Después de leer el artículo publicado en este periódico digital por el periodista Francisco Javier Domínguez el pasado día 2 de diciembre (Bohemian chic), se me amontonan los pensamientos de tal forma que no me resisto a alzar la voz, dentro, eso sí, de mi humilde opinión. Claro está, que voces como las de Francisco Javier y algunos más, quizá no las suficientes, caen en saco roto, pues parece ser que no nos damos cuenta de lo que está pasando, y eso produce una falta de debate tan necesario como el reclamar el agua de la Colada. Pero quiero ir por otra senda, por aquella que a mí me entusiasma y enoja a la vez.
Dicen los libros y así nos enseñaron, que la Cultura nos da una identidad y nos ayuda a ser y a sentirnos parte de una comunidad específica, con sus rasgos y caracteres particulares, creando expresiones y un estilo de vida comunes que nos diferencian de las demás. Y en Los Pedroches esta identidad está más que definida.
Bien, este relato ha venido siendo así hasta que, no sé a qué intereses, les dio por meternos en la cabeza que la globalización era necesaria e inevitable. Globalización, qué término tan amplio, ¿no? Pues cada vez que llega la Navidad la veo, a la globalización, cada vez más cerca, pero la percibo particularmente como «lobo disfrazado de cordero», no como algo positivo.
Un hecho es evidente, asistimos en los últimos años a inauguraciones y programaciones de Navidad todas similares y con intereses cada vez más alejados de lo que fue y entiendo debería ser la Cultura de la Navidad. La nuestra, ¿cuál si no? Y voy al grano. ¿Tan rancia huele la Navidad de nuestro padres y abuelos?, ¿tan mal suenan sus villancicos? ¿No estamos privando a nuestros hijos y nietos del conocimiento de nuestra cultura y su reconocimiento en ella?
La verdad, permitidme que os diga, que cuando observo o asisto a los primeros actos de la Navidad que se han podido ver en diferentes lugares, dudo si se está inaugurando la Navidad con música de feria o se está inaugurando la feria con luces de Navidad.
Pues la verdad, creo que debería darse más de nuestra cultura en las calles, colegios y conservatorios, reconocernos a nosotros mismos como parte de la misma comunidad y tener buenas historias y cosas que compartir. Contar y cantar año tras año a los más pequeños las historias de nuestra Navidad, cada uno las de su familia, las de la sierra y el campo, la de los autos de los Reyes, la de los Coloquios, historia que, a la vez, a los mayores nos hacen rememorar nuestra infancia, aunque no fuera del todo feliz, pero que hacía a los padres esforzarse por ofrecer a sus hijos algo más especial, y no sólo en lo material, sino también en lo que sale del alma y del recuerdo.
Por otro lado, y me reitero una y otra vez sin remilgo, la aceptación cada vez mayor de la cultura navideña americana-anglosajona, mediante la puesta en práctica de procesos de transmisión de sus tradiciones y hábitos, muy visibles en calles, balcones, tiendas, jardines, está produciendo el desdén y desplazamiento paulatino de la nuestra, la que hemos heredado ancestralmente, convirtiéndola en la más débil y perdiendo gradualmente su propia identidad.
¿Es que no es este hecho lo suficientemente importante para prestarle la atención y el debate social que merece? ¿O es que realmente hemos caído en una desidia cultural sin límites?
Seguramente me reitero con pesadez, pero no dejo de pensar en lo difícil que esta tierra nuestra lo tiene si, además del “Bohemian chic”, nos quedamos sin identidad.
En fin, como se suele decir popularmente, «un poquito de por favor, ¿no ?».
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