Es lo que siempre ocurre. Mujer asesinada, explosión mediática y la familia de la víctima se queda sola. Preguntas, rumores, datos, artículos, denuncias, reacciones, manifestaciones, los que se suben al carro buscando minutos de gloria -carroñeros mediáticos- y, al final, el dolor se queda para los que sufren la pérdida, que, en cierto modo, han sido violados en su intimidad y ni siquiera se han enterado. Cuando se den cuenta de lo ocurrido su hermana, prima, cuñada o hija ya no estará. Un desviado mental decidió que era Dios y la mató.

Como muchos otros compañeros llevo dos días cubriendo una caso de violencia de género, una muesca más en la culata del fusil del machismo. Cubrimos desde el principio. La muerte, la incertidumbre, las confirmaciones, las reacciones, el entierro y, algunos, incluso la autopsia. ¿Para qué? ¿Sólo por prestar servicio informativo?

Parecía que no pasaba nada más en el mundo, pero hoy nos quedamos huérfanos de adrenalina, ahora viene un bajón. Toca buscar historias en otro sitio. Durante dos días hemos vivido para la muerte de una pobre mujer que no supo ver que dormía con el demonio. Ahora eso ya no vale. Nosotros desaparecemos como la niebla, sólo se queda el dolor de las personas que conocieron a la víctima.

Llegamos haciendo ruido, desplegando flashes y preguntas, muchas inoportunas, y nos vamos sin hacer ruido, dejando que los dolientes sufran en silencio las consecuencias de una vorágine corrosiva. Somos armas del escándalo y lo permitimos, no pensamos y actuamos, escribimos sin pensar las consecuencias de nuestros párrafos. Sólo informamos y nunca pedimos perdón después de la publicación. Mañana será otro día, nos escudamos en la verdad de lo sucedido, como si eso fuera nuestra justificación moral. 

Estas reflexiones no son un síntoma de arrepentimiento, ya que la próxima vez que ocurra otro suceso volverá a disparase la adrenalina y todo volverá a ser igual. Damos un servicio informativo, pero lo hacemos por puro impulso natural, sentimos la necesidad de estar allí, preguntar, saber y contarlo. Buscamos cada dato y cada miseria para que el lector se haga una idea lo más real posible de lo ocurrido. No pensamos en las víctimas, puesto que sólo son fichas dentro de la partida, del enigma que llevó al fatal desenlace. Somos lo que somos y nos gusta serlo. Aunque a veces nos paremos a pensar y veamos que debemos parar, el corazón siempre dice «adelante».

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