoneta y en media hora repartimos casi mil euros, algo menos porque también le dimos algo de dinero a una protectora de animales», detalla. «La gente lloraba cuando le dabas algo, intentamos salir de nuevo para volver a ir a comprar pero el pueblo ya estaba cerrado y nos dijeron que no nos iban a dejar pasar en coche», precisa. Y es que los trabajos de la UME mandan y el cierre a vehículos se realiza para poder llevar a cabo las labores de limpieza y de retirada de escombros.
Entre tanto, nos enseña vídeos con esos escombros apilados a los lados de las calles. «Un montón equivale, más o menos, a los enseres de una vivienda, miles de vidas rotas», unas imágenes que sitúan la imagen en un escenario bélico más que en la España del siglo XXI. La destrucción en algunas zonas es indescriptible con «casas viejas empezando a hundirse, los bajos totalmente inundados, gente intentando limpiar sus negocios lo antes posible para evaluar daños y empezar de nuevo». El silencio que se respira por la mañana se hace más intenso cuando la tarde cae porque no hay nada, ahora mismo son pueblos fantasmas que intentan sobrevivir.
Un viaje de ida y vuelta
José María regresó el miércoles a Pozoblanco y nos cuenta que vivió otro momento de derrumbe al ser consciente de lo vivido, aunque «todavía me queda pisar el suelo». Tiene una cosa clara y ya ha cerrado una semana para emprender de nuevo el viaje, esta vez más organizado. Ahora se encuentra en proceso de buscar alguien que le ceda o le alquile un 4×4 para poder hacer el viaje con más garantías. Ya ha conseguido bombas de lodo y bombas de agua y hay gente esperando a activar de nuevo los bizum para poder aportar. Informa de todo a través de sus redes sociales porque «entiendo que las necesidades que me he encontrado no son las que me voy a encontrar en una semana, así que iré informando para toda aquella gente que quiera ayudar». Él dice que «somos muy bonitos, hay gente muy bonita», gente que emprende viajes con un único objetivo, ayudar.
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