Más de la mitad de esta columna no la he pensado yo, ni siquiera he tenido el detalle de repensar algunas de la expresiones o el estilo para darle originalidad. Nada. Sólo el título es mío. El 23 de febrero de 1981 en el Congreso de los Diputados a eso de las seis y veinte de la tarde el teniente coronel de la Guardia Civil, Antonio Tejero, entró a tiros en el Congreso mientras se producía la votación del nuevo Presidente del Gobierno, Leopoldo Calvo-Sotelo, de aquella recién estrenada democracia y que dejaba defenestrado a Adolfo Suárez.
He dicho que nada de esto es idea mía, de hecho siempre pensé que el protagonista de aquel incidente fue Tejero, junto con Milans del Bosch que sacó a pasear los M-47 por Valencia, y los 200 guardias civiles que tirotearon la cúpula del hemiciclo del Palacio de las Cortes. Pero no. El verdadero protagonista de aquel golpe a la democracia fue Adolfo Suárez, y la actitud de Adolfo Suárez, y la de la oposición en el Parlamento; también los militares, sobre todo los nostálgicos del régimen; los empresarios, sobre todo los nostálgicos del régimen, acuciados por la segunda crisis del petróleo; y la prensa, sobre todo la nostálgica del régimen; y el Vaticano, y los Estados Unidos y el Rey (bueno en esto habrá discusión pero si no lo hizo lo pensó). Quiero decir que toda esta gente entró en el Congreso de los Diputados esa tarde e intentó dar un golpe de Estado. No me olvido del general Armada, que fuera mentor y secretario del rey durante años; ni del absuelto de José Luis Cortina, un jefazo del ejercito; ni del CESID, ni de la AOME (otro servicio de inteligencia mandado por Cortina), ni de Pardo Zancada, que llegara a última hora aquella madrugada con una compañía de la Policía Militar para apoyar a Tejero mientras en el Hotel Palace la policía, la guardia civil, algunos militares y unos pocos políticos no tenían ni puta idea de por donde venían los tiros esa noche ni por donde iban a salir.
Todo este percal entró en el Congreso a las seis y veinte de la tarde de aquel 23 de febrero. No es coña, lo que ocurre es que tardó más de cuatro años en entrar y claro, tuvieron que hacerlo por partes. Primero entró Adolfo Suárez y la democracia o aquello que Suárez pudo montar a base de engatusar, seducir y contar medias verdades a unos y otros; y claro, aquello no gustó a nadie o a casi nadie. Ni a los falangistas, ni a los militares, sobre todo los nostálgicos del régimen; ni a los guerrilleros de Cristo Rey, ni a los tecnócratas del Opus Dei, ni a los monárquicos, ni a la oposición, ni a la UCD (o una parte de ella), ni a los empresarios, sobre todo a los nostálgicos del régimen; ni a la prensa, sobre todo a la nostálgica del régimen. A nadie (o a casi nadie). Luego vinieron los Pactos de la Moncloa y la Constitución que durante un ratito cerraron las puertas de la Carrera de San Jerónimo y casi echan el cerrojo salvo porque entre medias un Sábado Santo y con todo quisqui de vacaciones se legalizó el Partido Comunista de España (que luego aceptó, por cierto y por el bien de España, a la monarquía, la unidad de la Patria y la rojigualda). Esto y el invento del Estado de las Autonomías, que rompía con la unidad de España, abrió las puertas de par en par. Imagínense las editoriales del diario El Alcázar. El acabose. Si a todo sumamos la crisis del petróleo que tenía al país en la ruina o el castigo constante de ETA con asesinatos a diestro y siniestro, la cosa era ya imparable.
Desde luego que fue la cúpula del ejercito, la nostálgica, con Armada al frente la que organizó y estructuró todo lo que pudo ocurrir y no ocurrió la tarde del 23 de febrero de 1981. Pero la gestación del golpe tiene muchos más protagonistas: todos los que creían que España se iba a pique y que la solución era un gobierno de concentración con un mando militar a la cabeza, eso sí, por el bien (o no) de la democracia. Si se han dado cuenta Tejero en realidad fue el último en entrar aunque fuera el primero en pasar.
Todas estas y muchísimas más tramas, conspiraciones y contubernios me los descubrió el monumental ensayo de Javier Cercás Anatomía de un instante que analiza y disecciona minuciosamente el 23-F desde la imagen donde esa tarde se observa a Adolfo Suárez en el hemiciclo del Congreso impertérrito en su escaño “mientras las balas de los golpistas zumbaban a su alrededor ”. Léanlo si no lo han hecho. Ya les dije que nada de esto era idea mía.
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