Las frases lapidarias de la Historia, sembradas de excepcionalidad, son siempre sorprendentes. Tiene ello mucho que ver con la percepción humana de situaciones límites, surgidas a partir de consecuciones admirables. La navegación espacial privada realizada el pasado 12 de septiembre, con el envío de la misión Polais Dawn de Space X, deja de nuevo sentencias de gravedad sobre las primeras impresiones. Por supuesto que están mediatizadas por el tráfago de la Historia, porque no es el primer viaje al espacio de la humanidad, ni se encuentra en el espectro de programas nacionales, siendo además el proyecto de un multimillonario del sector tecnológico con pruritos personales. Sin embargo, en eventos de tanta trascendencia siempre son notorios los avatares de distinta naturaleza.
Muy especialmente resultan llamativas las sensaciones y expresiones que manifiestan los hombres que realizan estos atrevimientos o proezas. Porque los viajes al espacio lo son en casi todas las circunstancias, especialmente cuando se trata de actividades espaciales realizadas por hombres no profesionales con intereses particulares en viajes de mayor trascendencia. Las primeras impresiones que ofrecen de la tierra, estando fuera de ella, decimos que son siempre notorias en forma y contenido. Lo fue la primera vez que Yuri Gagarín viajó al espacio exterior con la cápsula Vostok I (12 de abril de 1961) pronunciando la aplastante frase sembrada de emoción, «La Tierra es azul, qué maravillosa», contemplada desde el exterior; asimismo la manida sentencia de Armstrong al pisar la Luna por primera vez, refiriendo aquello de “un pequeño paso para el hombre, un gran salto para la humanidad”.
Son sin duda titulares de bronce surgidos en parte de la espontaneidad, de las sorprendentes sensaciones y del marchamo de la especial situación, que exige rúbricas de oro para esos momentos tan singulares. En este mismo tenor se encuentra la reciente rubrica de Jared Isaacman, el emprendedor multimillonario que ha pronunciado en su primera impresión espacial la imagen de la tierra con otra frase lapidaria: “Desde aquí la Tierra parece un mundo perfecto” (Fuente Space X). Desde luego que está timbrada con todos los ingredientes que cualquiera de nosotros desea escuchar. Es sentenciosa y admirable, porque se hace desde el espacio en una actividad extra vehicular, y seguramente meditada la situación; pero la expresión concreta es fruto también de la primera impresión que desata una afectación emocional viendo nuestro planeta. El mensaje está rubricado de positividad y belleza absolutas.
Camina muy en paridad con las anteriores frases de los primeros viajeros que hablan de la contundencia de la hermosura del planeta en el firmamento. Aquí se eleva el listón hablando de perfección y completividad, que sin duda genera una imagen tan rotunda en la soledad de los planetas, con la mirada de uno que viene desde dentro. Entendemos que la perfección del planeta se encuentra en la majestuosidad, el color, la soledad toda y la rotundidad de la Tierra en el espacio. Se trata sin duda de una belleza natural, de un cuerpo en el espacio tal cual es, redondo y rotundo en la oscuridad del todo y de los demás elementos. Todo perfecto, porque es la naturaleza misma en su esencia la que se observa en todo su ser. La imagen que ven los astronautas con originalidad de vértigo, como no podemos apreciarla los demás desde dentro. Sin embargo, resulta llamativo y estridente el complemento utilizado de “parece” un mundo perfecto. Cuanta complejidad e incertidumbre guarda ese “parece”, que tal vez oculta (o todo lo contrario) en la recámara la sombra imperfecta del ser humano que habita el planeta. Tal vez se refiera el particularísimo astronauta a las perversidades humanas sobre el planeta (deterioro medioambiental; delincuencia; muerte y desastres…), que no se aprecian en la lejanía, y que abruman el interior de la tierra. Tal vez se postula al hombre como disonancia entre lo natural visto en la globalidad, sin que sea más que una minucia de un mundo en el que pinta poco. Tal vez. El viaje espacial nos deja de nuevo, claro está, una pátina grande de reflexión sobre lo que somos, mucho o nada, y lo que pintamos en el mundo.
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