Un pregón no de mil trescientas ochenta palabras, pero sí de mil tres ochenta revoloteos de bandera. La relación que durante tres décadas ha mantenido Manuel Marín con ese elemento tan característico de la cofradía de la Virgen de Luna pozoalbense estuvo tan presente que durante algunos momentos el pregón casi se convirtió en una conversación susurrada entre ambos. Una relación que tuvo respuesta gracias a una carta, un detalle del actual abanderado, Antonio Blanco, que pasó de la esfera privada a la pública permitiendo al público ser cómplice de un momento inolvidable. El pregón podría resumirse en esa conversación, pero también en la historia de una promesa, o de dos: la que hizo el hijo ante el padre y que permitió a la madre cumplir la suya. Otro círculo cerrado. 

La tinta más emotiva de su pregón la descargó Manuel Marín en sus inicios, en el homenaje a sus progenitores, en esa historia personal que es punto de partida y que luego se eleva a «una historia en común». El pregonero de la Virgen de Luna hizo hincapié en la colectividad, en los lazos establecidos entre pozoalbenses por el mero hecho de compartir una tradición, por mantener en pie un ritual heredado, transmitido y cuidado. Esa colectividad la transmitió desde las entrañas de una cofradía a la que dio muestra de conocer y a la que dio su lugar, con criterio y con crítica, también con nombres propios, como los de Rafael Sánchez Roig o Felipe Sánchez Urbano. 

La historia de la cofradía ocupó una parte importante del pregón y Manuel Marín supo transmitir algunas curiosidades al público, que casi pudo ojear las desgastadas cuartillas datadas en 1939 de la mano del pregonero porque el relato estuvo acompañado de la pasión necesaria para hacer cómplice al respetable. De la cofradía de la posguerra a la de los años 80, del «atrevimiento» de escribir a la NASA para relacionar la llegada del hombre a la luna con la patrona pozoalbense, de los cincuenta años del boletín, del cambio de estatutos o del traslado de la Virgen durante la pandemia dio fe Manuel Marín durante su pregón. También de la entrada de las mujeres a la cofradía entonando un perdón por lo tardía de la decisión. 

No se quedó, sin embargo, el pregón únicamente en la cofradía. Lo sacó para reconocer la labor de particularidades, empresas y colectivos en mantener esa tradición a través de los años. Se acordó del pueblo hermano, Villanueva de Córdoba, sin escatimar en reconocer que el consenso ha llegado también tarde, pero realzando la importancia del mismo. Y aquí, minutos antes de que Manuel Marín Domínguez dijera sus últimas palabras, las tablas del teatro recuperaron a ‘Los Mejía’. Pocas veces un acto de tanta solemnidad hizo hueco a una pieza tan desenfadada. Un acierto. 

Lo dijo el pregonero hace años, la designación da plena libertad por parte de la cofradía para hacer lo que uno quiera. Lo recuperó el presentador del pregonero, Manolo Marín, que tiró de su «padre del pasado» para enlazar una presentación que metió en ambiente al público. Marín hijo habló del abanderado, pero también, como no podía ser de otra forma, del padre: «Un ejemplo para mí, lo que dice de mi padre más que cualquier título». Un padre que «siempre nos ha dejado ser y hacer» y que como pregonero hizo, fue un devoto de la Virgen de Luna, un amante de su cofradía y un enamorado de su bandera.