Pozoblanco cumple de nuevo con la tradición de “La Llevada de la Virgen”. Con puntualidad sempiterna al calendario eclesiástico (lunes subsiguiente de Pentecostés), al intercambio comunal de las villas implicadas (como marca la tradición, con Villanueva de Córdoba, que la lleva el día siguiente) y a la indiscutible coincidencia con los avatares estacionales de carácter astronómico (plenilunio), que siempre fueron santo y seña de la casa de la humanidad; a fin de cuentas, es la madre naturaleza y la tierra quienes marcan de una u otra manera, como lo hicieron siempre, los dictados de nuestras tradiciones.

La fiesta mariana por excelencia de Pozoblanco, con su patrona, no hace otra cosa por lo tanto que secundar la pléyade de fiestas comarcanas que eclosionan con intensidad acostumbrada en estos lares (Virgen de Guía, Divina Pastora, Veredas….), así como los más alejados con extraordinaria fruición (Rocío, etc.). Por las sendas de la tradición se vive el regreso al Santuario como la afectación de la luz en alza de madrugada,  paisaje en floración primaveral y ritos al uso de un itinerario consolidado en hitos (paradas, rituales del abanderado…) y símbolos de otros tiempos (rezos, cánticos, tambor…); porque nada, o muy poco, queda al socaire del azar. Sin embargo, en aras de la verdad, existen a veces matices que progresivamente modifican en mayor o menor tono las existencias, porque la vida sigue y evidentemente no es la misma.

Hace algunos meses ensalzamos en notorio avance la incorporación de féminas a la corte de la hermandad en aras de equidad, modernidad y justicia con los tiempos que corren, abriendo camino no solamente a otras muchas mujeres, sino en nuevos lances de cambio que sin duda llegarán (cargos, rituales, protagonismos…). Asimismo se constata el sedimento fuerte de fiesta con fuerza ritualizada, que no deja de llamar la atención, a pesar de que sean vivencias sempiternas que por sí solas argumentan los modos tradicionales de operar. Nos referimos a la pasión con la que  sigue viviéndose una fiesta, que es grande decimos, pero en un mundo muy cambiante en formas de vida, pensamientos, principios y derroteros en la vida, en la que se pierden en todos los lugares agigantados modos desde hace varios siglos y décadas, con fuerte debilitamiento, los pilares del pasado: lógicamente en el tenor de las grandes transformaciones históricas (políticas, económicas…) que se producen; el ser humano atisba nuevos horizontes religiosos, pluralidad de pensamientos y creencias, etc. La Virgen de Luna decimos, no obstante, prosigue por los fueros de la tradición y el afincamiento con loores de notabilidad, al menos en las fiestas grandes, también en la devoción y formas sempiternas de población madura (oración, visitas diarias…).

Fácilmente se pueden observan en los antecedentes de “La Llevada” –sembrada siempre de un mayor sentimiento de tristeza, frente al mayor encanto de “La Traída”– rebrotes de intensidad mariana con recorridos reactivados por las parroquias y procesiones de fuerte concurrencia, proyección social y aparato religioso y cultual; intitulación del campo de fútbol, etc. Las formas son por lo menos notorias en la prodigalidad de eventos en diferentes parroquias, la incorporación de hitos y momentos de calle en el enaltecimiento que representa a bote pronto una reactivación notable. Obviamente, los medios de comunicación actuales e inclinación hacia a este tipo de tradiciones influye mucho, garantizando concurrencias y potenciando focos de participación. No solamente en Pozoblanco, sino en las grandes romerías de carácter nacional que convertidas en focos de atención turístico de todo el mundo, representando hitos de análisis sociológicos profundos. En esta senda de eventualidades festeras, en estos últimos días Pozoblanco vibra con la Virgen en la calle, con los loores tradicionales en los que se ensalza a la Patrona. Como decimos, ciertamente la devoción y culto han sido santo y seña de identidad con la Virgen, con sus altibajos en formas (aparato religioso, expresividad procesional, ritualización) y contenidos (principios, valores, sentimiento profundo), pero en la dimensionalidad del mundo en que vivimos de tecnologías y redes de amplitud global, pérdida de valores tradicionales, sinsentidos y contrasentidos a espuertas y definiciones culturales complejas, prodigalidad en formas de pensamiento, escenografías, canciones y letras, innovaciones multiformes, etc.; con todo  eso en la mano,  decimos, no deja de llamar la atención la fidelidad a la tradición aún en términos cambiantes. Seguro que también La Virgen de Luna, como tantas otras romerías comarcales y nacionales, tienen complejas miradas antropológicas que definen muy bien los parámetros en los que nos movemos (económicos, sociales, ideológicos…): porque los colectivos piensan y hacen siempre, y aquilatan formas, ritos y tradiciones, sustentándose en pilares de esenciales.

Las fiestas y tradiciones caminan por sus fueros, pero las miradas que se pueden hacer (y deben hacerse) en unos u otros momentos son distantes y distintas, obviamente, porque esta no es ya la Virgen de Luna de los dislates por la defensa de la tierra, por la acendrada religiosidad del Cuatrocientos o los avatares providencialistas de antaño. Los ritos de entonces, y los de ahora, siguen teniendo sus lecturas. En lo más doméstico y festero, solamente cabe reiterar la vigencia de la confraternización y alegrías, cánticos y rezos, complacientes parlamentas y chismes tantas veces reiterados. La Virgen de Luna sigue concitando a la población y pueblos adláteres, ensalzando a la patrona, viviendo con alborozo el reencuentro campestre que es como queda dicho, en buena parte, sentenciar la verdad más verdadera de la naturaleza, con el plenilunio completo: la vida rutinaria en el momento más álgido del año.