La pesadilla del fuego en el Calatraveño ha terminado, pero la de sus consecuencias recién acaban de empezar. No caben más sentimientos que la tristeza y la desolación ante un paisaje que es parte de la historia y la riqueza de la comarca de Los Pedroches y que ahora se ha llenado de sombras, de negrura, de cenizas. Aunque el dolor es colectivo, los más afectados son los vecinos de la zona que evalúan ahora los daños, aunque dentro de la situación por la que atraviesan resaltan que “lo importante es que no ha ocurrido ninguna desgracia personal, lo demás todo es solucionable, aunque la pena está ahí”. Lo dice Javier Olmo, uno de los vecinos más afectados porque el fuego arrasó su finca de unas 30 hectáreas, incluida una nave de 200 metros cuadrados con los aperos que había en su interior y dos vehículos de campo. Un día después constató la acción del fuego, cómo se había llevado “la ilusión de toda la vida, es algo que tenemos cuidado”.
Javier cuenta que “nos enteramos porque tenemos un grupo de móvil todos los vecinos y empezaron a llegar noticias, un grupo que tenemos activado por si se escapa alguna vez un animal o pasa algo. Las noticias empezaron a correr por todos sitios”. El, por su edad, no se acercó el mismo día del incendio y esperó hasta conocer la situación sobre el terreno algunas horas después cuando se acercó para ver la acción del fuego. “El martes estuvimos con los representantes de diferentes administraciones y les expresé mis quejas, un incendio se puede originar, pero no se pueden quemar 600 hectáreas. No es lógico que nos pongan multas por hacer un cortafuegos, que no se puedan limpiar las cunetas porque nos exponemos a multas. Hace un tiempo por hacer un cortafuegos me avisaron de una posible multa de 6.000 euros porque iba a eliminar un madroño y ahora han ardido todos. Los propietarios tenemos derecho a poner los medios de prevención y ser multados si no tenemos nuestros terrenos limpios, eso es lo que tienen que hacer las administraciones”. Unas quejas que “se han comprometido a escuchar en una reunión, de momento nosotros los vecinos mantendremos una el sábado para evaluar la situación”.
Esa impotencia se entremezcla con la angustia de quien recuerda todo lo vivido, en primera línea. Es el caso de otro vecino de la zona que prefiere hablar desde el anonimato, pero que relata casi minuto a minuto el miedo, el desasosiego y los estragos de un incendio que arrasó con más de 600 hectáreas. “Estábamos de celebración familiar y sobre las tres de la tarde escuchamos un helicóptero, rápidamente te pones en lo peor por las fechas. Vimos enseguida el humo y nos acercamos hasta el puerto Calatraveño y ya vimos las llamas, por la dirección del aire sabíamos que venía hacia nuestra vivienda”, cuenta. A partir de ahí tocó avisar a los vecinos de la zona, a voces y tocando la bocina, alertarlos para prevenirlos, mientras la mayor parte de esta familia decidía salir, principalmente porque había niños. “Cogimos los coches y cuando intentamos salir las llamas habían invadido el camino principal de salida, así que nos volvimos al cortijo para ver la evolución del fuego”, prosigue.
Mientras tanto y tras conocerse el alcance del fuego, otros vecinos intentaron acceder a sus viviendas pero fueron frenados en seco en el mismo puerto Calatraveño. Desde allí, esta familia mantuvo contacto con ellos y agentes de Medio Ambiente que les dieron una única recomendación, “alejarse lo máximo posible del fuego”. Empezó así un viaje que les llevó a casi todos, porque dos familiares se quedaron allí para en la medida de lo posible proteger su terreno, hacia otro paraje de la sierra, la Chimorra. “Allí nos encontramos con agentes del Seprona que nos atendieron muy bien e incluso nos intentaron sacar de la zona, pero cuando avanzamos de nuevo nos encontramos con las llamas. Nos fuimos a otro sitio más alejado y allí ya se vio una ruta de escape, esperamos a ver la evolución del fuego y cuando no hubo peligro pues regresé a mi campo, anduve unos cinco kilómetros para echar una mano a quienes se habían quedado, a mis vecinos, a quien fuese”. Cuando se le pregunta por el tiempo explica que “en esas circunstancias se te pasa el tiempo muy rápido, pero desde que empezamos a ver el humo a las tres de la tarde hasta que yo volví a echar una mano pasaron unas cinco horas. Tiempo en el que constantemente estuvimos pendientes del teléfono para saber cómo estaban los que se habían quedado, estábamos algo tranquilos porque lo tenemos todo muy limpio, pero ardió todo el terreno a excepción del perímetro del cortijo. Se desbordó todo, desde la puerta de la vivienda pasó a ser casi nada a una barbaridad en apenas media hora”, narra.
“Quien conozca la zona sabe que eso era un vergel de vegetación mediterránea, un paisaje precioso que se ha perdido, es que es muy triste”, relata este vecino cuando se le pregunta por lo que le vino a la cabeza cuando la vorágine pasó y pudo pararse a contemplar el paisaje transformado y destruido por la acción del fuego. Con la voz entrecortada añade que “sientes desolación, me he criado allí, desde pequeño he paseado por allí y cuando fui ayer por la mañana y vi lo que había, se te queda muy mal cuerpo”. Luego queda el recuerdo para los vecinos, un grupo amplio con una “buena relación porque somos los de toda la vida”, y sientes empatía con el que ha perdido sus gallinas, con el que ha visto arrasar su nave porque los sentimientos son los mismos, son compartidos. Hay una frase que se repite una y otra vez, hables con quien hables. “Todo lo que vas cuidando durante tanto tiempo, lo pierdes en minutos. Es inevitable que le des vueltas a las cosas”, zanja.
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