Los meses de verano son para muchos sinónimo de descanso, maletas, viajes y desconexión. El de 2020 será recordado por muchas personas por haberse dejado en el camino parte de esos ingredientes por la pandemia del coronavirus, para otros el verano ha significado lo mismo, la oportunidad de planear y cumplir algunos de los deseos que se van teniendo a lo largo de la vida. En este segundo grupo se encuentra Juan Aperador, un joven pozoalbense que ha sacado su faceta más solidaria en estos meses viajando hasta Grecia para sumarse a la acción humanitaria que se despliega en los campos de refugiados que hay en el país heleno.
Hablamos con Juan Aperador a escasos días de que finalice el proyecto que le ha llevado hasta Grecia para vivir dos meses que le han permitido conocer más de cerca una realidad a la que llevaba tiempo queriéndose acercar. «Siempre he querido hacer un voluntariado para saber la situación que realmente viven los refugiados al entrar en Europa, llevaba muchos años pensándolo. Había acabado la carrera y no tenía nada pensado para el futuro, vi la oportunidad y decidí intentarlo», explica. Lo hizo a través de proyectos Erasmus+ de la Unión Europea que le llevaron a entrar en un proceso de selección del que salió elegido sumándose así al Centro Joven de Epirus, un centro que colabora con la ONG que lleva el campo de refugiados.
Con billete de vuelta para el próximo 14 de septiembre, Juan Aperador ha vivido los dos últimos meses en la ciudad de Ioannina desempeñando su labor con niños del campo de refugiados ofreciéndoles recuperar parte de la actividad perdida durante la pandemia. «Es como una escuela de verano, estamos con ellos durante tres horas al día, hacemos deporte, juegos, manualidades, se trata de que estén distraídos porque ahora no tienen escuela, a lo que hay que sumar que durante la pandemia estuvo todo cerrado», apunta. Reconoce, también, que no llegaba con «excesiva» paciencia con los niños, pero que en estos dos meses de trabajo «se les coge mucho cariño». Por delante ha habido que intentar romper las reticencias hacia el desconocido, las diferencias culturales y la barrera del idioma.
«La acción humanitaria es muy importante, los mediadores culturales tienen un valor fundamental porque las personas que vienen tienen que asumir cambios radicales, tienen que adaptarse a una cultura totalmente diferente, lo vemos también a través de los niños. Algo curioso es que el campo de refugiados está al lado del aeropuerto y al principio se asustaban con el ruido de los aviones que despegaban y aterrizaban, me imagino que acordándose de situaciones vividas en sus países de origen», relata Juan Aperador. Y es que el campo de refugiados donde realiza voluntariado está lleno de personas que vienen huyendo de conflictos bélicos de países como Siria, el Congo o Afganistán.
La realidad
En la charla con Juan Aperador se despeja rápidamente que hacer este tipo de voluntariado era una de sus aspiraciones vitales, pero también el conocer de primera mano cómo se vive, cómo se siente en un campo de refugiados. «He tenido suerte porque es uno de los campos mejor equipados, lleva abierto desde 2017, pensaba realmente que iban a ser como chabolas o tiendas de campaña y no, tienen sus edificios, aunque es cierto que pueden llegar a vivir en una habitación siete personas. La situación es algo mejor de lo que me imaginaba, aun así, ves cosas que te hacen plantearte el cómo pueden vivir así», afirma.
Los campos de refugiados de Grecia no dejan de ser una zona de paso, se trata de la entrada a Europa y muchas de las personas que se asientan allí tan sólo esperan a ser trasladados a otros países con algo más de oportunidades para labrarse el futuro que la guerra les rompió. En este sentido, Juan explica que «muchos esperan ser trasladados a Alemania y se da la circunstancia de familias que están la mitad en el campo y la otra mitad ya en Alemania porque los trasladado con la pandemia se han paralizado. Sin olvidar que muchos tienen a parte de su familia en sus países de origen, en países en guerra. Son cosas y realidades que te impactan».
Cuando toca dibujar son muchos los niños que dibujan una y otra vez la bandera de sus países, otra señal de la salida forzosa, del apego a una tierra «a la que volverían si pudieran, estoy seguro». El asumir la nueva realidad también depende de la edad porque hay niños que no conocen otra que la del campo de refugiados, lugar donde han nacido; otros cuya memoria no les proporciona otros recuerdos; pero también los hay que llegan con una mochila muy cargada a los que «les cuesta abrirse, echan de menos su casa, una vida que le han quitado. Hay niños que llegan muy afectados y al principio tienen recelo».
Y entre esa mezcla de realidades también aparece la más cruel, la que muestra la falta de empatía y el rechazo. «Me choca, por ejemplo, que en el barrio de al lado del campo de refugiados la gente hace su vida normal y al otro lado ves a gente a la que la guerra le ha abocado a esta situación. Hace dos semanas abrieron un campo para menores no acompañados y están teniendo muchos problemas porque los vecinos no quieren inmigrantes, falta empatía».
Una empatía que sí tiene Juan Aperador, que, apurando sus últimos días, es consciente de lo «enriquecedor» de una experiencia que le ha valido para «concienciarme, para replantearme muchas cosas», además de para conocer a muchas personas de un lado y del otro del campo de refugiados.
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