Qué solo nos acordamos de Santa Bárbara cuando truena es un refrán que viene al pelo si hablamos del agua y, más concretamente, de la secular falta de ésta que sufre Pozoblanco y la comarca de Los Pedroches. Ahora que le estamos viendo las orejas al lobo con el pantano de Sierra Boyera en mínimos históricos y el de La Colada sin las conducciones concluidas y hasta arriba de mierda, y mientras algunos de nuestros políticos discuten sobre sí son galgos o podencos, es hora de plantear soluciones a la escasez del líquido elemento.
Todas las mañanas está a punto de darme un soponcio cuando veo regar el césped (por cierto que a ver cuando se dan cuenta y dejan de plantar césped a diestro y siniestro con el agua que consume) de zonas como el Paseo Marcos Redondo, El Silo o el parque Aurelio Teno. Si estamos al borde de que nos corten el agua por la noche y con una restricción efectiva ya del 10 por ciento, ¿cómo es posible que nuestro Ayuntamiento gaste de esa manera el agua de la red? ¿No sería mejor acudir a pozos y fuentes públicos y realizar mediante camiones cisternas riegos de emergencia? Ya se hizo a finales de los 90 cuando otra «pertinaz» sequía se cernió sobre la comarca. Además, todos los estudios apuntan a que, debido al cambio climático, las sequías serán cada vez más largas y frecuentes. ¿A qué esperamos pues para tomar algunas medidas como la recuperación de pozos y fuentes públicas para utilizarlas para riego de jardines y baldeo de calles?
Y precisamente hablando de fuentes públicas traigo a colación en este artículo de opinión-divulgación una que fue vital para el Pozoblanco de los años 50 a los 70 del pasado siglo XX, el Algarrobillo.
El Algarrobillo fue desde la Baja Edad Media descansadero para el ganado trashumante de la Cañada Real Soriana Oriental, que unía las provincias de Soria y Sevilla. Esto indica que tenía que tener una buena fuente de agua para abrevar el ganado. Posiblemente fue una de las fuentes más importantes de las que se abastecía la población pozoalbense en la Edad Moderna y Edad Contemporánea.
En 1840, el historiador cordobés Ramírez de las Casas Deza señala que el pozo del Algarrobillo, «dista unos 4.000 pasos de la localidad». Desde al menos comienzos del siglo XX es, además de pozo, lavadero público. Así, y según podemos rastrear en el periódico El Cronista del Valle en el año 1920, las lavanderas se quejan de la inacción de los guardas rurales y exponen que en el lavadero público de El Algarrobillo, vacas, cerdos, cabras y otros animales campan a sus anchas. Así apuntan que «a más de destruir y ensuciar el tendedero y el empedrado que une las pilas para el lavado, rompen y pisotean las prendas y ocasionan otros prejuicios a las numerosas lavanderas que frecuentan aquel paraje».
Para combatir la histórica falta de agua que sufre Pozoblanco se construye en 1915 un depósito de agua junto a lo que ahora es la Cruz de la Unidad, justo donde está situada actualmente la sala de exposiciones La Besana, que se abastece del agua de la finca La Garganta en Ciudad Real y que se distribuía por el pueblo a través de los denominados «tubos».
Será a comienzos de los años 50 del siglo pasado y debido a la escasez del agua de la Garganta, cuando se decide construir la torre de elevación del Algarrobillo, que llevaría el agua hasta el depósito situado junto a la ermita de San Antonio, que aún se conserva, eso sí lleno de estiércol de las miles de palomas que anidan en su interior. Desde este depósito, el agua del Algarrobillo iba hasta el depósito de la Cruz, aumentando así el caudal de los 40 metros cúbicos diarios de agua que abastecía la Garganta hasta los 450 metros cúbicos diarios. Para ello se construyeron mas «tubos» de tipología diferente a los de la Garganta.
A partir de los años 70, cuando el agua corriente llega a Pozoblanco desde el pantano de Sierra Boyera, los «tubos» comienzan a desmantelarse y muchos pozos privados y públicos a cegarse. Craso error. Como viene siendo habitual en Pozoblanco todo ello se perdió. Se perdió la fuente y lavadero del Chorrito, comida por la maleza está el Pilar Nuevo en la carretera de Pedroche, y solo sobreviven, con mayor o menor suerte, el Pilar de los Llanos y La Guizuela. De aquellos «tubos» y aquella cultura del agua solo podemos hoy en día ver los remedos que han hecho distintas corporaciones, como los existentes en la calle Santa Lucía, Plazuela de Juan Torrico o en la calle Cristo.
Hora es que se recuperen fuentes y pozos públicos y privados en horas de sequía como estos. Además, y continuando con el Algarrobillo, lugar al que me une una relación especial, no en vano a la sombra de sus álamos han pasado muchas tardes noches de verano de su infancia mis hijos y muchos otros niños, madres y padres de Pozoblanco, cuando se recuperó el paraje, plantándose árboles, poniendo mesas y bancos de madera, farolas, columpios y «rehabilitando» el antiguo edificio para usarlo como bar durante bastante tiempo.
Tras el cierre del bar la zona fue vandalizada rápidamente por hordas de jovenzuelos que poco tendrían que envidiar al belicoso pueblo germánico que atravesó la península a mediados del siglo V. El edificio fue destrozado por dentro y las mesas, bancos, columpios y farolas, arrancados y los árboles, dejados de la mano de dios, a duras penas resisten. Desde entonces, sucesivas corporaciones y partidos políticos han llevado en sus programas electorales su rehabilitación y puesta a punto para diversos usos, desde sede de alguna asociación local, hasta la creación en el paraje de huertos urbanos para mayores… Hasta ahora, nada de nada.
Quizá ha llegado el momento de ponernos manos a la obra.
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