Ahora, más que nunca, necesitamos ver las rendijas de luz en este apagón general del mundo. La situación de España en los últimos días plantea varias lecturas, que sin duda están mil veces repetidas, en las que debemos reflexionar para alcanzar alto grado de concienciación. Por parte de los poderes públicos se ha retratado con bastante claridad la situación, y previamente se presumía con mucha nitidez lo que iba a pasar: porque el referente de China es elocuente desde el origen y desarrollo, así como la afectación de Italia, que es un país similar al nuestro en la órbita occidental.
La inmediatez en la irradiación del Coronavirus es quizás el dato más significativo, así como los niveles de expansión (geográfica, grupos de edad…) son una consecuencia directa a tenor de la movilidad demográfica de nuestro mundo. Los medios de comunicación nos alertan de forma acuciante, y vienen haciéndolo en términos abultados, desde la infinidad de perspectivas del fenómeno, bien sean sanitarias, políticas, incidencias económicas, etc. El problema mundial, y particularmente español, ya no es simplemente un referente informativo, sino que hemos entrado de lleno en la curva ascendente de incidencia, teniendo en la mano las previsiones más descarnadas que se ocasionan (y se ocasionarán) a tenor de sus características. En esta situación de informaciones prolijas, que son infinitas y virales, son sin embargo muy pocas las cuestiones esenciales que hay que tener en cuenta para afrontar una situación que no hemos conocido nunca, que nos desborda, y no es fácil hacer futurología sobre los datos más concretos de lo que va a suceder.
En principio, es obvio que la dimensión del problema trasciende cualquier crisis de las habidas hasta ahora en el mundo contemporáneo; no por razones sanitarias, sino por el comentado factor multiplicativo de implicación a la mayor parte de países de la tierra –especialmente los desarrollados, que suelen controlar las epidemias–, y las derivadas económicas que son a estas horas inabarcables, y que tardarán décadas en realizarse estudios comprensivos. Desde un punto de vista histórico han existido crisis gravísimas que dejaron su estela, recordándonos con mucha rotundidad que la humanidad ha sufrido estragos muy graves acordes con sus tiempos, limitaciones geográficas y dimensionalidad demográfica (peste medieval, gripe europea, crisis asiáticas…). Han pasado a la Historia como referentes significativos en diferentes momentos, y bajo múltiples parámetros de desarrollo, dejando claro que la humanidad está siempre sometida a una tremenda vulnerabilidad; se trata quizás de la lección menos aprendida, pensando ingenuamente que el avance hacia delante, con fuertes grados de desarrollo vario, nos privan totalmente de crisis fuertes e incontrolables, y eso no es así. Fácilmente y en muy poco tiempo (en repetidas ocasiones…, crisis económica pasada, etc.) hemos podido comprobar que el mundo puede caerse en un instante, a pesar de creernos invulnerables y pensar que lo tenemos todo completamente controlado, a nuestro albur (político, económico, etc.).
Dicho lo cual, y yendo realmente a lo sustancial, decimos que son varias cosas las sustanciales que quizás se nos olviden: las referencias que ya tenemos (China e Italia); nuestros deberes personales y ciudadanos; y nuestra obligada lectura de la situación. Respecto a la primera cuestión, el Coronavirus llega a nuestro país con una pequeña (o larga) trayectoria que nos tiene que servir de aprendizaje: China (donde se inicia desde enero de 2.019) ha transitado por la epidemia con sus baches sanitarios, pérdidas humanas e incidencias varias, pues es un inmenso país de mil quinientos millones de personas con una geografía inmensa e infinidad de factores devenidos de esa amplitud; así como la existencia de un régimen político que, en este caso, les ha facilitado rigidez y disciplina en los comportamientos personales que ha sido fundamentales para evitar la propagación.
De todo ese bagaje se obtienen algunas lecciones evidentes…, pero sin entrar en detalle, especialmente interesa destacar que a pesar de su dimensión y complicación han definido una curva de infección y están claramente finiquitando el proceso; las incidencias en los últimos días sentencian firmemente la superación. De otra parte Italia se encuentra viviendo el punto álgido del problema, que sigue a pies juntillas la panorámica asiática, con parámetros muy similares a los nuestros, teniéndolo como referencia para no incidir en sus graves errores de difusión. Sin embargo, más allá de la gravedad de la pandemia, el verdadero problema de esta crisis reside en la enfermedad en sí, sino el miedo (o pánico) e incertidumbre que se genera en la población con algo que no controlamos (rápida expansión y contagio, no la gravedad). Esa es precisamente, creo, la cuestión fundamental de la crisis: ahí es donde nosotros mismos tenemos la solución más factible con un necesario grado de concienciación. Es imprescindible quedarse en casa y evitar contagios y propagaciones; muy especialmente los grupos de riesgo (mayores, enfermos crónicos…). Con ello evitamos en gran parte el problema. Estamos obligados a realizarlo por nuestra propia vida y como deber ciudadano. Finalmente cabe subrayar la necesidad que tenemos de ver la botella medio llena y ser optimistas, evitando alarmismos ni gestos innecesarios (de abastecimiento abusivo, etc.) que no ayudan. Tenemos la solución en la mano. Estamos obligados a actuar (quedarnos quietos, como cuando hay apagón general, para no estropear más de la cuenta) y ver la luz. Es la mejor manera de vencer al Coronavirus.
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